Cuando me propusieron este artículo me quede preocupada, ¿Cuál era mi opinión al respecto? ¿Qué vivencias había tenido? Lo cierto es que nunca me había parado a pensar y analizarlo. El día a día nos puede, y compaginar trabajo, familia y amigos cada vez es más complicado. Y también me planteé desde que perspectiva lo tendría que analizar, desde mi experiencia en la Universidad y estudiando oposiciones, en el despacho, lo que vivo en los juzgados o cómo lo percibo con los clientes y mis compañeros de profesión. Y siguiendo con el análisis me di cuenta de que mis experiencias eran totalmente diferentes en cada ámbito por el que había pasado del mundo del Derecho, y de las que se podían extraer diferentes consecuencias y conclusiones.
Por tanto, creo que debe hacerse un análisis global para llegar a una conclusión.
Debo iniciar mi análisis con mi primer contacto con el mundo del Derecho, es decir, la Universidad y posteriormente cuando estuve preparando las Oposiciones para acceder a la Carrera Judicial y Fiscal. Lo primero que tengo que destacar de esta época es que éramos más mujeres que hombres, tanto a nivel de estudiantes como de profesorado. Durante los años que estuve opositando el porcentaje de mujeres opositoras era también mucho mayor y con diferencia y lo mismo se podría decir de las que aprobaron. Sin embargo, los Tribunales que nos examinaban eran todo lo contrario, predominaban los hombres.
Me acuerdo de que en ese momento me llegué a plantear por qué había tanta diferencia entre el número de opositores y opositoras y el razonamiento que me dieron varios opositores me dejó bastante estupefacta, me dijeron que las oposiciones solo las pueden hacer las mujeres porque se pueden permitir estar estudiando sin trabajar y un hombre no puede. Increíble, ¿no os parece? Pues mucha gente lo pensaba, tanto del mundo del derecho como de mi entorno y no podía entenderlo porque mis padres siempre me habían educado en la igualdad y así también lo había recibido en el colegio, por lo que ¿Cómo podía ser que en el mundo laboral o en el mundo en general se pensase eso?
Por suerte cuando accedí al mercado laboral comprobé que no todo el mundo pensaba igual, ni mucho menos.
Desde que inicié mi andadura como abogada comprobé que, en los juzgados, lo mismo que había sucedido en la Universidad y en las Oposiciones, éramos muchísimas mujeres las que interveníamos en el día a día de la Administración de Justicia, es difícil encontrar una vista judicial en la que todo sean hombres, lo normal es que haya más mujeres que hombres. Pero, en cambio, no sucede lo mismo en las Altas instancias, en los Tribunales Superiores de Justicia o en el Tribunal Supremo o en el Consejo General del Poder Judicial, donde predominan los hombres. En todos ellos hay una característica en común, la edad, todos ellos son mayores y creo que son de generaciones en las que, por desgracia, la mujer no estudiaba, no existía una igualdad de condiciones y por ello en esas generaciones no puede existir una paridad. Son las generaciones posteriores en las que predominamos las mujeres y las que entiendo que conseguiremos romper ese techo de cristal y conseguir una paridad o, todo lo contrario, que sean las mujeres las que dominen estos altos organismos. Sinceramente creo que nos iría mejor.
Entrando en el mundo laboral, tanto en el despacho como mi relación con otros compañeros/as de profesión, así como en la Universidad en la que colaboro, tengo que destacar que siempre he recibido un trato igualitario, nunca he visto una diferencia entre hombres y mujeres. Casi siempre he tenido un trato exquisito y de igual a igual con la mayoría de las personas que me relaciono, ya sean abogados, clientes o contrarios, y con aquellos que no ha sido así por su educación, comportamiento, etc… siempre he entendido que era por motivos como mala educación, envidia y por qué no decirlo, mal perder, pero nunca he pensado que fuese por una cuestión de género.
De hecho, al redactar este artículo y pensar en que situaciones he vivido, he recordado un caso en el que al salir de la sala de vistas la parte contraria me insultó y con insultos que se nos suele dedicar a las mujeres. Lo cierto es que se me había olvidado, pero recuerdo que mi reacción fue reírme y decirles que no era nada personal, que estaba haciendo mi trabajo y que no podían tener tan mal perder y eso que aún no teníamos la sentencia, que hay que decir que confirmó que mi cliente tenía razón. En ese momento lo achaqué a que vieron como habían perdido el caso y dirigieron su ira contra mí, aunque luego a su abogado, hombre, también oí como le dedicaron unas cuantas lindezas, pero no lo consideré como un ataque a mí por ser mujer, sino una cuestión de que le habíamos ganado el juicio.
Si que es verdad que hablando con compañeras de profesión no puedo explicar lo mismo y es cierto que, en ocasiones, me han relatado situaciones tan absurdas como que había clientes que no querían hablar con ellas sino solo con sus jefes que eran hombres o que no aceptaban su opinión si no venía respaldada por la confirmación de un compañero del despacho que sea hombre. Pero creo que son situaciones que cada vez se dan menos y se está educando a la sociedad para que esto no suceda, todos debemos poner nuestro granito de arena para que esto no suceda ni situaciones peores.
Después de ir analizando y desgranando mis vivencias y las de mi entorno y lo que he ido experimentando en los diferentes ámbitos del derecho reafirmo mi consideración de que será mi generación la que rompa ese techo de cristal que todos conocemos y que a determinados cargos de las instituciones no se ha llegado por una cuestión de tiempo, ya que las mujeres accedimos mucho más tarde a la Universidad, al mercado laboral y todo ello en condiciones de igualdad.
Estas condiciones de igualdad son las que tenemos que mantener y perseguir, debemos luchar porque las mujeres lleguemos allá donde queramos y que nada ni nadie nos ponga ninguna limitación. Considero que soy muy afortunada porque no he lidiado con ninguna injusticia en este aspecto y aspiro a que nuestros hijos y las generaciones venideras sigan considerando y defendiendo esta igualdad y finalmente la sociedad y los órganos de poder reflejen esta visión, una sociedad sin techos de cristal y que defiende la valía de las personas.