«Sólo una cosa es más dolorosa que aprender de la experiencia, y es, no aprender de la experiencia.» Peter, Laurence Johnston
Recientemente asistí a una audiencia previa de un juicio a la que concurrieron otros cuatro letrados. Dado lo complejo del asunto, durante la preparación de la audiencia presumí que la misma iba a ser algo complicada (más de lo que indicaban los quince minutos previstos por el Juzgado para la misma), por lo que el día antes me ocupe de repasar en su integridad y con detenimiento los preceptos que la regulan en nuestra norma procesal, lo que me dio la oportunidad de valorar, más si cabe, la importancia que para el resultado del juicio tiene está fase procesal.
Hecho esto, me propuse no sólo realizar la mejor defensa de los intereses de mi cliente, sino que de paso, observaría como actuaban todas las partes en el desarrollo de la audiencia y así podría extraer conclusiones de provecho. En definitiva, me propuse "aprender sobre lo aprendido", pues de mejor oportunidad no podía disponer.
Lo cierto es que la celebración de la audiencia me supuso una verdadera sorpresa, y no precisamente buena. Sin entrar en detalles, comprobé como el juez no sólo no siguió el iter procedimental establecido en la regulación procesal, sino que omitió alguna de las partes más importantes de la misma (impugnación de documentos y fijación de los hechos controvertidos) Los letrados tampoco se quedaron cortos: intervenciones fuera del momento procesal, inobservancia de la interposición de recursos de reposición y la consiguiente protesta (en su caso), interrupciones improcedentes, etc…
Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue la "timidez" de los letrados a la hora de hacer valer sus derechos y pretensiones ante el Juez. Con ello me refiero a que viendo como se omitían algunos trámites por el Juez, nadie decía nada, quizás a la espera de que posteriormente se subsanara la omisión, aunque la espera fue en vano. Igualmente comprobé un cierto temor a recurrir o protestar cuando, en mi opinión, había evidentes razones para ello.
Cuarenta minutos después, tuve ocasión de tomarme un té (¿por qué decir café?) con otro compañero y tras reflexionar sobre el tema concluimos lo siguiente:
1º.- La audiencia previa constituye una fase procesal importantísima para la buena defensa de un procedimiento y, por lo tanto, exige una profunda preparación con suficiente tiempo por parte del letrado.
2º.- A pesar de la claridad del texto legal, cada juez dirige el acto de la audiencia previa con un estilo diferente, por lo que es fundamental, antes del acto, conocer perfectamente su forma de proceder durante el desarrollo de la misma.
3º.- Los letrados, dando por hecho que llevamos bien preparada la audiencia previa, debemos ser exigentes con el cumplimiento de los trámites procesales y en los casos en los que tengamos la mínima duda que se están perjudicando los intereses del cliente, deberemos intervenir activamente sin titubeos y sin esperar que otro compañero nos solucione la papeleta. De esta forma, todos ganaremos.
Para concluir, por si había quedado sin respuesta, puedo deciros que a nivel personal no salí descontento del acto. No obstante, estoy seguro que si se repitiera la audiencia corregiría más de una cosilla…