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25/04/2024. 01:29:29

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La discutida mayoría de edad del libre comercio

Mercedes García Quintas

Pocas palabras han generado tantas lecturas como la palabra libertad. Igualmente, pocas como ella han sido tan manipuladas en beneficio propio. Sin embargo, parece razonable que erigirse en libre implica aceptar ser responsable. A pesar de dicha obviedad en la práctica los Estados no llegan hasta las últimas consecuencias del razonamiento, mostrándose incapaces de acatar los frutos del capitalismo tal y como sí hacen en cambio a los súbditos asumir sus deudas. El Estado erigido como agente económico a la vez que garante de un amplio abanico de aspectos de la vida social ha llevado a la actividad económica a soportar tirones que entorpecen la confianza, cuya vitalidad es y será siempre fundamental para las más sencillas operaciones.

Que el Estado sea un agente económico junto al sector privado es, fríamente visto, una deficiencia del libre mercado que sin embargo se hace irrenunciable dadas las contingencias a las que tiene que salir al paso.

La dinámica de las emisiones y colocaciones de Deuda Pública descarga responsabilidades estatales en la banca y en Estados con desahogo económico, lo que ha hecho entrar a los responsables políticos y a los técnicos al servicio de la política en terrenos en los que lo personal, lo soberano, lo económico, lo electoral, lo justo, lo legal y lo legítimo se hacen rozaduras.

Entre la tendencia natural a crecer de lo público y las contingencias de estos dos últimos años se está creando un Estado de tamaño inasumible. De ello hay una vista de cerca y una vista más amplia.

De cerca, la talla del aparato estatal se ha puesto sobre la mesa cuando la crisis ha sacado sus vergüenzas. Esta crisis, que tantas biografías se ha llevado por delante, ha puesto el flexo sobre roles, prácticas e instituciones que no tienen razón de ser.

La sociedad está tensa porque no acaba de identificar el momento en que comenzó a engañarse. Le es difícil elegir entre si ha sido una clase política que ha propiciado un Estado elefantiásico cuyo rebaje puede dejarnos en el país pequeño que seguramente seamos o una actividad bancaria cuyo vigor se ha basado en un endeudamiento que la población no podía en realidad asumir, la cual -actividad bancaria- se ha unido en ocasiones siniestramente a lo público.

De lejos, desde Bruselas, la crisis griega nos ha hecho volver a nuestros orígenes. Hemos visto cómo responsables políticos no dudaban en llamar perezosos o descuidados a los helenos, cómo ellos llamaban prepotentes a los alemanes, cómo por lo bajo le hacían los cuernos con los dedos a España, Italia, Irlanda y Portugal y acusarse unos a otros de haber generado más gasto y haber pagado pobre y despóticamente sus deudas de la Segunda Guerra Mundial.

Más tarde supimos que Grecia en sí no era el problema, sino que eran los bancos alemanes y franceses y en alguna medida ingleses quienes estaban enseñando sus facturas: la Deuda Pública griega que habían asumido, que vencía y nadie en Atenas se daba por enterado a la hora de pagar sus inversiones a los clientes, muchos de ellos particulares anónimos, clientes de sucursales a pie de calle de cualquier ciudad del continente.

Vemos cómo gobiernos se ponen a dar explicaciones si Moody's o Standar and Poor's rebajan el rating de éste o aquel país y un proyecto que es político y de paz como la Unión Europea no quiere ni hablar de cuestionar cómo fue de optimista al crear una Unión monetaria en la que no caben devaluaciones con economías tan lejanas como en sí alberga.

La actividad económica hoy dista de ser libre, y dista cada vez más cuanto en mayor medida pugna por hacer libres a los ciudadanos descargándoles de taras con las que viven.

¿Podemos ser imparciales al juzgar la locura que estamos viviendo?, ¿somos capaces de desasirnos de nuestras circunstancias personales para valorar, y más allá, augurar dónde terminará esta deriva mientras que cualquier iniciativa personal ha de contar con cuestiones que sobrepasan los conocimientos e intuiciones de un hombre medio bien informado?

Paro, déficit y Deuda son las fieras que nos rugen. El número de parados es excesivo y la efectividad de la reforma laboral que se ha presentado dependerá a la hora de la verdad de los jueces, "a quienes siempre han temido los empresarios españoles" tal y como decía The Economist días antes de que se aprobase el Decreto. Un espectador imparcial empalidecería si se le presentasen los estadillos. El propio Gobierno está sobrepasado por algo que más que cifras metamorfosean en hidras.

El déficit y la Deuda tienen otras lecturas, porque es un problema que comparten la práctica totalidad de las economías. Quien compra Deuda quiere su contrapartida. Se trata de una mercancía respaldada, al final, por un patrimonio estatal que, para rizar el rizo, es inalienable. Quien no confía no invierte. Quien no confía porque tiene miedo deja de ser imparcial.

El pago de la Deuda brama por ver crecimiento; bendita palabra que tan bien comprenden en China y que no dudan, por él, en arrasar derechos que en nuestras latitudes su sola puesta en duda causaría espanto. Cuando los dirigentes bancarios visitan en privado a los Primeros Ministros y les preguntan si se cumplirán plazos para el pago de sus inversiones, la pregunta es siempre la misma: acerca del crecimiento previsto. Entre los recortes de hoy y la opulencia de ayer hay una palabra feucha y que vende poco, y ella es la austeridad. Cabe preguntarse, de todos modos, dónde vamos con todo nuestro entorno convertido en austero.

De hecho, el nuevo Ministro británico del Tesoro, George Osborne, acaba de diseñar unas medidas con las que busca reducir el déficit al 1,1 % en 2015 (frente al 11% de 2009 y lo que llevamos de 2010). La magnitud del ajuste augura un impacto terrible, que ha hecho titular al cualificado Martin Wolf su columna del Financial Times el 22 de junio "Una masacre para que la que nadie estaba preparado".

Es implanteable dar marcha atrás en el tamaño que ha adquirido el Estado e inútil medir el peso que tiene en la economía, pero sí sería práctico retrotraer la memoria hasta qué punto la balanza de la iniciativa empresarial y la asunción de riesgos se trasladó al Estado.

A fuerza de carecer de libertad somos menos imparciales, y el libre comercio hace mucho que dista del calificativo que le acompaña por las necesidades que tiene el Estado.

El miedo como fruto de la crisis está deteriorando en exceso la sociedad. La minusvaloración práctica del esfuerzo y el mayor peso de la suerte desincentivan a una sociedad como la española, proclive a comportamientos pendulares. Hoy produce franca lástima imaginar cómo se recuperarán trayectorias y expectativas que pasaron de ser prometedoras a ser invisibles.

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