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29/03/2024. 15:12:22

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De la malversación de fondos

El delito de malversación de fondos es, básicamente, el gasto de dinero en cuestiones inadecuadas, bien consumos ajenos a la actividad, gastos no relacionados con el objeto social, etc.

Dinero metido dentro de burbujas

En ocasiones se confunde con la apropiación indebida que suele instrumentalizarse a  través de una compraventa innecesaria, a un precio excesivo, a una empresa del interesado o como instrumento para pagar una comisión sin plasmarla en la contabilidad.

Las dos figuras anteriores también se confunden con la negligencia y la inutilidad: la primera, perseguida penalmente en los casos más graves; la segunda, sólo sufre reproche social.

Cuando se hacen gastos innecesarios y excesivos por una mala política, es mala suerte empresarial; cuando se ahonda en ellos y la política empresarial, que producen más pérdidas, es inutilidad; y, por último, cuando se rebasan las líneas de seguridad, los puntos de apalancamiento, etc, por esa contumacia en profundizar en el error, eso es una negligencia, en ocasiones, punible.

Puestas en claro las tres figuras básicas, y los derivados, pasamos a analizar el panorama musical  mundial. Todos los países y las grandes ciudades tienen una empresa-sociedad que asume la representación de la ciudad respecto de un determinado tipo de  otras. Esta representación implica una especialización que permite montajes a un coste menor. La Ópera se encuentra acondicionada a este fin y así, por ejemplo: tiene un almacén de trajes, atrezzo, etc.; una sala de conciertos también tiene un diseño especial y elementos propios como puede ser un órgano, etc.; una sala de cámara tiene una estructura menor, adecuada únicamente para eso.

Todas la óperas, todas la grandes orquestas, tienen una programación, realizada con varios años de antelación, que se encuentra inspirada por una serie de políticas empresariales y artísticas que son, casi siempre iguales.

La primera política es distinguirse innovando con montajes espectaculares. Todas las salas de opera, de conciertos, de cámara, etc. tienen entre sus objetivos "atraer al público" con grandes representaciones y, visto desde fuera, es una apreciación totalmente subjetiva, siempre existen dos o tres representaciones "rompedoras", es decir un altísimo gasto sólo comparable con lo fuera de contexto en que se encuentra la puesta en escena. Cuentan que esas dos o tres obras rompedoras, están  realizadas por dos o tres personas venidas de fuera, curiosamente de los últimos destinos que ocupó el director de la casa. Este esquema se repite en casi todas las partes de este mundo.

La segunda política es distinguirse innovando con montajes nunca vistos. No podemos olvidar que la realización de la programación de uno de estos centros, grandes óperas, grandes orquestas, etc, se nutren de fondos públicos, casi públicos, patrocinios del ministerio,  o, al menos, con representatividad pública. El programa no se define o realiza de un modo democrático, ni transparente, ni mediante oferta pública. Se supone que existe un comité de expertos o una oficina administrativa que decide en base a desconocidos criterios del gran público, que va a representarse, los medios, el despliegue, si la representación será barroca o minimalista, si será el contexto original o "traslada de época al momento actual". El público, el abonado, sólo sabe lo que compró el día que asiste a la representación, y su título.

Formulémoslo de otra manera; como compro un abono de ballet clásico, espero asistir a eso,  ballet,  me gustará, más o menos, el montaje, la compañía será mejor o peor y, hasta admito que, en un ciclo, exista una obra un poco fuera de lo esperado, de esas que llamamos "innovadoras", "rompedoras", minimalistas, etc. Se está comprando un abono, no se está comprando un décimo de lotería, para asistir al espectáculo por el cual he pagado.

Planteémoslo de otra manera, cuando alguien compra un abono a los toros, la corrida será buena o mala, los toros tendrán casta o no, incluso puede que sea interrumpida por un espontaneo o llueva, pero no se acepta, que por "innovar" se toree una cabra o un rinoceronte, o en vez de capote, se utilice un chal.

La tercera política es "rejuvenecer al público", y en la práctica termina siendo una política de desesperar y echar a los abonados, mediante obras inadecuadas al lugar en que se representan, venta de entradas en el último minuto o a precios irrisorios, que han permitido entrar a personas a quienes sólo les faltaban las palomitas en plena aria.

Quien compra un abono, lo mantiene, hace cola, etc. no sólo está mostrando una fidelidad al espectáculo, acredita un respeto a la obra, cuando la ve permanece en silencio y eso es independiente de la edad, del atuendo y del precio.

Cuando un director afirma que pretende "innovar" o "educar" el gusto de los asistentes, termina por presentar obras nuevas, que no son en las que pensaba el comprador. Unos lo llaman innovar o educar, otros oscilamos entre el engaño y la manipulación.

