La ideología de género es la rebelión vigente. Es evidente que la mujer a lo largo de la historia ha sufrido discriminaciones y desigualdades, y que es una suerte vivir en estos tiempos de apertura de igualdad de derechos, pero no solo la mujer ha sido víctima de procesos sociales; y no es solo a la mujer a quien debe dirigirse el nuevo ministerio, como se está haciendo. Y es que el mal llamado Ministerio de Igualdad es en realidad una sede ministerial para llevar a cabo la ideología de género.
La sociedad ha ido encontrando los modos de conciliar la igualdad fundamental de hombres y mujeres con sus diferencias, y los gobiernos han respondido emanando normas que auparon a las mujeres a iguales derechos, igual acceso a la enseñanza e iguales oportunidades económicas; aumentó el número de universitarias, de mujeres profesionales liberales y en cargos públicos electos o designados por nombramiento. Persisten determinadas desigualdades de hecho, y a la mujer no se le toma en serio en todos los ambientes, pero no solo a la mujer.
Los procesos de selección arbitraria en el amplio sentido de la palabra son connaturales a la condición humana. La mujer ha estado siempre más expuesta por mil motivos evidentes, pero nada más.
Es por eso que choca el cariz del Ministerio de Igualdad, porque es algo diferente a la igualdad. Si así fuese, debería ser una especie de observatorio que midiese la eliminación de todas las formas de discriminación en cualquier grupo social, incluidas las mujeres. Parece, sin embargo, que lo que se ha instaurado por vía oficial es un Ministerio de Ideología de Género, olvidando que la igualdad es algo trasversal, y la mayoría de las veces sutil, siempre para todos y en todos los ámbitos posibles; y que además tiene más que ver con la educación y el sentido común que con una nueva instancia administrativa.
Una ideología en sí es algo pernicioso, por ser un sistema cerrado que se retroalimenta. La de género surgió entre las feministas radicales norteamericanas de alrededor de 1960, desde la crítica al feminismo tal y como se entendía hasta ese momento: la meta "errónea" era la que se había buscado (la igualación de derechos entre el hombre y la mujer), la buena era la desaparición de la distinción entre hombre y mujer. Para ellas no había nada natural en la diferencia, sino roles sociales, psicológicos y sexuales asociados; motivo por lo que se pusieron a reconstruir las categorías culturales, jurídicas y lingüísticas que durante siglos levantaron la distinción entre sexos.
El feminismo de equidad es la creencia en la igualdad legal y moral de los sexos: tratamiento justo y ausencia de discriminación. Por el contrario, el feminismo del género es una ideología que pretende abarcarlo todo, según la cual la mujer está presa en un sistema patriarcal opresivo. Ven señales de patriarcado por todas partes y piensan que la situación se pondrá peor.
A ello les había animado Simone de Beauvoir, que recogió la trasposición de Engels de la lucha de clases a la lucha de sexos; y los trabajos de campo de la antropóloga cultural Margaret Mead, que había visto cómo en Nueva Guinea las sociedades no estaban construidas ni les movían las mismas cosas que en occidente: no hay universales.
Y se definió para el gran público en la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer de 1995 en Pekín. En Pekín se dijo que "el género se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente que se asignan a uno u otro sexo (…) el género es una construcción cultural; por consiguiente no es resultado causal del sexo (…) en consecuencia hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino".
Parte de todo ello es asfixiar el supuesto sexismo en el idioma. Para la ideología, el lenguaje no es inocente ni neutro, sino que transmite, interpreta, reproduce culturas, refuerza los valores imperantes en la sociedad y hasta llega a condicionar la visión de la realidad.
Hacer chistes de las maniobras gramaticales de la Ministra de Igualdad achacándoselas a una falta de instrucción personal es equivocar el tiro. No son más que torpezas en la llevada a cabo de algo muy preciso, en una de las consecuencias de la ideología de género: el idioma es patriarcal y hay que deconstruirlo para ejecutar la grave tarea de denunciar las ideas y el lenguaje hegemónico, ese lenguaje que para el feminismo radical es parte de la hegemonía masculina. Cosa diferente es que suene mal, que la Ministra lo argumente de una manera patosa; y que la prensa esté viviendo minutos gloriosos cada vez que hace unas declaraciones.
La deconstrucción del idioma es parte principal del determinismo cultural, y ahora, además, se ha vuelto una especie de última versión de la corrección política, aún con torpezas. Pero eso no es labor de un Ministerio, sino en todo caso de grupos sociales con los recursos de quien les apoye. Y menos del de igualdad, porque de igualdad no se está hablando.