Ayer se presentó en Madrid, en la sede de Garrigues, la obra Antonio Garrigues, embajador ante Pablo VI. Un hombre de concordia en la tormenta, del historiador Fernando de Meer Lecha-Marzo. Publicada en la Global Law Collection de Thomson, abriendo la serie biográfica, en esta interesante contribución a la historia contemporánea de España, de Meer destaca el papel que en ella jugó Garrigues, un hombre que puso todos sus talentos al servicio de su país.
A partir de una extraordinaria documentación inédita, de Meer analiza la falta de sintonía del Gobierno de España con Pablo VI y su Secretaría de Estado, así como las tensiones que existieron entre el régimen de la dictadura franquista y un sector del episcopado español. Como embajador de España ante la Santa Sede, Garrigues intentó, con éxito, sentar las bases de una concordia que pese a sus esfuerzos tardaría en llegar.
De Meer tiene razón. Todos los que conocimos a don Antonio podemos dar fe de ello. Su afán, su hambre vital de consenso es una de las claves esenciales para entender al gran español que fue Garrigues. Era de esos hombres que creen en el diálogo, en la apertura, en el respeto. Garrigues defendía la síntesis de opiniones divergentes, la construcción paulatina de un ente superior, la armonía. Garrigues era un posibilista, un realista que vivió en carne propia las tensiones del radicalismo. Y aprendió de todo ello. Por eso, luchó a brazo partido contra los extremismos que, totalitariamente, estigmatizaban al oponente, invalidando sus argumentos y condenándolos al ostracismo. Allí dónde había discordia, Garrigues buscaba la unión. Allí dónde se plantaban barreras, don Antonio tendía puentes. Era un conciliador. Un pontifex maximus.
Libros como el de Fernando de Meer son necesarios. Y hombres como Garrigues, imprescindibles. Los libros, porque nos recuerdan una época difícil en la que, pese a todo, la voluntad de consenso se impuso al radicalismo, a la crispación y al desencuentro. Los hombres, porque sólo su ejemplo nos señala el derrotero a seguir en esta hora en la que es imprescindible un nuevo diálogo abierto, ponderado y audaz entre la Iglesia y el Estado, sin vencedores ni vencidos.
Han pasado algunos años desde que don Antonio apostara por el acuerdo, el equilibrio y el realismo. Han pasado algunos años desde que la transición triunfara gracias a hombres como él. Garrigues, el jurista, apreciaba la realidad, sin disfrazarla. La contemplaba, regodeándose en ella. Espiritualizándola. Urgen hombres de su estirpe, juristas de la historia, campeones de lo posible, que no se arredren ante los desafíos del siglo XXI.
