Hoy, 1 de septiembre, comienza (al menos formalmente) un nuevo curso para el abogado. Algunos llevarán semanas o días trabajando, otros, quizás la mayoría, se habrán reincorporado al despacho, pero de lo que no cabe duda es que este es un día de esos especiales en nuestro particular calendario profesional. Por tal circunstancia, y siendo nuestro primer post de la temporada, me gustaría aprovechar para transmitiros la impresión que albergo sobre lo que he venido a llamar la vitalidad actual de la abogacía, es decir, el dinamismo o vigor que hoy manifiesta nuestra profesión.

¿Y por qué hablar precisamente hoy de vitalidad? Porque el hecho de que nos sintamos individual y colectivamente más vitales (lo cual es algo extraordinariamente positivo) es una buena oportunidad para seguir fortaleciéndonos y mejorando en nuestro camino para ser mejores profesionales.
Para ello, voy a destacar, muy sucintamente, algunos de los aspectos que, en mi opinión, demuestran que la abogacía, en su conjunto, está más viva que nunca.
Preparación del colectivo: Fruto de las reformas académicas iniciadas con la Ley 34/2006 es indudable que quienes hoy se incorporan a la profesión salen mejor preparados que los que lo hicimos con anterioridad a la reforma, por lo que el tejido que conforma nuestro colectivo ha ganado en calidad y, como consecuencia, se generará (si no está ocurriendo ya) una competencia beneficiosa para la preparación y capacidades de la abogacía.
Formación: La formación de los abogados está alcanzando una importancia desconocida hasta la fecha. La oferta formativa es amplísima y ésta ha ampliado sus márgenes desde el derecho sustantivo hasta aspectos relacionados con las habilidades profesionales, la gestión de los despachos, marketing, y un largo etcétera. Gracias a este nuevo escenario, por cierto, muy bien recibido por los abogados, sean nóveles o expertos, todos podemos mejorar en conocimientos cada día más específicos y, a la vez, necesarios en un derecho más complejo y diverso. Ya no hay excusas para dormirse en los laureles.
Asociacionismo: El aislacionismo que nos ha caracterizado empieza a ser superado (y en esto tiene mucho que ver las redes sociales) a través de la agrupación puntual o permanente de abogados a través de foros, asociaciones, redes profesionales, colaboraciones entre despachos, grupos de opinión, etc. , lo que está permitiendo que a través de estos encuentros no solo superemos este individualismo tan nuestro y tal letal, sino que las sinergias del colectivo permitan conocer mejor la profesión, mejorar nuestros servicios y expresar nuestra opinión a través del análisis, la reflexión y, por qué no, la crítica profunda, dirigida al avance de nuestro colectivo.
Modernización: La mayoría de los abogados (especialmente en pequeños despachos) que hace un lustro eran reticentes a la modernización de sus despachos, son hoy conscientes de la necesidad de adaptación de sus organizaciones a la sociedad actual y las demandas que ésta proyecta sobre nuestro colectivo. Fruto de esta concienciación, los abogados se están ocupando y preocupando (cada uno a su ritmo) de lograr que sus despachos sean más eficaces, eficientes, productivos y, por tanto, más competitivos.
Compromiso social: Verdadero termómetro de la vitalidad de la profesión, hoy más que nunca, nuestro colectivo, tanto a nivel de sus Colegios Profesionales como a través de las asociaciones antes citadas, e incluso individualmente, están alzando su voz mediante un debate permanente, y de forma muy efectiva, frente a cuestiones como el funcionamiento de la administración de justicia; la eliminación de barreras de acceso a la justicia; la violencia de género; la protección de la infancia y de los discapacitados; los derechos de los inmigrantes; la prevención de nuevos delitos, cuestiones éstas, entre otras muchas, en la que los abogados ponemos nuestra voz al servicio de la sociedad y de los ciudadanos que la integran.
Los jóvenes abogados: Last but not least, y con razón, pues esta podría ser la guinda de pastel porque los jóvenes abogados, especialmente a través de sus asociaciones y agrupaciones repartidas por todo el mapa nacional, constituyen, para los más veteranos, una savia (por cierto, elemento que da vida o vitalidad) que está llamada a garantizar el futuro emergente de nuestra profesión. Afortunadamente, mantengo un contacto excelente con los jóvenes abogados, y puedo afirmar que hay ilusión, pasión, entrega y un deseo constante de crecer como abogados; un botón de muestra de ello fue el último Congreso Estatal de la Abogacía Joven (Ceaj2016) celebrado el pasado mes de junio en Sevilla y que, sin perjuicio de su extraordinaria organización, supuso un claro mensaje al colectivo y a la sociedad de que la renovación progresiva de la abogacía está asegurada en cimientos sólidos.
Y concluyo con una reflexión y una cita.
La reflexión es simple: se vital, preparándote, formándote, asociándote, modernizando tu despacho, comprometiéndote con los problemas de la sociedad y manteniendo siempre el espíritu de un joven abogado, reflexión que me lleva a la cita de don Angel Ossorio y Gallardo que encabeza este post:
"No basta que cada abogado sea bueno, es preciso que juntos todos los abogados, seamos algo".
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