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29/03/2024. 06:27:52

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La burbuja del fútbol

Coordinador del Practicum de la Abogacía, Ed. Aranzadi

Alberto Palomar Olmedo

Se acostumbra a decir que existe una burbuja – en términos económicos o empresariales – cuando un sector vive por encima de sus posibilidades y genera un sector empresarial o de negocio que no se corresponde con la realidad y con las posibilidades de los agentes económicos que intervienen en el mismo.

En este esquema, llegar a la conclusión de que el fútbol profesional vive por encima de sus posibilidades es, probablemente, confundir conceptos. Desde esta perspectiva, el sector del fútbol profesional es uno de los que aún mantiene capacidad de crecimiento y, realmente, la renovación de los grandes contratos televisivos o publicitarios no se van a realizar en los próximos meses o años con números inferiores a los que sustentaban los contratos anteriores. Por tanto, se mantiene (más allá del grado) una cierta capacidad de crecimiento que, desde luego, demuestra que lo de vivir por encima de las propias posibilidades es algo que, realmente, no está del todo probado.

A partir de ahí, lo que realmente se produce es la consideración del fútbol – como tantas veces en la vida social- como un elemento, como un sector estético al que se le pide un plus de ejemplaridad. Es curioso que la ejemplariedad empresarial deba producirse, únicamente, en el ámbito del ocio o el entretenimiento. En este sentido, el fútbol debe a las Administraciones Públicas cantidades que, en cualquier otro sector, no denotarían una situación patológica del sector. Sin embargo y pese a su porcentaje, lo exigible del fútbol es que su deuda sea inexistente en el marco de una sociedad en la que los empresarios mantienen fuertes deudas con las Administraciones Públicas y, muy a menudo, se entiende que son empresarios ejemplares que saben dosificar sus pagos para conseguir la solvencia y el funcionamiento regular de sus organizaciones.

Otro tanto puede decirse del conjunto de la deuda privada y de la propia vistosidad de las operaciones mercantiles, que algunos sectores de la sociedad se han apresurado a calificar de socialmente indignas de la misma.

De alguna forma puede decirse que en el fútbol todo es exagerado. Los contratos, los niveles de ingresos, de gastos, el dramatismo social de su enjuiciamiento, su pasión, su capacidad de levantar pasiones y sociedades que pasan de desbordar su éxito en las calles de nuestras ciudades, de consumir periódicos, radios y televisiones como en ningún otro sector de la vida social, a convertirse en los más agudos críticos de la desmesura de la actividad económica que encierra, de los números de los contratos, de los sueldos, salarios y, en general, de la actividad deportiva. El contraste se centra en que se utilizan los mismos grados de pasión para desbordar un calle pública como para criticar a los directivos de una actividad que, desde luego, no responde a las reglas económicas clásicas.

Cuando una sociedad exige a una fórmula capitalista aquello que hizo gracia en la expresión del "dinero al banquillo y no al bolsillo" podemos decir, sin temor a equivocarnos, que estamos ante un enjuiciamiento poco riguroso de una actividad social y ante una actividad económica, cuando menos, confusa.

A partir de aquí es evidente que el fútbol necesita supervisión económica, estructuración del negocio, solvencia general, hábitos profesionales de funcionamiento y, sobre todo, necesita asentar el negocio sin someterlo, como tan a menudo ocurre, en falsas premisas. Esto es tan necesario que el propio Estado debería analizar si realmente el conjunto de su regulación (televisión, radios, juego, información, etc..) responden a un esquema de respeto de la actividad profesional y no de utilización del ocio y del fútbol como elementos de la actividad social.

El tratamiento de la actividad económica del fútbol deja mucho que desear. Nuestra legislación combina utilización del fútbol con exigencias profesionales en un sector claramente intervenido, en el que se imponen de facto o de iure una serie de obligaciones en nombre del interés general que no son propias de una actividad esencialmente económica como es la que representa, en esencia, el fútbol profesional.

Ajenos a esta actividad nos lanzamos, con la misma pasión con la que se canta un gol o se grita a favor de un equipo o frente a otros, a considerar que los gestores son, esencialmente, inidóneos para el desarrollo de su actividad. El fútbol – se dice- es un gigante con pies de barro. El método de análisis tiene, a veces, el mismo rigor o la misma pasión que la propia actividad sobre la que gira.

Que el fútbol necesita criterios profesionales, económicos, solvencia, administración, es algo que nadie puede negar (probablemente como en otras tantas actividades sociales y económicas). De ahí a considerar que el problema único del fútbol es su gestión es mucho decir, porque el fútbol necesita un nuevo marco jurídico y de regulación que sea coherente con su consideración de actividad económica privada y necesita, a partir de ahí, someterse a reglas comunes de responsabilidad económica. Sin olvidar que se trata de una actividad susceptible de producir mayores ingresos y que, por tanto, puede llegar a asentar lo que produce.

Si existe o no la burbuja depende mucho del método de análisis de la realidad. A veces se tiene la sensación de que en dicho análisis se aplican las mismas reglas de pasión y desenfreno que son inherentes a la propia actividad deportiva.  Más y mejor regulación, más seriedad en los criterios de gestión, en la responsabilidad y en la consolidación de los proyectos empresariales y menos aproximaciones sentimentales a una realidad que necesita cambios – sin duda- pero que sigue produciendo tantos activos como capacidad de generar pasión.

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