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26/04/2024. 20:14:27

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Sócrates, Garzón y la Justicia

Consejero académico de “Gómez Acebo & Pombo”, abogados y Catedrático de Derecho Civil

Supuso Sócrates que Eutifrón poseía la ciencia de lo Justo y de lo Injusto. Lo vio entrar apresurado en el tribunal mientras el sabio preparaba su defensa ante el inmediato juicio popular que lo condenaría a beberse el vaso de cicuta. Venía Eutifrón a querellarse contra su propio padre, acción tan enorme- pensó Sócrates- que aquél no hubiese emprendido sin estar totalmente seguro de la acusación que hacía. Eutifrón definió como un maestro, pontificó temerariamente sobre todo y repartió condenas y bendiciones por cielo y tierra. Sócrates comprobó que aquél nada sabía finalmente de la ciencia de lo Justo.

Quienes atacamos o defendemos al juez Garzón nos postulamos poseedores del arquetipo de lo Justo; damos razones, hablamos con fruición, acusamos con el dedo, iluminamos verdades, estigmatizamos. Mas nos pasa como al engreído griego. Sólo conocemos y practicamos la lógica de la justicia humana, una ley de hierro de la causalidad por la que el imputado puede ser igualmente condenado y absuelto, en una rueda de acontecimientos fatales determinados por el azar, el favor, la saña, la falibilidad humana. Cualquier resultado, previsible; cualquier condena, justa e injusta.

Ya se veía venir que a Garzón le tocaba perder. Lo llevaba marcado en la frente, como un hado adverso al que tenía que sucumbir por tanta hybris buena o mala con la que se venía conduciendo en su oficio. No hay más, es la lógica del ganar o del perder, del tener amigos y enemigos. Él no podía ignorarlo ni acusar la situación de injusta. Nada tiene que ver este entremés con lo Justo ni con lo Injusto. Un hombre inteligente, como el juez Garzón lo es, tiene que consolarse imaginando que hay otros muchos mundos posibles, en los que él no es el condenado, sino el verdugo de sus juzgadores, a los que machaca sin consideración ni piedad, con la misma justicia con la que ahora él es castigado. Cierto es que no se darán previsiblemente tales mundos durante la vida del juez, pero su mera posibilidad no es magra satisfacción.

Hay que ser Dios para saber decir: márchate y no vuelvas a pecar, yo tampoco te condeno. Pero Garzón no es Dios, ni sus amigos ni sus enemigos, ni el Tribunal Supremo, ni yo. Y sin embargo, fatigamos los libros de leyes, reparamos en significativos hechos, vociferamos juicios y pronósticos, estigmatizamos y enaltecemos conductas. El ruido crece. Como Eutifrón cuando se querelló "justamente" contra su padre, vamos dando tumbos mientras sentamos cátedra sobre culpas y sentencias, sin tener atisbo de la ciencia de lo Justo y de lo Injusto. Entretanto, Sócrates sigue en la puerta del tribunal, esperando encontrar una persona que le enseñe el arquetipo de lo Justo, consciente de que es trabajo estéril, porque él también cometió hybrís y sabe que tendrá que beberse la cicuta.

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