Cuando comencé a ejercer, como muchos otros compañeros, carecía de coche y solía desplazarme de un lado a otro con una vieja Vespa heredada de mi hermano mayor.
El caso es que tenía un cliente, una asesoría laboral-fiscal, situada en un municipio en el extrarradio de Sevilla en la que pasaba consulta todos los miércoles. A la hora en la que solía llegar, los clientes esperaban en la puerta de la misma por lo que, temiendo que me vieran llegar en una vieja motocicleta y no en un coche, acostumbraba a dejar la moto a unos cien metros del lugar. De este modo, evitaba que me vieran conduciendo una Vespa, medio de locomoción que en aquellos tiempos se consideraba poco apropiado para un abogado.
Un día, de triste recuerdo, tuve un pinchazo llegando a la localidad y me vi obligado a reparar la rueda en una cuneta. Cuando estaba en plena acción, llegó uno de los clientes de la asesoría en su coche (que venía a verme) y tras detenerse a mi altura, me miró y sonrió de forma que percibí como algo despectiva.
Sin embargo, el sentirme expuesto a lo que tanto temía me hizo sentir frustración, rabia, ira y, finalmente, el convencimiento de que no tenía que esconderme de nadie ni avergonzarme de nada, pues era abogado y, por muy joven que fuera, lo importante no era la moto o el coche que utilizara, sino llegar y cumplir con mi labor de prestar el servicio a mis clientes.
Desde aquel día (y hasta que me compré el coche) acostumbré a dejar la moto en la puerta de la asesoría, lo que se convirtió en un acontecimiento normal entre aquellos clientes.
Cuento esta anécdota (que avancé en el taller impartido recientemente en el Congreso Español de Jóvenes Abogados de Sevilla), pues a veces los jóvenes abogados, temerosos de que su juventud constituya una desventaja ante el cliente, actúan de forma que éste percibe su temor e inseguridad que, si bien lógico en ocasiones, podría fácilmente tornarse por una actitud de seguridad y confianza.
Por ello, la mejor recomendación que podría dar a un joven abogado es que esté orgulloso de su juventud y actúe con solvencia ante sus clientes, pues no debe olvidar, entre otras circunstancias, que dispone de unas elevadas opciones de dedicación al cliente, pasión e interés, ilusión, capacidad de atención y un avanzado conocimiento de la tecnología que muchos letrados más expertos no disponen, capacidades éstas que indudablemente convierte su prestación en una actividad que, si bien puede verse limitada por la falta de experiencia, puede ser plenamente suplida por dichas cualidades que, bien administradas, permitirán al joven letrado ir creciendo día a día compatibilizando dicho avance con un gran servicio al cliente.
Y para concluir, indicaros que la famosa Vespa, que vendí y años después recompré, es la misma que os muestro en la foto.
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