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18/05/2024. 09:39:06

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Respeto a las competencias municipales

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

El ejemplo de sensatez lo ponen tres alcaldes de pueblo: Yebra, Asco y Villar de Cañas. Y cabe esperar que haya más a juzgar por lo que dicho en la reunión de la Federación de Alcaldes de Municipios con centrales nucleares.

El Ministerio de Industria, salvas las competencias autonómicas delegadas, y bajo la reglamentación de la UE, establecen unos requisitos que permite una instalación. Si cumple esos requisitos mínimos de seguridad que garantizan la de las personas circundantes y las del medio ambiente, no hay más que hablar.

Vista la legislación vigente, y visto el interés de traer riqueza a su pueblo y beneficio al país, con apoyo del consistorio, un alcalde es competente para autorizar la instalación industrial que corresponda y cobrar las tasas que procedan, según la naturaleza de la instalación. El alcalde de Holanda donde hay un almacenamiento de residuos nucleares se sorprendía de la "prima" por instalación del almacén. Él tiene las ideas claras. Era un asunto de mera responsabilidad: se necesita la instalación; reúne los requisitos de seguridad; es un beneficio para el pueblo. Vaya alarde de sentido común.

Respetemos la ley de régimen local, o deroguémosla. Ni los municipios colindantes ni el Presidente de la Comunidad, ni el de ningún Partido pueden oponerse a ninguna instalación en un municipio. La jurisdicción es el término municipal, no el radio desde el lugar de una instalación. La democracia representativa; no asamblearia.

En España se necesita sensatez; no demagogia. Un expediente técnico o uno informativo son previos a cualquier declaración; no posteriores. Menos son una amenaza. Pero ningún expediente informativo dará al solicitante la sensatez de que carece. Lo que Natura no da, Salamanca no presta.

Si se necesitan más controles, exíjanse; si más revisiones, ordénense. Pero si todo está bajo control, sobra el desmelene: un riesgo controlado crea seguridad. No cabe confundir el concepto de riesgo con el de seguridad. Éste sale de multiplicar el factor de riesgo por el de su control. El resultado final mide la seguridad. La gente, con los políticos a la cabeza, que van detrás de los ecologistas, confunden riesgo con seguridad: dos conceptos diferentes que distinguiría un niño de cinco años, Marx dixit.

Viajar en avión es más seguro que ir en tren, que es más seguro que ir en coche. Pero todos viajamos en coche, en tren y en avión. Así vamos menos seguros que viviendo al lado de una central eléctrica nuclear o de un depósito de residuos radiactivos al lado de casa. Un riesgo controlado produce seguridad.

Ducharse en la bañera, preparar la comida, cruzar la calle, etc., tiene un riesgo. Para lograr seguridad ponemos una alfombrilla antideslizante, sensores odoríferos en el gas o pilotos rojos en la vitrocerámica, pasos de peatones y semáforos en las calles, etc. Ni dejamos a los niños solos ni ducharse, ni cocinar, ni cruzar la calle. Al final, pese al distinto riesgo de cada acción nuestra seguridad es equivalente Es fácil entenderlo

Nada de ánimo inquisidor, de adhesión inquebrantable al mando o al Partido de pensamiento único. Un alcaldes, bien sensato, dijo: "si me echan del partido, que me echen; yo me debo a mis electores y a procurar su máximo beneficio".

Al político español, como la baba a los perros de Pavlov, se les suelta la lengua a la vista del micrófono, víctimas del síndrome de abstinencia microfónica. Su ligereza revela insensatez: declara y se desdice sin parar. El desmentido vale tanto como la declaración anterior; un nuevo desmentido desmentirá al anterior, etc.

Pero sorprende que a estas alturas, haya personas que rechacen por ideológía la energía eléctrica de origen nuclear. Rechazar un  recurso escaso, pero necesario, no es lo más inteligente. Sus prejuicios ideológicos les impide ver que un almacenamiento nuclear es una instalación técnica cuyos riesgos están compensados con los controles de seguridad establecidos, como ocurre con todas. Su seguridad final es superior a la mínima seguridad exigible para permitir su instalación

Se trata de un problema técnico, no ante un acto de fe. Pero, ¡con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho! Ante el "dogma ecológico" se acabó toda posibilidad de encontrar una solución racional. La "fe", también la ecológica, no atiende a razones.

