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28/03/2024. 11:00:08

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La libertad individual: ¿un engaño social?

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

El código penal se basa en la hipótesis de que las personas somos libres. Así, sólo priva de libertad a quien la emplea mal. ¿Qué pasaría si la hipótesis fuera falsa? Esta discusión ha desaparecido de nuestra vida. Se nos inculca a una edad temprana que un extraterrestre nos ha dado un alma que nos hace libres. Desde entonces ni los que no creen en él se cuestionan que no somos libres sino que somos necesariamente esclavos de nuestro genoma, dicho sea en términos modernos.

Nuestros genes condicionan nuestra salud y nuestro comportamiento. Ciertos hábitos refuerzan o debilitan esa fuerza natural. El mecanicismo del S. XVIII era fácil de ridiculizar dada la complejidad del ser humano y la gran ignorancia científica de la época. Hoy nadie discute que todo – hasta algo tan sutil como el amor – depende de factores bioquímicos. Todo está afectado por otros factores: físicos, equilibrios iónicos en las membranas celulares, eléctricos, etc., y medioambientales, físicos y sociales.

La realidad es la de que nacemos personas por nuestro genoma, aunque sea tan parecido al del gusano. Si pequeñas alteraciones genómicas nos habrían convertido necesariamente en gusanos, es evidente que alteraciones menores nos convierten, necesariamente, en distintas personas. Alteraciones circunstancias externas, como él medioambiente alimentario o social, afectan a ese genoma, que nos hace aun más diferentes. Genoma y circunstancias crean personas distintas: junto al cobarde que huye está el arrojado que se sacrifica; frente al que denuncia el delito, está "el que no lo ve"; frente al sano está el enfermo, etc..

A la demostración experimental de esta tesis, que la naturaleza demuestra experimentalmente "al que tiene ojos para ver y ve", se opuso la de la predestinación. De la lectura de "El Condenado por Desconfiado", de Tirso, excelente juego literario, se hizo un argumento más sensible que filosófico. Creernos dueños de nosotros mismos; como toda mentira, es más atractivo que la verdad: somos lo que nuestra naturaleza material hace de cada uno. Porque nos ensoberbece, la aceptamos sin cuestionarla ignorando lo que decía Ortega: "yo soy yo y mis circunstancias". En África, Martín Luthero King no hubiera sido quien fue, ni fuera de ella hubiera sido Mandela lo que fue. Ningún lector de estas líneas sería lo que es, mero lector, de haber nacido en Afganistán de padres afganos.

El malestar que sufre un niño por cuyo comportamiento se le riñe provoca, necesariamente, la misma reacción natural que la de los perros de Pavlov. Babea para recibir el aplauso por portarse bien; rehuye el mal comportamiento para evitar la bronca. En suma búsqua la felicidad que gratifica.

El cuerpo natural, el genoma, reacciona de distinta manera tras una educación, las circunstancias, que le provocan satisfacción o desagrado tras cierto comportamiento. Se inculcan así unos valores: dignidad, respeto, honradez, … u otros valores, miseria moral, desprecio al otro, falsedad hasta la mentira.

Tras ello, este nuevo comportamiento resulta igualmente natural; es la reacción natural a los estímulos, e igualmente necesario. Es tan imposible que una persona honrada mienta como que un falsario no lo haga. Ambos están natural y compulsivamente obligados a comportarse de ese modo.

Esta realidad se puede negar, pero no por ello desaparece. En lo jurídico, se le opone la argumentación práctica de la imposibilidad de sanción social a quien, por no ser libre, no tiene otra opción que la de actuar necesariamente.

El argumento es saduceo. La razón de la sanción no nace del mal uso de la libertad, que no se tiene, sino del mal que se produce a la sociedad. Al loco, con el genoma alterado "ab initio", que es un peligro para la sociedad, se le lleva a un establecimiento médico, quizá toda la vida si el tratamiento no lo cura y su peligrosidad permanece. Al delincuente, con el genoma alterado "ab tempore", se le lleva a un establecimiento donde se pretende su reeducación para poder reinsertarlo sin riesgo.

Carece de sentido el esquema del penal copia de la creencia en extraterrestres con sus cielos para premiar a los buenos y sus infiernos para condenar a los malos. Es un fraude, porque el responsable de su bondad o maldad fue quien los creó así, con su genoma defectuoso, o los colocó en circunstancias favorables para producir daño de modo inevitable. El colmo de este fraude consiste en echarle la culpa a la víctima.

El racionalismo naturalista acabó con esa actitud injusta. Frente al angelismo del ¡salvaje feliz!, surgió el derecho a la educación. Secuestrada ésta por los creyentes en extraterrestres – aun ocurre en muchos países –  la educación fue pública. Al secuestrado del voto, también por los mismos, le sucedió el sufragio universal. Así, al mejorar la realidad social – derecho a un salario mínimamente justo – disminuyó la delincuencia; fue el primer fruto del Estado del Bienestar, a cuya desaparición estamos asistiendo.

