El autor traza las líneas directrices de un posible gobierno de la humanidad, que denomina Antroparquía.
En su reciente encíclica sobre la globalización, Benedicto XVI subraya la urgencia de una autoridad política mundial que actúe, de manera dispersa, conforme a los principios de solidaridad y subsidiariedad. Y es que la humanidad, como la familia, es un ente natural, no sólo cultural. Cuestión distinta es que haya precisado de un alto grado de madurez social para intentar organizarse política y jurídicamente. Al parecer, ese momento ha llegado.
Somos testigos del tránsito de un pretendido gobierno mundial de Estados soberanos a una suerte de democracia global que bien podemos denominar Antroparquía o "gobierno de la humanidad". La Antroparquía es la forma de gobierno que ha de desarrollarse paulatinamente mientras emerge una voluntad política universal, expresión de toda la humanidad y no sólo de una porción de ella. Hablamos de Antroparquía y no de Antropocracia porque se trata de un sistema basado en la legitimidad (-arquía) y no en la mera legalidad (-cracia). La exigencia natural de constituirnos en una comunidad de personas que asuman, conscientemente, el imperativo de construir un mundo mejor, se opone a los espasmos autocráticos que buscan cimentar un orden fruto de las voluntades presentes, los intereses coyunturales y las políticas oportunistas de un espacio-tiempo concreto. Hace falta visión de futuro.
La Antroparquía apuesta más por el rule of law inglés y que por el Estado de Derecho (Rechtsstaat) alemán, ya que éste exige, como es obvio, que el Derecho emane del Estado. Por el contrario, en el rule of law la ley tiene un límite preciso, y ninguna fuente pierde protagonismo. Necesitamos, pues, novísimos métodos de gobierno que trasciendan los procesos posmodernos, proclives a ser controlados impunemente por criptocracias rampantes y plutocracias financieras.