Está científicamente demostrado[1] que el lenguaje no solo describe, sino que además crea realidades, pues afecta a nuestras emociones y a nuestro estado de ánimo, de modo que un mensaje plagado de palabras con una connotación negativa no serán bien acogidas por el receptor y viceversa (y eso lo saben muy bien en publicidad).
Lo más sorprendente es que esta cuestión no depende de nuestra parte consciente, sino que es nuestro inconsciente el que, a partir del lenguaje, genera unas emociones positivas o negativas. En tal sentido, no hemos de olvidar que las palabras que conforman el lenguaje son una fuerza; son el poder del que disponemos para expresar y comunicar lo que pensamos, lo que sentimos. En definitiva, son la expresión de nuestra intención en cada momento en que las pronunciamos.
Todo lo anterior nos lleva a la importancia que puede tener la selección de las palabras que vayamos a emplear en nuestro informe oral, valor que radicará en la forma en la que el juez, destinatario único del mismo, las percibirá.
Y para la mejor comprensión de esta idea es inevitable que recordemos la importancia de la estructuración del alegato y, dentro de esta, la fase argumentativa en la que pueden distinguirse dos partes: la argumentación de nuestra propuesta de defensa, a través de la cual tratamos de persuadir al juez de la bondad de nuestros argumentos, y la refutación de la contraria (ésta última puede ser anticipada si informamos antes, o posterior, si lo hacemos al final) mediante la cual trataremos de restar valor a los argumentos de contrario.
Por lo tanto, en un contexto en el que el abogado trata de persuadir al juez de la conveniencia de su propuesta, es lógico pensar que si le hacemos llegar nuestro mensaje de una forma agradable, favorable, suave, es decir, empleando palabras que refuercen el mensaje y le den un impacto positivo, este será recibido probablemente con más atención e interés (ya decía Quintiliano que “el ánimo abraza mejor lo que oye con gusto”); por el contrario, si lo que tratamos es de transmitir la inconveniencia de determinados argumentos, qué duda cabe que si lo hacemos en un contexto verbal preñado de expresiones desagradables, negativas y que debiliten el mensaje (el mensaje refutado, claro está), habremos conseguido, con independencia de la argumentación, crear un contexto poco propicio para la recepción del mensaje.
Partiendo de lo anterior, proponemos que a la hora de elaborar el informe oral, cuando nos dediquemos a preparar las dos partes de la argumentación, seleccionemos claramente el lenguaje que vamos a emplear, distinguiendo entre argumentación y refutación, incluyendo algunos sustantivos, verbos, adverbios o locuciones en el lugar clave que corresponda. De esta forma, dispondremos de un informe estratégicamente diseñado para impactar en uno u otro sentido, en función de las palabras empleadas.
A modo de ejemplo, ypara nuestra argumentación, podríamos usar las siguientes palabras:
– Claro, preciso, coherente, uniforme, acreditado, probado, demostrado, objetivo, recto, directo, fácil, sencillo, comprensible, lógico, entendible, conciso, verdad, certeza, argumentado, honesto, fiel, razonado, solvente, favorable, lineal, ordenado, previsible, concatenado, conclusión, centrado, justicia, ecuanimidad, equidad, neutralidad, probidad, rectitud, conciencia.
A este uso podríamos añadir la técnica de referirnos a nuestro cliente por su nombre de pila (don Juan, Juan, el señor Juan, etc.) en lugar de mi patrocinado, mi mandante, mi cliente, el acusado, etc., ya que así haríamos nuestra intervención más humana y cercana al juez.
Y para la refutación, estas otras:
– Oscuro, tergiversado, entramado, incoherencia, deslavazado, disperso, subjetivo, parcial, sinuoso, inveraz, interesado, falto de…, huérfano, carente de…, carencia, omisión, olvido, adornado, hojarasca, sin fondo o contenido, improvisado, desacreditado, difícil, complejo, ilógico, incomprensible, falacia, infiel, desfavorable, perdido, retórico, hostil, injusticia, atropello, abuso, componenda, sinrazón, podría ser, creo que, pienso que…podría decirse que…
Igualmente, en este caso es preferible emplear términos como demandante, demandado, acusado, adverso, etc. con el fin de crear una sensación más fría y distante.
Para concluir, hemos de realizar una precisión: el uso del lenguaje que hemos examinado tiene una exclusiva finalidad estratégica en el contexto de la exposición de nuestros argumentos y refutación de los contrarios; ahora bien, en modo alguno ello puede autorizar el empleo en sala de un lenguaje para insultar, culpar, reprochar, etc., o un lenguaje desagradable, arrogante, tosco, sarcástico, irónico, etc., pues en tales casos estaremos siendo irrespetuosos frente al compañero, la parte contraria y frente al propio juez, lo cual es deontológicamente inadmisible, sin perjuicio de que este lo verá como muestra de pocos recursos o de escasa preparación.
De lo que se trata en definitiva es de atacar, a través del uso de la palabra adecuada, la argumentación adversa desacreditándola o debilitándola respetando a la persona y al profesional que la defiende y asiste.
[1] Refiere Enrique Martínez Lozano en su libro “Crisis, crecimiento y despertar de la existencia” sobre un experimento en el que a un grupo de personas se le pidió que observara una serie de palabras de tipo negativo que se les iban proyectando tales como imposible, complejo, insuperable, peligroso, desagradable, atemorizador; a continuación se les tomó una muestra de saliva. Poco después, se modificaron las palabras por estas otras: posible, superable, accesible, capaz, valioso, y se les volvió a tomar la muestra. Los resultados fueron notables: en el primer ejercicio el grupo presentó un marcado aumento de cortisol (hormona del estrés), mientras que en el segundo se produjo un descenso.