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13/12/2024. 18:39:47
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De la legislación motorizada a legislar atropelladamente: de Telefónica y Celsa

Javier Fuertes

Magistrado. Doctor en Derecho

(Sobre el acierto y el rigor como excepción a la hora de legislar y reglamentar) 

“Romanones, tres veces jefe de Gobierno de España con Alfonso XIII, decía a los diputados: Hagan ustedes las leyes y déjenme a mí hacer los reglamentos. La Ley, voluntad del Legislativo, es la norma máxima pero el reglamento, generalmente obra de la Administración del Ejecutivo, es el que desarrolla la aplicación de esa Ley y en consecuencia el tránsito de la misma por los mil y un vericuetos y dificultades que la realidad cotidiana ofrece de manera continua” (Julio Anguita, 2018). 

El texto no es original (por eso me he apresurado a referenciarlo), como tampoco lo es la cita que se atribuye a Romanones. Pero ambas, cita y glosa, reflejan la realidad normativa. 

En el pasado los políticos, como representantes del pueblo, en el ejercicio de la potestad legislativa que tienen atribuida, hacían leyes (como ahora) pero sencillas (no como ahora). 

Excepto en los casos en los que se codificaba una materia (Código Civil, Código Mercantil, Código Penal…) las leyes eran simples estructuras que las normas reglamentarias desarrollaban (de ahí la cita de Romanones y su glosa) Las leyes eras normas cortas, sencillas, concretas, precisas. 

Pero dejaron de serlo. 

Fue a partir de los ochenta que el Boletín Oficial del Estado y los Repertorios de Legislación de Aranzadi empezaron a crecer exponencialmente. Las normas que se promulgaban ya no cabían en uno ni en dos tomos (se necesitan tres, cuatro e incluso cinco por año). Ahí comenzó la degeneración normativa (posteriormente diarrea legislativa). El formato en papel (lo que había en aquel momento) permitía apreciar la desmesura legislativa en términos cuantitativos. 

Llegó eso que denominamos (y seguimos llamando) nuevas tecnologías y desaparecieron los diarios oficiales en papel. Explicarles a los más jóvenes (y no tanto) que el Boletín Oficial del Estado –La Gaceta de Madrid– se vendía en los quioscos es labor imposible. Es lo mismo que hablarles de un mundo sin teléfonos móviles, tablets, ordenadores, internet, wifi… 

Se acabaron los límites de las ediciones impresas. Las normas crecían y crecían. Crece y crecen. Las sentencias también. 

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