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24/04/2024. 02:39:56

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Violencia digital contra la mujer, entenderla es el primer paso para prevenirla

Socia de iMades Communication SL y Agente de Igualdad

 

La era digital, y especialmente desde el auge de las redes sociales, ha modificado el comportamiento de los seres humanos. Según establece la investigadora holandesa Jose Van Dijk, en su libro La cultura de la conectividad, la interacción social de nuestros días se ha trasladado en gran medida al mundo online: así la “socialidad conectada” es un hecho que se consolida. En nuestro país, por ejemplo, según los datos del Informe Digital 2022, elaborado por Hootsuite y We Are Social, 9 de cada 10 personas usan redes sociales en España. Esto equivale a 40,70 millones, incrementándose esta cifra en 3,3 millones del año 2021 al 2022. En estas plataformas lideradas por WhatsApp, Facebook e Instagram, los usuarios pasan de media 1:53 horas al día, un tiempo de uso que se incrementa en el caso de grupos como las mujeres y los jóvenes, llegando estos a pasar de media 4 horas más al año en Internet que estudiando, según establece el estudio Familias hiperconectadas: el nuevo panorama de aprendices y nativos digitales, elaborado por Qustodio.¿Cómo afecta esta alta exposición al medio digital a mujeres y niñas, las cuales ya sufren de por sí violencia en el mundo real?

La violencia digital contra las mujeres y niñas (también conocida como ciberviolencia), puede tener diversas manifestaciones como el ciberbullying, el sexting, el stalking o ciber acoso, el grooming, etc. La mayoría se encuentran tipificadas en nuestro código penal, y algunas no son sino manifestaciones de conductas online que se trasladan a la red siendo esta un escenario perfecto debido a sus características específicas para aumentar el impacto y el número de hechos delictivos. Así, la ausencia de contacto directo con la víctima en un espacio físico, el anonimato y la escasez de vigilancia aumentan la sensación de impunidad para el agresor. Si a esto sumamos que en Internet todo es público, visible y accesible, que tiene la capacidad de multiplicar los efectos de una agresión con esfuerzos mínimos por parte de quien la realiza, y que hay un gran número de potenciales agresores y víctimas; podemos afirmar que es el caldo de cultivo perfecto para que proliferen los delitos.

Sin embargo, en el mes de la lucha contra la Violencia contra la Mujer, parece obligado hacerse la siguiente pregunta: ¿son suficientes estas características propias de lo digital para explicar el aumento de los delitos de ciberviolencia contra las mujeres y las niñas o hay un componente sociológico ulterior que lo provoque?

Los datos de la violencia de género digital

La violencia de género digital es un fenómeno que crece exponencialmente en el ámbito internacional. De acuerdo con las Naciones Unidas, a nivel mundial las mujeres tienen 27 veces más probabilidades de ser atacadas en Internet que los hombres. Un informe de ONU Mujeres aporta datos significativos al respecto:

  • El 73% de las mujeres en el mundo han estado expuestas o experimentaron violencia en línea.
  • El 90% de las víctimas de la distribución digital no consensuada de imágenes íntimas son mujeres.
  • El 23% de las mujeres sufrió abusos o acosos en línea.
  • 1 de cada 10 mujeres de 15 años en adelante fue víctima de alguna forma de violencia en línea.
  • 1 de cada 5 usuarias de Internet vive en países donde el acoso y el abuso en línea no es castigado.
  • El 28% de las mujeres que fueron objeto de violencia redujo deliberadamente su presencia en las redes. Esto significa que en el mundo virtual prima la autocensura para las víctimas y la impunidad para los perpetradores de la violencia.

Por su parte, en España, el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) publicó en abril de 2022 un informe dentro de la serie Policy Brief sobre violencia digital de género. En él revelaba los siguientes datos:

  • Más de un 25% de las mujeres entre 16 y 25 años en España han recibido insinuaciones no apropiadas a través de redes sociales.
  • En menos de una década se han multiplicado por cinco en España los delitos de contacto mediante tecnología con menores de 16 años con fines sexuales.

