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20/04/2024. 15:05:27

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Luces y sombras de Bolonia

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

Un problema complejo como el de la renovación de la docencia en la Universidad no se puede abarcar en un breve comentario. El presente considera este cambio destacando una perspectiva que no es frecuente objeto de consideración.

La primera cuestión se refiere a la inversión pública en la docencia universitaria. Si de la media de 5 años de docencia para obtener la Licenciatura se pasa ahora a una media de 4 años, para tener las mismas competencias, las arcas públicas se ahorran un 20 % de su presupuesto para que el ciudadano acceda a un ¿titulo superior? ¡Ni mucho menos!, por encima estará el de "Especialista" y por encima el de "Magíster" y por encima de éste el de Doctor. O sea que Bolonia nos dará una titulación de tercer o cuarto nivel. No cabe llamar superior el título que tiene varios títulos por encima. Dicho de otro modo, el Gobierno – los 17 Gobiernos – son los seguros beneficiados. Que también se beneficien los ciudadanos está por demostrar.

Los "bolonios" recibirán un 20 % menos de enseñanza. Para que no salgan perdiendo respecto al actual Licenciado, su calidad tendría que ser un 20 %. Pero ese aumento de calidad no lo garantiza nadie. A lo sumo se dice que será "mejor". Pero si sólo mejora el 10 %, en realidad estamos perdiendo otro 10%.

La segunda cuestión es la exigencia creciente de tener un master, ¿por qué no Magíster de rancio sabor latino? ¿Qué competencias profesionales tendrá el título de Magíster?.

Se supone que tienen que ser más que las del actual Licenciado; si son las mismas se está degradando el título de "graduado boloñés" por debajo del actual de licenciado. Nadie, tampoco los Colegios Profesionales, han prestado atención a esta cuestión.

La cuestión de Bolonia ha venido precedida, al menos en los estudios de Derecho, de una "rebaja" preocupante. Los futuros licenciados, incluso antes de que Bolonia se ponga en marcha, no van a poder ejercer su Licencia en Derecho cuando la obtengan.

Ahora, para poder hacerlo, tendrán que revalidar lo aprendido trabajando – ¿cómo aprendices? – en distintos bufetes para aprender el oficio. Es decir, quien da realmente el título de Licenciado no es la Universidad, sino los bufetes particulares. Esta decisión equivale a volver al esquema gremial medieval donde los "maestros del gremio" los que acreditaban a los "oficiales" y al fin a los "maestros".

Antes la Universidad daba el título de Bachiller, el más famoso fue el Bachiller Sansón Carrasco, que aun se conservan en algunas universidades europeas. Aquí se degradó a un título de enseñanza secundaria.

Ahora se está degradando el título de Licenciado; famoso fue el Licenciado Vidriera. Se ha rebajado porque lo que los docentes en leyes enseñan en la Universidad no es suficiente, al parecer, para ejercer la profesión para cuyo ejercicio se da Licencia, de ahí el título de licenciado. ¿Qué clase de Licencia es la que no permite ejercerla?

El profesorado universitario de las Facultades de Derecho asistió, indiferente, a esta degradación de su trabajo; como si no fuera con ellos. Creían que los perjudicados eran los alumnos. No entendieron el menosprecio de esa declaración a su trabajo: aprender el oficio una vez que ellos han enseñado, se supone que todo lo que saben; algo que podrá ser suficiente para otorgar la Licencia en Derecho, pero que no sirve para trabajar como abogado. Dicho en román paladino, la Universidad no enseña lo suficiente para ejercer la Licencia que, sin embargo, siguen otorgando.

Cuando las palabras – las Instituciones – dejan de significar lo que significan, les pasa como a la sal; si se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee (Mt. 5, 13).

Una tercera cuestión es la actividad docente e investigadora. Leo en unos comentarios en esta misma página web: Suele ocurrir que los mejores investigadores intenten huir del estorbo que supone la docencia mediante su atrincheramiento en centros especializados (CSIC, institutos ad hoc, etc…) o mediante contratos específicos (por ejemplo, los llamados "Ramón y Cajal" en la jerga universitaria), y disiento.

La actividad investigadora no es una "huída" de la docencia, ni viceversa. Los contratos Ramón y Cajal son, por otra parte, un truco del Gobierno que desvaloriza la docencia y la investigación al negar derechos a unos profesionales competentes que selecciona no mediante unas oposiciones libres y públicas, sino con unas valoraciones por "comités de expertos", libres pero no públicas.

Resultado: además de ganar en precariedad se pierde en transparencia. El Gobierno lo sacrifica en el altar de la agilidad; pero él es el autor de la demora que promueve como coartada para tener las manos libres y pagar menores salarios.

Porque investigando se aprende, se debe enseñar. Porque a investigar también se enseña, el docente debe investigar. Lo que ocurre es que la valoración de la docencia se ha venido abajo y los docentes – muchos de ellos con nula vocación docente – se escudan en que investigan – aunque su vocación para investigar sea igualmente nula.

Ambas actividades exigen capacidades específicas y ya se sabe que "oficial de todo, maestro de nada". El investigador ha elegido su actividad investigadora, que no implica compromiso docente, aunque lo ejerza ocasionalmente. El docente, ha elegido su actividad docente, aunque ejerza la investigación.

Y hay algo que debe tenerse bien claro, empezando por los propios docentes-investigadores. Si ellos no investigan bien, otros lo harán por ellos. Si la Universidad no enseña bien, tiene el monopolio de la docencia, la sociedad sufrirá su incompetencia. La Universidad debería velar con especial atención por la calidad de la docencia; a la mayoría les trae sin cuidado a la vista de la realidad de muchos ejemplos.

Apostar porque Bolonia lo cambie todo a mejor suena lampedusiano: se cambiará todo, para que todo siga igual. Además, cabe temer que "reunión de pastores, oveja muerta". No justificamos la algarada juvenil contra Bolonia – ellos van a ser las ovejas – pero sí su preocupación por la falta de claridad sobre las consecuencias del cambio. ¿Saben realmente lo que están haciendo?

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