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28/03/2024. 14:15:56

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Jugando a ser justos
Teoría y práctica. Ideas y realidades

Jurista de Instituciones Penitenciarias

Psicólogo II.PP

Un mazo sobre un interrogante

Pongamos dos dilemas morales ampliamente usados y que han dado lugar a no pocas discusiones filosóficas. Primer dilema: vamos conduciendo por una carretera y vemos a hombre con las piernas fuertemente dañadas tras un accidente, las tiene cubiertas de sangre. Si paremos a recogerlo y lo llevamos inmediatamente a un hospital sobrevivirá. Por otra parte, con toda seguridad, nos manchará la tapicería de nuestros asientos que recientemente hemos cambiado y que nos han costado 600 euros. A la vez, recibimos un mensaje de una ONG de reconocido prestigio en el que nos solicitan 600 euros para la compra de medicinas, asegurándonos que con ese dinero se podría salvar a un niño desnutrido del tercer mundo. Segundo dilema: un tren va a descarrilar pues el maquinista está a punto de perder la conciencia. Ante el convoy existen dos vías alternativas. En una de ellas se encuentran cinco personas que no van a poder escapar de ser arrolladas si el tren se dirige a esa vía, en la otra se encuentra un único operario arreglando unos desperfectos. Una pasajera sabedora de todo ello y con los medios para llevar a cabo la acción, debe decidir si dirigir el convoy hacia la vía donde se encuentran las cinco personas o por el contrario, cambiar de vía y arrollar al operario solitario. En esa misma tesitura, un individuo que se encuentra en un puente sobre la vía es conocedor de todo lo descrito. Junto a él se encuentra un individuo de considerable corpulencia, el cual, si es empujado y cae sobre la vía, detendrá el convoy aunque, por supuesto, perderá la vida.

Con estos dos dilemas morales llegamos a la conclusión de que en una inmensa mayoría de las ocasiones las respuestas ofrecidas por el público tienden a valorar de distinta manera, tanto el gasto económico del primer ejemplo, como la decisión de sacrificar a un individuo para salvar a cinco, primando la cercanía del individuo objeto del dilema. Es decir, encuentra menos dificultad en socorrer al individuo ensangrentado en la carretera, aunque ello suponga echar a perder los 600 euros gastados en la renovación de la tapicería, que en donar esos mismos 600 para salvar la vida de un niño a miles de kilómetros. Igualmente, encuentra menos dificultad en responder en la situación de la pasajera y desviar el convoy hacia el operario para salvar a las cinco personas que se están en la otra vía, que el sujeto que se encuentra sobre el puente y debe decidir si empujar al hombre corpulento que se sitúa a su lado y salvar, no olvidemos, a mayor número de personas (las que resultan de sumar las dos alternativas). Con ello, se llega a la conclusión de que los dilemas morales forman parte instintiva de nuestro repertorio emocional, posiblemente resultado de la evolución en la que, formando parte de grupos pequeños de personas, la supervivencia de unos afectaba de manera ineludible a la de otros.

Pongámonos en el caso de decidir la permanencia o no en prisión de un individuo en prisión, victimario de un delito repugnante y que durante su estancia confinado ha protagonizado cambios importantes en su comportamiento prosocial. Cambio avalado por profesionales en contacto directo con el mismo. Volviendo a los dilemas anteriores, el paralelismo de los mismos con el mundo penitenciario es casi completo –sólo nos faltaría el último de los dilemas planteados- y nuestra respuesta será sin duda distinta si conocemos o no al victimario. Planteamos este juego por la diferente aplicación penal de nuestra ley y reglamento penitenciarios ante el simple hecho de ser conocedor de la persona a quien aplicar la normativa a favor o en contra y las consecuencias que esto tiene. Lo anterior, enmarcado en el contexto de la necesaria individualización en el cumplimiento de la condena, en el sentido que determina, especialmente, el art.72.3 LOGP cuando dice que: “siempre que de la observación y clasificación correspondiente de un interno resulte estar en condiciones para ello, podrá ser situado inicialmente en grado superior, salvo el de libertad condicional, sin tener que pasar necesariamente por los que le preceden”.

En el momento presente la individualización únicamente existe en la imposición de la pena. Leída cualquier sentencia, nos hacemos conscientes de que se han tenido en cuenta los hechos que junto con las circunstancias presentes modifican el quantum condenatorio. Esto es, ante hechos similares recaen condenas parecidas pero no iguales. En el ámbito penitenciario, más sociológico que psicológico, se hace, a pesar de la norma, lo contrario. Vivimos inmersos en perfiles, tantos de condena, principios no escritos que nos llevan a tomar decisiones sobre los internos en base a datos generales y generalizables. Como meros ejemplos: no se debe, para condenas largas, comenzar el disfrute de permisos hasta el cumplimiento de la mitad de la condena; no se debe llevar a cabo programa adecuado de tratamiento hasta que se encuentre cercano este disfrute, de manera que los condenados a penas largas no deben llevar a cabo programa de tratamiento adecuado hasta la misma mitad de la condena, etc. Nos movemos entre generalidades, datos, perfiles, promedios, medias, índices de correlación, probabilidades y cientos de conceptos matemáticos similares que nos alejan de la individualización. En el medio penitenciario se podría decir que el bosque no nos deja ver los árboles. Abjuramos de la individualidad, tenemos permanentemente en cuenta la tipología delictiva, el montante de la condena y en base a ello, decidimos sin importar el interno concreto, sin importar, por ejemplo, el riesgo de repetición – curiosamente mucho más bajo en condenas por hechos graves y únicos, mucho más probable en delitos contra la propiedad que contra las personas sobre todo, como queda dicho cuando se trata de internos primarios con condenas por hechos graves pero únicos en su devenir vital-.

En definitiva, volviendo a los dilemas planteados, volviendo al inicio de este juego, los niños siguen muriendo en África y los reclusos que cambian, siguen permaneciendo en prisión. Y es que quizá jugamos a ser teóricamente justos, sin atrevernos a efectivamente serlo. Confrontados con la práctica, preferimos quedarnos en la teoría que acercarnos a lo que la incómoda realidad nos detalla.

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