En la misma línea, un estudio realizado este año en 304 centros educativos de Educación Secundaria de España, de forma conjunta por el Ministerio de Igualdad, el de Educación y gobiernos autonómicos, revela también que la violencia digital de género afecta en mayor medida a las más jóvenes. Así, un 47,1% de las chicas de entre 14 y 18 años han recibido imágenes sexuales por Internet. Además, a un 40% les han pedido fotografías sexuales y al 22,7% les han pedido cibersexo.

Entre las formas de violencia de género digital más comunes se encuentra el ciberacoso, los insultos y amenazas, la obtención de datos y contraseñas para acceder de forma indebida a los perfiles personales de las víctimas, compartir contenido íntimo para extorsionar a la víctima (lo que se conoce como sexting), instalar programas de vigilancia en sus dispositivos electrónicos -conocido como software espía- para tener en todo momento seguimiento de su actividad, así  como crímenes de odio que pueden derivar en violencia física.

Al respecto, de acuerdo con el Portal Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior, en 2020 (últimas cifras públicas) tuvieron lugar 1.068 victimizaciones a mujeres por causa de acceso ilegal informático, 5.134 por amenazas, 1.069 por coacciones y 1.245 por descubrimiento y o por revelación de secretos. En este sentido, aunque un problema que interfiere en el análisis de la incidencia de la violencia de género digital en nuestro país es la escasez de estadísticas, las investigaciones apuntan a una tendencia creciente en los últimos años.

Las consecuencias al respecto para las víctimas no pueden ser más negativas, pues muchas de ellas se ven obligadas a abandonar el universo digital, lo que genera graves secuelas psicológicas, sociales y económicas que impactan en todas las esferas de su vida, entre ellas la laboral. De acuerdo con el informe anterior, un 54% de las mujeres que ha sufrido acoso a través de redes sociales ha experimentado ataques de pánico, ansiedad o estrés. Estos perjuicios se agravan en el caso de niñas y jóvenes, dado que un 42% de quienes han sufrido acoso online mostraron estrés emocional, baja autoestima y pérdida de confianza.

¿Cómo se articula la violencia digital contra las mujeres?

Cuando se analiza la violencia digital contra las mujeres, esta se puede abordar desde una perspectiva jurídica y en este sentido cada legislación tiene sus particularidades, pero también se debe evaluar desde una perspectiva sociológica, y los motivos que llevan a unos a ejercerla y a otras a ser más vulnerables. No en vano, una revisión histórica muestra cómo la tipificación de los nuevos delitos es posterior a los cambios sociales e incluso, en algunas ocasiones, estos han sido provocados por casos emblemáticos, como ocurrió con la reforma del Código Penal de 2015 para incluir el delito de sexting tras el caso de Olvido Hormigos, lo que no quiere decir que no estuviera ocurriendo con anterioridad.

Sin duda los usuarios y usuarias del entorno digital no son ajenos a la sociedad en la que viven y la cultura patriarcal en la que han sido educados. Por ello, es imprescindible aproximarse a esta realidad desde conceptos como la socialización de género o la violencia simbólica (Bourdieu, 1994). E incluso debemos entender cómo funcionan las redes sociales o como el llamado capitalismo de la vigilancia (Zuboff,2015) nos ha llevado a compartir datos personales de manera gratuita como jamás lo hubiéramos hecho en nuestras relaciones no digitales.