El genoma que la naturaleza – no un extraterreste – puso en cada uno incluye la búsqueda del bienestar – actitud común a los animales sin alma extraterreste. Si una piedra cae lo hace, necesariamente, como el exige la naturaleza, verticalmente. Si choca con otra, su caída se desvía de la vertical. Si una persona que se comporta mal, necesariamente, como le exige la naturaleza de su genoma, choca con el perjuicio que le inflinge la sociedad, la sanción que sufre mientras es educado, cambia su comportamiento.

La atenuante de los delincuentes privados de esa educación no es que su falta les privó de libertad, de la que carecemos todos. A ellos les faltó la suficiente educación de su naturaleza para convertirla en otra naturalidad, igualmente necesaria e igualmente carente de libertad, pero socialmente útil.

Quien se quemó una vez, adquirió la coacción natural de no poner la mano en el fuego, algo que no estaba en su genoma. El gato escaldado huye del agua fría. No hay libertad tras el aprendizaje. La actuación es igualmente necesaria. De la educación nace buscar lo beneficioso y huir de lo perjudicial, algo común a los seres vivos.

El prejuicio de la existencia de la libertad inventa a los "buenos" y "malos". El CP objetiva el hecho punible ignorando la falta de libertad. Castiga más al ladrón de coches, que al estafador de millones con las Torres inclinadas de Madrid; al ladrón de trajes, que al que "nunca los pagó"; al yonqui de la Rosilla, que al político que gasta recursos públicos con tarjeta VISA en prostíbulos homosexuales – eso es lo de menos – por devolver lo robado "tras haberlo cazado". Un concepto erróneo trae la injusticia.

La re-educación de estos delincuentes es distinta; los primeros dejarían de serlo recibiendo unas mínimas educación profesional y circunstancia externa favorable; quizá baste un salario mileurista que nunca tuvieron. La re-educacion de los segundos, que tuvieron todas las oportunidades, será, sin duda, más ardua, pero el actual esquema penal les permite eludir la reeducación. Ellos lo crearon así para su beneficio.

Sean dos niños recién gemelos, para que su genoma sea más parecido. Edúquese uno entre quinquis y dénsele al otro buenos ejemplos y buena alimentación desde su nacimiento en el seno de una familia culta y piadosa, que desborda amor no sólo entre sus miembros sino con cualquiera que se encuentre en su camino. El resultado naturalmente necesario es claro. El primero asesinará con corrección, como le pide su naturaleza, coaccionada por su educación; el segundo seguirá, con igual necesariedad, las pautas coactivas recibidas hará el bien y ayudará al necesitado.

Cabe oponer a este ejemplo el de hermanos cuyos comportamientos son muy diferentes. Es un ejemplo falaz. Su naturaleza de partida puede ser muy distinta, uno hipotenso, el otro hipertenso; uno gordo, el otro delgado, uno enfermizo, el otro sano, etc. Digan lo que digan los padres, cada uno recibió un trato distinto en casa, en el colegio, de sus compañeros, de sus profesores, de todos. De ahí sale uno aplicado, otro gandul; uno de derechas, otro de izquierdas; uno honrado, otro ruin. Necesariamente.

Pero como los genomas no son muy diferentes y las educaciones que lo coaccionan similares, lo estadísticamente más probable es que los hijos de familias decentes lo sean porque, necesariamente, no pueden ser otra cosa; y que los educados en el patio de monipodio salgan necesariamente ladrones, de cuello blanco o negro

La realidad que la naturaleza nos dio, no un extraterrestre, permite la coacción social en beneficio de la sociedad y del individuo. Los animales que viven en manadas hacen lo mismo; animales que sin alma puesta por ningún extraterrestre, no son libres. Son, simplemente, tan naturales y carentes de libertad como nosotros.

Es necesario abandonar esa falsedad – que somos libres – sobre la que descansa la actual doctrina jurídica, es necesario liberarse de una hipótesis falsa hija de creencias extraterrestres que niegan esta realidad contradiciendo la realidad experimental.

Es necesario modificar de arriba abajo toda la estructura del Código Penal y de todos los demás códigos basados en la misma falsa hipótesis. No somos libres cuando hacemos daño a los demás en  nuestro beneficio.

Evitar que sigan cometiendo daños, aun sin culpabilidad, es la obligación del nuevo código penal y, antes, de la estructura social.

El caso de los USA es más claro porque es más cromático: la mayoría de los delincuentes son negros; esos parias de la sociedad norteamericana, cuyas opciones de acceso a la educación, sanidad, trabajo, etc. son tan realmente nulas como teóricamente iguales a las de sus colegas "wasp" (white anglo – saxon protestant", les obligan de modo natural, es decir, necesariamente, a delinquir.

La estadística lo ratifica.

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