La profesión de abogado sigue siendo una desconocida por la sociedad Será clave desarrollar una actividad de información en la que la transparencia y la independencia sean elementos clave
En mi opinión, la profesión de abogado sigue siendo una desconocida por la sociedad, si bien he de reconocer que en los últimos años se viene realizando un esfuerzo considerable por transmitir a la ciudadanía un conocimiento más completo del sector, extremo que viene corroborado por las encuestas que se publican periódicamente en el Consejo General de la Abogacía Española.
No obstante, queda mucho camino por recorrer y prueba de ello la encontramos en las falsas creencias que los abogados hemos de escuchar o percibir de nuestros clientes en las primeras fases del encargo. Estas percepciones, lugares comunes muy arraigados en el inconsciente colectivo social, son producto de la secular distancia que ha separado a nuestra profesión del ciudadano de a pie.
Con estos antecedentes, el presente post pretende rescatar algunas de esas creencias para, posteriormente, reflexionar brevemente sobre la forma de evitar que hagan mella en la relación abogado-cliente y de paso, facilitar esa comprensión que la sociedad nos demanda.
1º.- Los abogados conocen plenamente y dominan el derecho aplicable a su asunto.
Cuando el cliente accede al abogado da por hecho que el profesional cuenta con los conocimientos técnicos necesarios para resolver su asunto, sea cual sea la especialidad a la que corresponda la materia controvertida. Sin embargo, todos sabemos que los abogados, si bien conocen el Derecho, realizan un constante proceso de estudio y actualización en áreas muy específicas, por lo que resulta prácticamente imposible disponer, ab initio, del conocimiento técnico que el cliente presume.
2º.- Los abogados, al conocer el Derecho, no realizan un trabajo concienzudo de estudio y preparación de los asuntos.
Consecuencia de la percepción anterior, los clientes desconocen el ingente esfuerzo que desarrolla todo abogado para asistir y defender a sus clientes, dando por hecho que los conocimientos adquiridos durante sus estudios universitarios y su ingenio serán suficientes para resolver el encargo.
3º.- Los abogados son muy caros.
Consecuencia de la intangibilidad de nuestros servicios y de la falta tradicional de transparencia en materia de honorarios, existe una creencia muy difundida sobre la onerosidad de nuestra retribución.
4º.- Los abogados se deben identificar con las emociones del cliente.
En numerosas ocasiones, los clientes consideran que el abogado debe sentir lo mismo que el cliente, pues así realizará una defensa más eficaz. De esta forma, identificándose con las emociones del cliente, el abogado será su proyección, solo que dotado de las habilidades legales necesarias para lograr el resultado deseado por aquel.
Esta creencia es precisamente la que motiva que el cliente vea con malos ojos las relaciones de compañerismo y cortesía entre los abogados adversos.
5º.- Si el abogado gana el juicio es mérito del cliente, si lo pierde es culpa del abogado.
Esta creencia parte de la base de otra también errónea, cual es que el cliente siempre tiene razón en la controversia que motiva el encargo a su abogado, desconociendo los factores internos del caso (la posible debilidad o fortaleza del mismo) y externos, concretados en la intervención de terceros que van a influir en la decisión final de su asunto (el abogado adverso, los testigos, peritos y, por supuesto, la decisión final del juez).
6º.- Si en juicio el abogado habla poco o menos que el letrado adverso y luego se pierde el asunto, la causa no es otra que la escasa locuacidad de su defensor.
Esta percepción es muy habitual y su causa reside en la personificación que hace el cliente del juicio y la proyección antes apuntada, de modo que al encontrarse en una lucha, batalla o competición, es preciso hacer siempre más que el contrario, y en hablar, ya se sabe que nadie nos supera…
7º.- Un abogado joven ante un abogado veterano es derrota segura.
A la hora de comparar a los defensores, el cliente se dejará llevar por la idea, no exenta de certeza, de que la veteranía es un grado y el talento, imaginación y picardía que da la experiencia inclinarán la balanza a favor del abogado más experto.
No obstante, el cliente no sólo desconoce que el perfil del asunto encargado es clave para determinar el resultado, sino que el talento y especialmente la dedicación del joven abogado al estudio y preparación del caso pueden ser definitivos en sala, pues si bien el abogado experto nace con la experiencia acumulada, el amor, la pasión y la entrega a la profesión del abogado novel puede anticipar esta veteranía.
A la vista de estas creencias y otras muchas cuya exposición excedería el ámbito de esta colaboración, hemos de considerar la necesidad del abogado de entablar un proceso de negociación con su cliente, puesto que sin existir conflicto alguno, la relación profesional abogado-cliente requiere, especialmente en sus primeras fases temporales, del establecimiento de una serie de premisas debidamente consensuadas, que, a su vez, permitan al abogado desarrollar su actividad profesional con la máxima eficacia y al cliente mantener e incrementar el grado de confianza que exige una relación de tal naturaleza.
Dicho de otra forma, debido al desconocimiento que el cliente tiene de la actividad a desarrollar por su abogado, este tiene el deber de alcanzar con aquél diversos acuerdos esenciales para que la relación se constituya sobre bases sólidas presididas por la independencia, confianza, honestidad y responsabilidad.
Por ello, será fundamental que al comenzar la relación profesional el abogado identifique aquellas situaciones que requieren de una aclaración al cliente, y a continuación desarrolle un proceso de educación, a través del que irá sentando las bases de la relación sobre certezas en lugar de creencias, lo que le permitirá realizar la asistencia al cliente en un escenario de comunión perfecta.
Para ello, será clave desarrollar una actividad de información en la que la transparencia y la independencia sean elementos clave. Transparencia para comunicar la perspectiva real que se esconde tras la creencia errónea. Independencia para mantener un criterio objetivo, ajeno a la subjetividad inherente al cliente, que permita al abogado acentuar los aspectos de la relación en la que solo él decide y ejecuta la estrategia de defensa más adecuada para los intereses del mismo.
De esta forma, poco a poco, iremos construyendo una ciudadanía que nos conozca mejor, lo que coadyuvará, sin duda, al prestigio de nuestra profesión.
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