Siempre me he sentido una privilegiada cuando se ha abordado este tema. No he sufrido el problema del techo de cristal, de la brecha salarial o de la imposibilidad de conciliar vida personal y laboral. Sí, he utilizado conscientemente el término vida personal en lugar de familiar, porque parece que la conciliación se acuñó en un principio como un término pensado para personas y, en concreto, mujeres con hijos, cosa que me enoja. Afortunadamente también eso va cambiando. Pero no cambiemos de tema. El no tener nada interesante que contar es lo que me ha llevado a dudar tanto a la hora de escribir y a hacerlo casi a última hora.
Me he tenido que remontar 25 años atrás para encontrar algo que en su momento sí me produjo cierta incomodidad y que estoy segura de que ahora no sucedería. Acababa de abandonar mis años de opositora a Notarías y comencé de pasante en un despacho. Eran dos socios masculinos abogados y uno femenino economista y fiscalista. Como digo, entré como pasante y mi relación más estrecha era con ellos. Siempre me trataron muy bien y de hecho les guardo mucho cariño y agradecimiento, pero sí, tengo el recuerdo de un comportamiento que era frecuente en la época: cierta actitud paternalista con alguien joven y del sexo femenino, algún comentario sobre ropa o aspecto físico, un sentido del humor fino e irónico que hoy se consideraría inapropiado y que desde luego, ya no se utiliza. No implicaba ningún menosprecio laboral pues de hecho en un periodo muy breve pasé de buscar jurisprudencia y legislación preparatoria de los casos (en productos de Aranzadi, por cierto), a encargarme de la redacción de demandas y en pocos meses me ofrecieron incorporarme como socia. Fueron otras circunstancias de carácter personal las que me llevaron a rechazar la oferta y mudarme de ciudad, pero estoy segura de que allí hubiera estado cómoda y encantada. Su mundo hubiera evolucionado al son de los tiempos, como de hecho así ha ocurrido.
De modo que ser tan privilegiada me vuelve aburrida, pero me hierve la sangre cuando veo a mi alrededor actitudes inapropiadas no sólo en el mundo del Derecho sino en la vida en general. Hace relativamente poco, hablaba con un abogado, padre del colegio donde ambos llevamos a nuestros hijos, sobre su futuro y acerca de lo que nos gustaría que estudiasen. En un momento dado dijo: el niño que estudie una ingeniería en Madrid y la niña, que haga algo aquí facilito como Derecho. Yo ahí fallé. Me hubiera gustado decirle que me alucinaba que en siglo XXI no pusiera el mismo interés en el futuro de ambos, máxime teniendo las dos buenas capacidades intelectuales y que me sorprendía que él hiciera del sexo un motivo de distinción. Quiero creer conociéndole que fue sólo un comentario desafortunado y no meditado o un malentendido. Me callé por no discutir y todavía me pesa haberlo hecho. Hubiera sido mejor haberlo aclarado.
En conclusión, diré que gracias al buen oficio de muchas personas y empresas se ha avanzado mucho en este camino. No hay más que ver el gran elenco de profesionales jurídicas que hay a nuestro alrededor. Ya no hay marcha atrás. Ahora el objetivo es que llegue el momento en el que ya no sea necesario abordar el tema por haber quedado totalmente superado.
