Pensemos la enorme información que recaba el reconocimiento facial de nuestra vida privada Toda esa información que reside en diferentes servidores, inconexos entre ellos, puede encontrar un nexo de unión
Cada día vivimos más vigilados, entre ese eterno debate de la seguridad y la privacidad, entre el control del poder y la defensa de los derechos civiles que tantas veces vemos en las películas futuristas y que parece que estamos rozando con los dedos o, tal vez, sería más apropiado decir, con la piel de nuestros rostros.
En los últimos días, las noticias sobre el desarrollo del reconocimiento facial que está desarrollando la Administración China, recorren las redacciones de prensa de todo el mundo. El régimen está interconectando las cámaras públicas con las privadas para aumentar la vigilancia del Estado sobre delincuentes y disidentes. Claro que, el concepto delincuente en China puede alcanzar el de saltarse un paso de cebra y ver cómo, además de la multa, tu foto aparece en las marquesinas mientras cometías la infracción como escarnio público.
La pesadilla orweniana de su obra 1984, el gran hermano que controla todo, está cada día más presente. Pensemos la enorme información que recaba el reconocimiento facial de nuestra vida privada, quiénes somos, dónde estamos, qué rutas seguimos, con quién estamos… Toda nuestra vida en una agendada informáticamente capaz de extrapolar intenciones, hábitos, consumos, nivel económico…
La información que regalamos en nuestros perfiles sociales
Algo que unido a toda la información que regalamos en nuestros perfiles sociales públicos, añade relaciones, ideología, pensamientos, gustos, afinidad religiosa… y que, si se enlazara con toda la información privada que, también, en la mayoría de los casos regalamos a nuestros proveedores cuando pagamos con tarjetas de fidelización que nos identifican o a los servicios de Internet en los que nos registramos, hablaría de nuestras compras, desde las más cotidianas a las más oscuras que podamos hacer amparados en la privacidad de unos términos y condiciones que jamás leemos.
Hoy toda esa información que reside en diferentes servidores, inconexos entre ellos, pero que, bien por nuestro nombre u otros datos, bien por nuestro rostro, pueden encontrar un nexo de unión y el sinfín de datos históricos dispersos, con el tratamiento apropiado, haría que dejaríamos de ser seres anónimos y pasaríamos a ser clasificados por miles de parámetros.
¿Se imaginan ir a cruzar un control del pasaporte de un país y terminar detenidos porque criticamos e insultamos en un tuit a su líder supremo?, tuit del que no nos queda el más mínimo recuerdo en nuestra memoria, pero sí en el repositorio digital de nuestra vida. Y todo porque a través de nuestro pasaporte, que ha dejado de ser solo un número conectado a los antecedentes penales, han podido acceder a nuestro yo digital, en el que les hemos dejado abierto tantas cosas de nuestro pensamiento y de nuestra vida.
Información dispersa en Interent
O que un individuo capture una imagen nuestra en la calle y pueda saber quiénes somos y tener un perfil de quien somos agregando, simplemente, toda nuestra información dispersa en Internet.
Hace unos días un miembro de la Guardia Civil, tras la resolución del caso Diana Quer, reclamaba al legislador europeo la importancia de conservar los datos de telefonía, tan oportunos para resolver el caso de la desaparición de la malograda joven, al estar en entredicho la conveniencia de su mantenimiento. Los datos en sí mismos no son malos, ni lo son todos los datos que regalamos en Internet y fuera de Internet, ni los que puedan recabar a través del reconocimiento facial. El problema, como siempre, es su uso, quien lo use y para qué.
No quisiera imaginar lo que hubiera sido tener toda esta información en manos de la Alemania Nazi. Pero es que los artículos que hablan sobre China tienden más a este oscuro control del Estado a sus ciudadanos y, por ende, al resto del mundo, que a un simple control burocrático.
¿Estamos ante el comienzo del fin de nuestra privacidad? ¿Ustedes qué creen?
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