Comenzando por este último encuadre, de acuerdo con la teoría de Shoshana Zuboff, el capitalismo de la vigilancia se nutre de los datos personales y de conducta que los usuarios de Internet, hombres y mujeres, ceden de manera voluntaria y gratuita y que constituyen la manera perfecta para conocer cómo son esos usuarios y lo que es más interesante para las corporaciones mediáticas que obtienen su rentabilidad de los anunciantes, cómo se comportan, pudiendo prever como lo harán en un futuro. En el documental El Dilema de la Redes Sociales, en el que también aparece Zuboff se expone de manera ficcionada cómo funcionan estas redes para mantenernos cautivos, porque en gran medida somos su valor añadido, y cómo pueden, y este es uno de los principales peligros del capitalismo de la vigilancia, llegar a modificar conductas. El documental llega a apuntar algunas de las consecuencias para las más jóvenes, como la de cómo las imágenes publicadas en las redes sociales generan ideales de belleza imposibles de alcanzar afectando a la autopercepción, de tal manera que puede llegar a generar problemas de ansiedad, conductas lesivas para poder encajar en lo que se espera de ellas o incluso suicidios. Sin duda es necesaria una revisión con perspectiva de género de esta teoría, lo que nos daría una pista de cómo y por qué prolifera la falta de percepción de la violencia ejercida y sufrida en el entorno digital.

En este contexto es en el que el concepto de la violencia simbólica, acuñado por Pierre Bordieu, cobra mayor protagonismo. Dice el sociólogo francés que “todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza”. Así, en una relación social, el dominador ejerce un modo de violencia indirecta sobre las personas dominadas, las cuales no la perciben como tal, siendo estas el caldo de cultivo para otras violencias en el futuro si nos adentramos en la denominada como teoría del iceberg de la violencia de género.

Aquí es donde se sitúan los mayores retos en la tarea de la prevención de la violencia de género digital porque la violencia simbólica es sibilina, está pero no se percibe como tal, y rara vez está penada. Lo más parecido a su control podría ser la legislación en cuanto a publicidad sexista, pero esta hace aguas cuando se lleva a la práctica y sólo los anuncios más explícitos son retirados e incluso hay marcas que utilizan la estrategia de dar que hablar para popularizarse entre los más jóvenes. Los contenidos de las redes sociales, el imaginario producido por ciertas canciones o videos musicales aupados por las grandes productoras, así como lo hacen todos los otros elementos que desde la infancia contribuyen a la socialización de género no son percibidos como dañinos por la amplia mayoría de la población. Y lo más preocupante es que está en la base de muchas de las conductas delictivas entre los más jóvenes en el entorno digital, especialmente aquellas relacionadas con el control, la dominación o la cosificación del cuerpo de las mujeres, porque en gran medida ellos y ellas han asimilado que es algo normal que pasa en las redes.

Conclusión

Como se ha comprobado, el universo digital, potenciado por sus particularidades y por el alto nivel de exposición al mismo, así como el traslado del ocio y las relaciones interpersonales progresivo a este ámbito, se ha convertido en uno de los canales de acoso y odio por excelencia con el peligro añadido de que estas conductas online tienen consecuencias offline. En este sentido, reconocer la existencia de la violencia digital en sus diferentes vertientes y cómo se articula es el primer paso para realizar una aproximación rigurosa al fenómeno y lograr erradicarla.

Así, las medidas tienen que tomarse de manera integral. No sólo desde lo punitivo, y la prueba es que la aparición de nuevos tipos penales no erradica las conductas. De este modo, la regulación de contenidos en las redes sociales, la cual cuenta con un amplio consenso entre los expertos en derechos humanos que apuntan a que se legisle para que lo que se publique en ellas pueda acarrear una responsabilidad penal para el autor, debe cumplimentarse con la formación en género para todos los operadores que trabajan en la prevención e intervención de la violencia digital contra las mujeres, con campañas de sensibilización para los usuarios e incluso con herramientas para que migrantes digitales y nativos digitales entiendan cómo funcionan las redes, conozcan las violencias que pueden darse e incluso tomen conciencia de su carácter delictivo. No estamos ante una problemática sencilla. Este artículo apenas esboza algunas de las causas por lo que erradicar la violencia digital contra la mujer no puede hacerse con soluciones simplistas. Pero, tengamos por seguro, que acabar con ella nos hará mejor sociedad y tendrá consecuencias positivas para todos.

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