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20/04/2024. 06:36:44

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No hay clientes vip en mi despacho

Raquel del Moral, abogada y mediadora

En marzo de 2020 cumplí mi veinticinco cumpleaños en esta apasionante profesión, mi llegada al Colegio de Abogados de Córdoba fue algo precipitada. Había terminado la licenciatura y hecho un curso de Derecho Comunitario y no sabía muy bien qué quería hacer. Como tenía buen nivel de francés, me imaginaba trabajando en alguna de las instituciones de la entonces llamada CE, Comunidad Europea, hoy UE. Sin embargo, una amiga de la carrera, que se ya era abogada, me animó e insistió para que me colegiara en ese momento, de lo contrario, debido a un cambio legislativo inminente, para poder darme de alta en el turno de oficio, tendría que contar con tres años de ejercicio efectivo de la profesión.

No provengo de una familia de abogados. Mis padres eran docentes, “maestros de escuela” y soy de Santaella, un pueblo pequeño de la campiña cordobesa, no conocía a ningún abogado/a en Córdoba, por lo que me resultó muy complicado encontrar un despacho donde realizar mi pasantía. Finalmente, un compañero se apiadó de mí y durante año y medio estuve en su despacho, aprendí muchísimo porque compartía el espacio con otros cinco abogados y abogadas, algunos con muchísima experiencia, otros que acababan de empezar como yo. En ese primer despacho pude tomarle el pulso al derecho de verdad y lo más importante que aprendí fue el tipo de abogada que no quería ser.

Esa oportunidad, unida a mi paso por la Escuela de Prácticas Jurídicas fue fundamental para poder abordar mi temeraria entrada en el turno de oficio. La escuela me permitió acercarme sin complejos a los que fueron mis profesores: jueces, fiscales, abogados veteranos, forenses… y los lazos de amistad que hice con mis compañeros de clase, que todavía hoy perduran, ¡me han salvado en más de un aprieto!

Cuando me di de alta en el turno de oficio, no existían los turnos especiales de  hoy día (extranjería, menores, violencia, penal, hipotecario, penitenciario…) y para que te turnaran un asunto civil, había que estar inscrita obligatoriamente en el turno penal general, así que me di de alta  en el turno de asistencia al detenido de la mayoría de los partidos judiciales de la provincia, tenía el carnet de conducir desde hacía años, pero no había conducido en mi vida. Sin embargo, me lancé a la aventura, no sin miedo, pero con muchísima ilusión y ganas de aprender.

Hoy en día, los jóvenes abogados que acceden por primera vez al turno de oficio, están mucho más preparados que yo lo estaba cuando hice mi primera guardia, pues los máster de acceso a la Abogacía incluyen en sus programas varios meses de prácticas obligatorias en despachos consolidados que son evaluadas y deben de ser superadas  y  además,  deben contar con esos tres años de ejercicio efectivo previo.

Cuando me colegié, no existía el SOAJP en el Centro Penitenciario de Córdoba, pero yo colaboraba con una asociación que prestaba asesoramiento gratuito a los presos en la antigua cárcel de Córdoba. Allí conocí a Manuela una interna que cumplía condena por tráfico de drogas en el módulo de las mujeres, a quien ayudé con su divorcio y desde que salió de prisión, de eso hace ya más de veinte años, no ha parado de mandar clientes al despacho.

La mayoría de mis clientes mujeres del turno de oficio, lo han sido por temas  relacionados con el derecho de familia, civil en general  o porque han sido víctimas de violencia de género. No hay un perfil único de mujer que solicita un abogado del turno de oficio, las hay con poca formación, y las hay muy preparadas, las hay confiadas y otras exageradamente desconfiadas, en general son bastante disciplinadas, mucho más que los hombres, saben escuchar y se dejan guiar y desde luego son muy exigentes, cada día más.

Siempre he tratado por igual a mis clientes, en mi despacho no hay clientes vip y clientes del turno, hay solo clientes con problemas y mi obligación y gran responsabilidad es intentar ayudarlos. Estoy adscrita al turno porque estoy convencida de que, de esta forma, como decía Andrew en una de las escenas más emblemáticas de la película Fhiladelphia “(…) de cuando en cuando, no muy a menudo, uno puede participar en el hecho de hacer justicia y realmente cuando ocurre, es emocionante”.

He tenido la suerte de conocer a mujeres extraordinarias, luchadoras, generosas y muy agradecidas. Estas pasadas navidades, una de esas mujeres, que al término de la vista de su juicio, me manifestó muy enfadada su descontento con mi actuación en sala, se presentó en el despacho, con un décimo de lotería y una garrafa de aceite, habían pasado dos años desde el dictado de la sentencia que estimó nuestra demanda y quería disculparse y darme las gracias porque aquel día había sido injusta conmigo.

Esta “abogacía artesanal”, como yo la defino, que es la que ejerzo desde hace años, que parece llamada a extinguirse por la vorágine de las nuevas tecnologías, es la que me ha permitido llegar donde estoy y ello no hubiera sido posible, si muchos de mis clientes del turno de oficio no hubieran confiado en mí.

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