Para los creyentes en la Santa Iglesia Ecológica de la Madre Naturaleza: cuanto más irracional e incongruente sea una afirmación tiene más "adeptos". Paladines de la virginidad (¿) de la naturaleza sufren más por la tala de un árbol que por los 1,2 millones de muertos anuales en todo el mundo en accidente de tráfico. Quieren prohibir el coche; no por los muertos. Sólo les preocupa que se contamina el aire.

Rechazan las presas, no por la seguridad de la población Sólo les preocupa la virginidad de los valles. No se quejan de los centenares de miles de muertos del seísmo "natural" de Haití. Los "muertos por la Naturaleza" son buenos a fuer de "naturales".

Como los miles de muertos en el altar de la "defensa de la democracia" en guerras abiertas, pero no declaradas, o en guerras subrepticias: miles de víctimas en el altar de los beneficios globales de quienes quieren libre circulación de capital pero no de trabajadores; o en el altar de los beneficios del capital: 4 víctimas diarias en su puesto de trabajo en España porque una mayor seguridad reduciría.

Se oponen al empleo controlado de la energía nuclear, cuyo riesgo estimado es menor que muchos riesgos naturales. Y cuyo riesgo real, comparemos Haití y los últimos terremotos y tsunamis con los muertos en Seveso y Bophal, plantas químicas, o con los muchísimo menos de Chernobil. Da igual, cuando los datos no apoyan nuestros prejuicios y nos quitan la razón, se ignoran los datos.

Lo inteligentes no es prohibir sino regular. Aumentar el número de detectores, controles, alarmas, etc., en proporción al riesgo; establecer protocolos para emergencias; y servicios de inspección y sanciones si se incumplen las normas. Nada de eso había en Haití por riesgo sísmico. No cabe multar a la Naturaleza, ni a Dios, ni al gobierno.

Lo inteligente es permitir el tráfico automóvil y regular los permisos de conducir, los límites de velocidad, la calidad de las vías, la seguridad pasiva, la educación del conductor, etc, y la inspección y sanción del incumplidor.

Un fundamentalista ama prohibir. Para ello amenaza con el Apocalipsis. Mucha gente lo creyó en el año 1000. Mucha más, paradójicamente, en el año 20000.

Hace un par de días uno de estos retaba desde Radio Nacional: ¿"quién me garantiza a mí" que dentro de 100.000 años, cuando los productos todavía sigan siendo radiactivos, no va a haber alguna fuga? Está claro: el mismo que pueda garantizar que dentro de 100.000 años habrá especie humana para "sufrir" las consecuencias de esa fuga; o que no estarán sumergido los continentes, que si emergieron de modo "natural" hace tiempo pueden volver a sumergirse de igual modo.

Pero los políticos azuzan la ceremonia de la confusión: en río revuelto se cazan votos. Dicen y se desdicen sobre si quieren o no la energía eléctrica de origen nuclear. No hay un acto de amor, querer, sino de un acto de utilidad, necesitar.

Decir "esta comunidad ya ha pagado su cuota de energía nuclear"es falso:

Primero, porque las leyes obligan al fabricante a asumir sus residuos.

Segundo porque jamás deslocalizarán las empresas consumidoras de energía al  municipio donde se instale el almacenamiento

Además de falsos son un error fruto del éxito del engaño ecologista de que una instalación nuclear no es segura. Parafraseando a Galileo diríamos: Eppur c'é.

Gracias a sus exhaustivos controles sus emisiones están más controladas que las de quienes construyen urbanizaciones sin garantía de suministro de agua, vierten ácido a los ríos, emiten NOx por sus chimeneas, etc., etc., sin más control.

Sería deseable que nuestros políticos fueran inteligentes. Yo ya me daría por satisfecho si, al menos, no practicaran la demagogia barata del apocalipsis ecológico.

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