A lo largo de mi ejercicio profesional, veintinueve años nada más y nada menos, el mayor obstáculo que he tenido ha sido conciliar mi vida profesional con mi vida laboral. Ser madre, esposa y abogada en ejercicio no ha sido nada fácil, hasta el punto de que ha habido veces que sentía no estar haciéndolo todo lo bien que debiera en ninguno de dichos ámbitos, quiero decir, llegaba a sentir que no era ni buena madre ni buena abogada.
Recuerdo un período en que a punto estuve de dejarlo todo y apartarme del mundo profesional para dedicarme exclusivamente al familiar, si no lo hice fue porque el apoyo que no encontraba en la sociedad de la que percibía me exigía más por ser mujer y por ello me sentía en la obligación de demostrar continuamente que era capaz de ser una profesional con mayúsculas a la par que una madre coraje, lo tuve en el ámbito privado pues mi pareja siempre colaborador en lo que a corresponsabilidad parental se refiere, continuamente me ha apoyado hasta el punto de que si me veía desfallecer y pensar en dar un paso para atrás dispuesta a renunciar a mis ambiciones profesionales, me empujaba para dar dos pasos hacia adelante.
Sin embargo, las mujeres no deberíamos sentir que tenemos que demostrar que somos válidas para ser madres y profesionales. Nadie pone en duda que un abogado, además de ser profesional es buen padre y no está dejando de lado su vida familiar por el hecho de trabajar más horas en su despacho, de viajar más o en definitiva por tener ambiciones profesionales y luchar y trabajar duro para alcanzarlas; pero, si en vez de abogado es abogada, la cosa cambia y ahí es cuando sentimos la necesidad de demostrar que somos capaces.
Este continúo tener que…..con el que nos encontramos las profesionales a diario, porque socialmente todavía un amplio sector social entiende que está en nuestro rol de mujer el cuidado de los hijos, de nuestros mayores, en definitiva que está en nuestro ADN ser “ las cuidadoras”, es lo que ha llevado a que muchas mujeres hayan abandonado su vida profesional, su vida laboral para dedicarse al cuidado de sus familias o aún no abandonado su profesión, la continúen ejerciendo a tiempo parcial para poder compaginarla con dichas tareas.
Es importante que esta mentalidad cambie, que eliminemos estereotipos arraigados en la sociedad sobre cuál es o cuál debería ser el rol de los hombres y las mujeres, generando situaciones de desigualdad. Y, para ello, cómo no, la mejor herramienta, la única herramienta es LA EDUCACIÓN. Hay que acabar con esa idea, tan arraigada socialmente, que siempre presupone y vincula al hombre con cualidades como la valentía, el carácter dominante, la racionalidad, la fortaleza y la eficacia, a la vez, que a la mujer se la vincula con sustantivos como la fragilidad, la dependencia, el rol de cuidadora y por supuesto el de “madre coraje”.
El fin de los estereotipos, comienza en la escuela, empezando por acabar con la desigualdad existente en los propios libros de texto en lo relativo a la presencia femenina en los mismos. Como afirma Ana López Navajas, profesora de Lengua y Literatura, investigadora y asesora de Coeducación e Igualdad: “Las mujeres no han sido protagonistas de nada, ni de la cultura ni del desarrollo social. A partir de ahí es más fácil menospreciar a la mujer, que ella tenga más deudas sociales y que sea más sencillo cosificarla. Y de la cosificación a la violencia no hay nada, eso es lo tóxico de esa carencia”. “No percibimos su ausencia porque nos han educado en un canon cultural androcéntrico. Nos transmiten un panorama cultural parcial como si fuera universal, pero no lo es, falta el 50% de la población. Este es el gran fraude de la educación, que es el elemento fundamental de transmisión cultural”, continúa López Navajas. Joana Bonet Camprubí, licenciada en Filología, periodista y escritora dice: “(…) Ha habido muchas mujeres que han construido y construido, y su memoria ha quedado diluida”.
En un informe de oxfam intermón, organización española, no gubernamental, de cooperación para el desarrollo, se señalan una serie de estereotipos que aún persisten en nuestra sociedad y que oímos a diario, tales como “fíjate, ella aquí y sus hijos en casa”, “la maternidad impide que las mujeres se centren en su trabajo”, “ la mujer no tiene la suficiente autoridad para ocupar cargos directivos”. No puedo estar más de acuerdo con esta organización cuando afirma que “los estereotipos son construcciones ficticias que, aunque están bien arraigadas en nuestro imaginario colectivo y en nuestro día a día, es posible combatir en pro de una sociedad más equitativa. ¿Cómo? Comenzando por la educación de nuestros peques y, sobre todo, a través de nuestro ejemplo”.