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06/10/2024. 15:16:08
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El legado de las pioneras

María Teresa Barea Martínez. Notaria de Granada Decana del Colegio Notarial de Andalucía. Portavoz del Consejo General del Notariado

Aquel fue el año que se estrenó haciendo Historia, un frío 1 de enero, con la firma de la Declaración de las Naciones Unidas en Washington. Fue un año marcado por los horrores indescriptibles de un mundo en guerra. El año en el que una heroica niña de origen alemán y residente en Ámsterdam, llamada Ana Frank, empezó a escribir su universal diario. El año en el que nacieron Paul McCartney, Isabel Allende y Forges. El año en el que fallecieron Miguel Hernández y Stefan Zweig. El año de la publicación de La Familia de Pascual Duarte y del estreno en el cine de Bambi y Casablanca. Un año, 1942, con sus grandes y pequeños acontecimientos para cada persona, familia, colectivo o país, como cualquier otro, pero que para la Historia del Notariado español quedaría para siempre marcado por un hecho sin precedentes: el ingreso de la primera mujer notaria, María Consuelo Mendizábal Álvarez. La seguirían, en 1944 y 1947 respectivamente, Margarita Baudín Sánchez y Carolina Bono Huerta. Ellas fueron las primeras y durante mucho tiempo únicas mujeres notarias de España. Pudieron concurrir a las oposiciones al amparo del Decreto del Ministerio de Justicia de 1931 -que preveía expresamente la admisión de las mujeres en las oposiciones de Notarías- y del Reglamento Notarial de 1935 -que, al establecer los requisitos para ingresar en el Notariado, daba por supuesta la igualdad de hombres y mujeres a dichos efectos-. A esas dos normas se unió luego la disposición transitoria del Reglamento Notarial de 1944, que, tras dar el paso atrás de volver a exigir ser varón para ingresar en el Notariado, permitía excepcionalmente que las mujeres que se hubiesen presentado a las oposiciones con anterioridad concurriesen nuevamente solo en las dos siguientes convocatorias.

Tras su ingreso, aquellas mujeres ejercieron durante décadas hasta su jubilación en los años 80 el oficio notarial con rigor, competencia y entrega y, hasta 1975, con la curiosa paradoja cotidiana de autorizar como notarias escrituras de toda clase de actos dispositivos de terceros mientras ellas, en su esfera privada, precisaban de licencia marital para realizar esos mismos actos.

Los despachos notariales son observatorios privilegiados de la realidad. Por ellos pasan cada día miles y miles de ciudadanos, cada uno con sus particulares necesidades, preocupaciones o inquietudes. Por los protocolos notariales pasa (y se queda) la vida misma, los grandes y pequeños actos que conforman la historia de las personas, las familias y las empresas. Así ha sido desde que el oficio notarial existe. Y la profesión notarial, que tan pegada vive a la realidad cambiante de la sociedad, también es reflejo ella misma de esos cambios. Hoy, año 2022, las mujeres ya no somos una curiosa y feliz excepción en el Notariado. Cerca de un 35% de los notarios españoles somos mujeres. Casi un 31% de los miembros de juntas directivas de colegios notariales somos mujeres. Y en cada nueva promoción ingresa un número proporcionalmente creciente de mujeres. La realidad social cambia y el Notariado cambia con ella. Sin estridencias. Con naturalidad y firmeza. Sin miedo a avanzar. Con rigor y audacia. Como la función notarial siempre ha sido en todos los órdenes.

Con los vaivenes normativos propios del devenir de los cambios sociales y jurídicos de cada momento histórico, a los que el Notariado no ha sido ajeno, merece ser destacado el hecho de que siempre, desde el ingreso de aquellas tres notarias pioneras en los años 40 hasta el presente, las notarias hemos tenido las mismas competencias, facultades, autoridad, consideración y retribución que nuestros compañeros varones. Nunca el Notariado ha hecho distinciones entre sus integrantes en función de su sexo. Y esto es algo que, en determinados contextos históricos, se puede calificar, sin miedo a exagerar, de rompedor y meritorio.

Ochenta años después de aquel primer gran paso dado por María Consuelo Mendizábal Álvarez, la pluma y la máquina de escribir han dejado paso en las notarías a los ordenadores y la firma electrónica. Los ciudadanos tienen hoy múltiples vías de comunicación con el notario y la función notarial ha asumido un importante número de competencias nuevas en materias de jurisdicción voluntaria que, amén de agilizar enormemente los expedientes de esa naturaleza y de contribuir a descongestionar los órganos jurisdiccionales, han acercado aún más si cabe la figura y la labor de los notarios a las necesidades cotidianas de los ciudadanos. Ha cambiado la tecnología, se han adaptado las formas, han crecido las competencias. Pero algo, lo esencial, no ha cambiado: el notario, hombre o mujer, sigue siendo un jurista al servicio de la persona, conjurador de conflictos, garante imparcial de la libertad civil y de la seguridad jurídica preventiva sin las que ninguna prosperidad y paz social son posibles. Y en el desempeño de esta noble misión y de este bello oficio, marcado por una imprescindible vocación de servicio público, todos los notarios, hombres y mujeres, mujeres y hombres, intentamos cada día ofrecer lo mejor de nosotros mismos. Nos ayuda siempre en esa tarea el ejemplo impagable de los que nos precedieron y desbrozaron el camino, entre los que se cuentan aquellas tres mujeres pioneras de cuyos valores nos sentimos, al mismo tiempo, deudores y fiduciarios.

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