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19/04/2024. 02:06:25

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La ‘sostenida’ brecha entre la ética y la economía

Director General del Grupo RHM de Comunicación – www.rrhhMagazine.com, www.aprenderh.com, www.guiarrhh.com

Raúl Píriz

Cuando hablamos de Responsabilidad Social Corporativa, ¿estamos hablando de Responsabilidad Corporativa CON la sociedad?

 La Responsabilidad Social Corporativa ha sido un tema ampliamente manido por las grandes empresas en los años de bonanza, en especial por las multinacionales, que bajo este concepto han tratado de minimizar, ante los ojos de la ciudadanía, los efectos agresivos de muchas de sus estrategias especulativas que han exigido un uso irracional de los recursos naturales, medioambientales y humanos, entre otros.

A través de la puesta en marcha de políticas ‘marketinianas' de Responsabilidad Social han conseguido compensar el desinterés que por años demostraron hacia los verdaderos problemas locales y regionales de los países en que se instalaron, llegando a posicionarse, bajo este concepto, como generadores de cambios estructurales, al facilitar, aparentemente, los recursos económicos necesarios para la puesta en marcha de proyectos que mejoran la calidad de vida de las personas.

Sin embargo, la crisis económica que vivimos ha echado por tierra los objetivos filantrópicos de las corporaciones y organizaciones que encontraron en la RSC una vía rápida para mejorar su imagen ante sus grupos de interés. Las iniciativas o programas, que surgieron de forma informal o se sustentaron en estrategias de marketing, no han conseguido continuar en el tiempo por ser excluidas, radicalmente, de los presupuestos restrictivos para los próximos meses.

Para comprobarlo, sólo hay que consultar los ingresos que han dejado de recibir muchas ONG's de orientación social, que ya no cuentan con el apoyo de las empresas y particulares que así lo hicieron hace unos años.

Con la crisis, la Responsabilidad Social informal, sin estructuras ni orientación estratégica a largo plazo ha hecho aguas, a diferencia de aquellas que nacieron como consecuencia de los valores y objetivos estratégicos de organizaciones comprometidas con la eliminación de los efectos más negativos de sus actividades productivas, aportando valor a su actividad mediante acciones que generan impactos positivos -y visibles- sobre los principios sociales de democracia, apoyo a la comunidad y justicia distributiva.

El descontrol económico que han vivido las empresas multinacionales españolas ha dejado en evidencia la falta de coherencia de las políticas informales de RSC, ya que no pocas organizaciones han mantenido una activa preocupación por la sostenibilidad y la ecológica, mientras estructuraban de forma interna desvinculaciones laborales para una parte importante de sus plantillas.

Las malas prácticas empresariales disimuladas gracias a la RSC no son sólo responsabilidad de los directivos de esas compañías, sino también, de una cultura empresarial determinada en la que existe una gran brecha entre la ética y la mercantilización económica.

Una brecha basada en la falta de coherencia política y social promovida durante todos los años de bonanza y que ha desencadenado una carencia total de valores entre la ciudadanía, donde la equidad, el respeto, la justicia, la austeridad y la colaboración han desparecido.

Fuimos formados y adoctrinados bajo la filosofía del poder, la individualidad y el dinero, por tanto, resulta forzoso pensar y actuar en momentos de crisis de forma colaborativa, grupal y altruista. Y así es como nos va…

Este esquema de comportamiento lo hemos mantenido cada vez que como empresa y sociedad hemos creado pactos sociales con algún colectivo ‘en riesgo'; buscando siempre el beneficio mutuo. Por ello, cuando no conseguimos un mínimo beneficio, anulamos el pacto y giramos nuestro esfuerzo hacia un nuevo objetivo. Así ha ocurrido en el caso del colectivo inmigrante, que en su momento fue ‘llamado' para formar un pilar importante del desarrollo económico, pero que, tras el fracaso estructural del plan, han sido invitados ‘amablemente' a retirarse más allá de nuestros límites fronterizos. O bien, el caso del colectivo de personas con discapacidad, que en su momento fueron el eje de las iniciativas empresariales como signo de integración social y tema central de los discursos electorales, y hoy observan cómo el tirón de oportunidades se reduce a casos particulares, y a que dos de cada tres personas con algún tipo de discapacidad se encuentran en situación de desempleo.

Este doble discurso de RSC se puede trasladar a las políticas de promoción de la igualdad de sexo en las empresas, a las iniciativas de integración laboral para jóvenes profesionales y la reinserción sociolaboral de personas con antecedentes penales o que padecen el virus del Sida, etc.

Por esta doble moral, es necesario que antes de la puesta en marcha de cualquier proyecto de Ley, sostenible y social, distingamos nuevamente qué es lo que consideramos responsabilidad empresarial, qué significa para las empresas un compromiso social, y qué procedimientos de análisis, seguimiento y medición aplican las empresas, la Administración y los Gobiernos sobre las políticas socialmente responsables que proliferan.

Tal vez sea hora de pensar, más que una responsabilidad global, en un compromiso corporativo que se oriente, primero, hacia los propios componentes de la organización, garantizándoles un puesto de trabajo, y las herramientas necesarias para su bienestar y salud.

Asimismo, es preciso ir más allá de las prácticas internas de la empresa, y conocer y supervisar si los proveedores o subcontratistas trabajan de acuerdo a la filosofía social que queremos proyectar de la empresa, ya que gran parte de las negligencias surgen de esta falta de control.

Planificar una política social corporativa con sentido tiene que ver con mantener una política coherente y sostenida con proveedores responsables, con facilitar una planificación a largo plazo del capital humano cuidando su salud, formación, promoción y desarrollo.

De esta forma, los productos o servicios que ofrezcamos a la sociedad mejorarán en calidad y estabilidad, lo cual derivará en una cartera de clientes fidelizados, en una organización con menos sanciones o multas y mayores ventajas competitivas, provenientes de un mayor grado de colaboración con nuestros clientes internos y externos, o lo que es lo mismo, con mayor productividad y competitividad. Para ello, necesitamos un modelo empresarial sustentado en reformas políticas estructurales que promuevan nuevos valores sociales sobre formación (escolar, universitaria y profesional), servicios sociales, vivienda, financiación y empleo; ya que la responsabilidad corporativa por sí sola es estéril, y cae fácilmente en la demagogia.

Sin estos componentes, por muchos sellos que certifiquen la Responsabilidad Social de una organización, ante cualquier debilidad del sistema sociolaboral y económico, las empresas volverán a cometer los mismos errores. Por lo mismo, si las medidas incluidas en el anteproyecto de la Ley de Economía Sostenible presentado por el Gobierno, pretenden, a golpe de Ley -nuevamente-, transformar la cultura empresarial, su 'sostenibilidad' en el tiempo será nula, ya que llegarán nuevas generaciones que, sin una formación ética y profesional adecuada, pasarán de puntillas por la sostenibilidad que hoy promueve Zapatero.

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