En una sociedad democrática manda la mayoría y sí mil, dos mil o tres mil personas, todos los años, pagan una significativa cantidad de dinero, el director de la casa debe proporcionar ese tipo de música, y si su criterio artístico es diferente, como cualquier profesional, debe dejar sus opiniones personales en casa, y si no puede, no aceptar el cargo, no cobrar por no dar al público lo que pagó y ofenderlo diciéndole que su gusto es erróneo erigiendose en juez de gustos ajenos.

Además existe lo que llaman "acervo social" y que yo denomino "inercia social". Quien quiere oír ópera, va la Ópera. Quien quiere escuchar un gran concierto acude al Real. Y quien quiere deleitarse con un cuarteto acude a una sala de cámara como la desaparecida y añorada sala Gayarre. Quien quiere aprender, acude a un conservatorio, y quien pretende enseñar se presenta a catedrático.

Ir contra la inercia podemos considerarlo un comportamiento suicida o negligente, pues, en el fondo, es gastar dinero en lo contrario a lo que la gente espera encontrar. Reconvertir una ópera en un teatro de musicales o variedades es legítimo siempre y cuando acuerde y exprese claramente. Quien compra una entrada en la Ópera espera escuchar ópera y si se encuentra con una zarzuela posiblemente proteste, pero sí asiste a un musical o a un espectáculo de variedades, directamente nos encontramos ante una estafa.

Últimamente, además, se está confundiendo lo que es una sala de conciertos con las conocidas, y algunas míticas, salas alternativas o de arte y ensayo. Se olvida que cada actividad  tiene su sitio y no puede convertirse todo local en un lugar de arte y ensayo por estar de moda o ser "lo último".

Todo este ambiente se ha terminado de enrarecer con una política legítima de intentar rejuvenecer el público que asiste a estos lugares. No es legítimo atraer a ese público alterando la esencia del lugar, convirtiendo la ópera, de cualquier gran capital, en un teatro de musicales sin avisarlo. De hacerlo así, podríamos calificar este tipo de actividad con una malversación de fondos o una estafa a quienes están esperando escuchar una ópera o un concierto o de quienes subvencionan una opera y se encuentran con algo totalmente distinto.

Dirán que tiene mala solución pero yo me  pregunto: ¿Dónde está Luis Cobos?  ¿Se le ha ofrecido dirigir el Real? ¿Dónde está Plácido Domingo? ¿No quiere cantar en el Teatro Real o en el Teatro de la Zarzuela? Incluso ¿Se le ha preguntado sí le gustaría dirigirlos?

Así podría seguir con todo el elenco de grandes músicos, directores de orquesta, cantantes, etc.,  que tiene España, desperdigados por el mundo y que nunca se ven por aquí.

Hay quien piensa qué "España es así" pero lamento comunicarles que no. Empieza a ser un mal endémico. ¿Conocen el "METROPOLITAN OPERA" de Nueva York? Creo que lo conocen hasta quienes odian la música. Cuentan que, en el año 2006, Peter Gelb llegó al "METROPOLITAN OPERA" de Nueva York para rejuvenecer y popularizar la ópera. No estaba claro que era popularizar cuando el negocio anterior ya era muy rentable. Podría ser bajar los precios hasta el umbral de mínimo funcionamiento, con el fin de que acudiera más público pero lo cierto es que, con los abonos, no había butacas libres Tal vez fuera gastar dinero en representaciones gratuitas a los colegios, en horario lectivo, para que los niños se aficionaran a la Ópera, pero eso no se hizo. Puede que fuera permitir a los estudiantes asistir a los ensayos generales, pero tampoco fue así.

La popularización consistió en lo que ahora estamos viviendo en España, grandes obras, propias de salas alternativas, con presupuestos elevadísimos, seleccionadas con unos criterios no muy conocidos, dirigidas y montadas por personas que coincidieron en destinos anteriores de quienes decidían. Los aficionados a la ópera  de New York desaparecieron y al público de las salas alternativas no les gustó acudir al edificio del "METROPOLITAN". En sólo ocho años, se ha consumido el líquido, las reservas contables y el prestigio de más de un siglo de esta venerable institución, obligando a sacar a subasta gran parte del patrimonio "museístico" de la institución. Debemos de hacer un inciso; dentro del mecenazgo americano es una costumbre muy arraigada que las grandes estrellas reconozcan que su éxito se debe a su voz, y a todos aquellos que colaboraron con ella, revirtiendo parte de sus beneficios en la institución en modo de donación. Algunas donaciones son económicas, pero otras son obras de arte, y de entre todas destaca un broche de "Hojas de Grosella" que perteneció a la Emperatriz Eugenia de Montijo. Dicen que salió a subasta, y que se equilibró la contabilidad.

En España, con fondos públicos, semipúblicos, sociedades de la administración, patrocinios estatales, etc. . . . tal vez, puede, que se estén realizando gastos de modo inútil, con malversación manifiesta, o apropiación indebida, pero, aquí no tenemos las "Hojas de Grosella" de la Emperatriz Eugenia de Montijo para equilibrar la contabilidad, ni un control administrativo de sociedades públicas o casi públicas con importantes patrocinios o aportación de fondos públicos.

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