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28/03/2024. 18:50:11

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Informe

La informática: otra casa de cristal

Mercedes García Quintas
abogada e investigadora de la Cátedra Garrigues de Derecho Global

En La Casa de Cristal Truman Capote cuenta la vida en la prisión de un hombre que cumple condena por homicidio involuntario. Se encuentra de repente sumergido en una institución inhumana gobernada por oficiales que dejan que los reclusos creen sus propias estructuras de poder. Nunca como ahora, y parece que esto no ha hecho más que empezar, hemos proporcionado tanta información personal a desconocidos a través de la red. Indudablemente tenemos una vida mucho más inmediata y accedemos a servicios que hace unos años ni imaginábamos. Sin embargo, hemos creado y estamos alimentando una hidra con cabezas de inseguridad ciudadana y crecientes intervenciones policiales.

La informática: otra casa de cristal

Peter Fleischer, consejero de privacidad en Europa de Google, escribía hace un año que aunque tradicionalmente se decía "para vivir felices, vivamos ocultos"; la vida no es así de sencilla. Cada vez es más difícil respetar la privacidad. Exigencias de seguridad interna y externa, intereses de los mercados, reorganización de las administraciones públicas y un cambio en la concepción de la comunicación, marketing y know-how precipitan a la sociedad hacia una disminución de las garantías legales o simplemente de buenas prácticas.

Confiamos a diario nuestra información personal a los demás. Los teléfonos móviles indican el punto en el que estamos en un radio de cientos de metros. Las tarjetas de crédito y de fidelización registran lo que preferimos comer, dónde compramos y el tipo de hoteles en los que nos hospedamos. A las empresas que surten de estos servicios les llegan a diario una ingente cantidad de información que se entrega de modo voluntario, aunque quizá inconsciente. Por lo tanto, hay un traslado hacia las empresas de la responsabilidad del tratamiento de los datos personales con la sensibilidad que se merecen; y se abre una caja de interrogantes a los gobiernos que, cada vez más, perciben la información que las compañías guardan de sus clientes como una valiosa arma para la lucha contra la sanguijuela del terror.

Vivimos en una época en la que la protección de la privacidad está caracterizada por fuertes contradicciones, por no decir por una verdadera esquizofrenia social. Por un lado, es cada vez mayor la toma de conciencia de su importancia no sólo para la tutela de la vida privada de las personas, sino también para su misma libertad y seguridad.

Durante décadas, los políticos han tenido que buscar el equilibrio entre la privacidad y el poder policial al diseñar la legislación sobre justicia criminal. Generalmente tomaban el camino más cauto, favoreciendo el respeto a los derechos individuales. Pero después de las atrocidades terroristas los gobiernos han intentado redirigir ese equilibrio y dar más poder a la policía a través de interceptaciones legales masivas. La Patriot Act ha pasado por alto la protección que durante una época había servido para amparar las libertades individuales en Estados Unidos. En Europa la Directiva de Retención de Datos tomó en principio una perspectiva un poco diferente, aunque probablemente el resultado será el mismo: el troquelado de la privacidad personal. Ambas normas han producido una enorme contestación social. Mucha gente no verá nada de malo en ello, argumentando que tan sólo afectará a los malos y que la gente inocente no tiene nada que esconder. Pero no se sabe si de verdad servirá para luchar contra el terrorismo, ya que siempre habrá especialistas en tecnología. Tampoco está del todo claro que los beneficios compensen los riesgos adicionales de seguridad generado por la creación de estas bases masivas de datos.

Estas nuevas y gigantes recogidas de informaciones pueden revelarse como inefectivas e incrementar la vulnerabilidad social. Cada uno de nosotros se expone al riesgo de que los propios registros vayan a parar a manos de quien consigue entrar ilegalmente en estos enormes y no siempre seguros bancos de datos; y que informaciones delicadas sean puestas en circulación por empleados infieles de las empresas que tienen la gestión de la recogida de rastros y datos.

Por ejemplo, en 2006 robaron los datos de 52 millones de clientes de Mastercard, y el Senado de Estados Unidos, consciente de estos peligros, a continuación aprobó una propuesta de ley que obliga a los gestores de los bancos de datos a informar a sus clientes de los peligros de sustitución de identidad. En estos episodios tragicómicos que pasan cada día hay algunos puntos de inflexión, el más difícil todavía: Jérome Kerviel, el famoso trader que en enero hizo estallar la crisis de Société Générale reventando su seguridad informática para ocultar sus operaciones bajo falsas transacciones gracias al conocimiento que tenía del sistema del banco, ha encontrado otro trabajo, desde principios del mes de abril se ha incorporado a la plantilla de LCA, sociedad especializada en asesoramiento informático, como consultor.

Nos enfrentamos a  una verdadera redistribución de poder social, una redefinición de la posición de la persona y de la ciudadanía. El peligro para la seguridad que se produce por la ingente cantidad de datos que hay en la red es grande y debe ser atajado. Sin embargo, en esta lucha, la democracia no puede perder su verdadera y profunda naturaleza, que es  históricamente su arma más fuerte para contrastar cualquier ataque.

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