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29/03/2024. 09:40:00

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Garzón en su laberinto

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El autor sostiene que la politización de las actuaciones judiciales del juez Garzón han mermado su capacidad crítica y su objetividad profesional.

Hay algo poético en la administración de la justicia. Será por eso que los grandes juristas de la historia eran, ante todo, extraordinarios humanistas, almas grandes, artistas de la vida. Recordamos su doctrina, pero también sus existencias. Sin embargo, no existe el caso de un ser excelso cuya personalidad haya terminado oscureciendo su pensamiento. Hay una unión indisoluble entre el ser y la obra. Cuando el actor se impone al ser humano, la obra palidece. Cuando el protagonismo radica en los gestos, en el accidente y en la efímera circunstancia, es preciso dudar. Hay que vacilar, cartesianamente, ante aquellos jueces que se sitúan por encima del bien y del mal, como leviatanes que no aceptan que las leyes y no el hombre han de regir la sana convivencia social.

Hay mucho de populista tropical en el juez Garzón. Pese a sus notables avances en la configuración de una jurisdicción global y su evidente tino en la persecución de dictadores y caudillos, su figuretismo anárquico lo pierde. Y pervierte su obra. Más aún, le impide estampar su firma en la historia. Esta patología del poder, nosotros, los latinos, la hemos padecido innumerables veces en la fauna judicial del nuevo continente. Para situar el ucase del juez en un contexto apropiado, habría que recordar su pertinaz defensa ideológica de un partido concreto, su compromiso político con el felipismo, su tesonero afán vindicativo. ¿Todo esto lo invalida para la función pública? Ciertamente, no. Sin embargo, constriñe su actuación a temas técnicos en los que su apasionado corazón no empañe la objetividad que el pueblo exige de sus funcionarios.  Hoy Garzón, inmóvil, contempla su laberinto.

Brillar con luz propia en el firmamento de la justicia suele atraer moscardones que se inquietan, por envidia o rivalidad, ante el triunfo del talento. Lo contrario sucede en los predios de la política. Ésta, siempre más banal, aúpa a los ambiciosos sin problemas para entregarlos, más tarde, a la jauría de sus semejantes. He aquí el destino al que se enfrenta nuestro jacobino de la Villa y Corte. Cercado por sus enemigos, tendrá que aparcar la toga y batirse como Alatriste. Usos de la política, pedestres, primitivos.  A éstos se ha entregado un juez que pudo ser grande, alguien llamado a ser un guardián de la auctoritas, en su loca y vana carrera hacia el estrellato fugaz.

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