La autora reflexiona sobre si los derechos humanos deben ser universales y los diversos retos que plantea la diversidad cultural a este planteamiento.
La cuestión sobre si los derechos humanos son universales o no es tan antigua como el mismo concepto de la existencia de estos derechos. Uno podría argumentar que, desde un punto de vista formal, se trata de una cuestión ya resuelta. Hace sesenta años, cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, una mayoría aplastante de estados votó a favor, sólo unos pocos estados se abstuvieron y ninguna delegación votó en contra.
Hoy, el Convenio Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, y el Convenio Internacional sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los tratados vinculantes basados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, han sido ratificados por alrededor de 150 estados. Aún así y, a pesar de ello, el principio de universalidad de los derechos humanos sigue siendo cuestionado, tanto en la teoría como en la práctica.
De este análisis podemos extraer dos conclusiones. La primera es que los derechos humanos son universales. La segunda, que su universalidad no es aceptada aún en todo el mundo.
Desde una perspectiva global, se considera que Europa está en el campo pro universalista y esto no es sorprendente. Todos los países europeos excepto Bielorrusia son miembros del Consejo de Europa y han ratificado el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que es el elemento central del mecanismo internacional de protección de los derechos humanos más amplio, exigente y vinculante del mundo.
Sin embargo, sería un error pensar que no hay cuestiones sin resolver en lo que refiere al contenido de algunos derechos humanos, y si estos son apropiados o aplicables, entre los países partidarios de la universalidad de estos derechos e incluso en Europa.
Es un hecho que Europa es cada vez más un espacio multicultural y que es necesario gestionar correctamente esta diversidad cultural. El punto de partida debe ser que los derechos humanos son universales y, por lo tanto, no pueden dejarse a un lado en nombre de la diversidad cultural. Pero lo que el Consejo de Europa está intentando hacer es desarrollar un enfoque en el que no se considere contradictoria la defensa firme, tanto de los derechos humanos, como de la tolerancia intercultural. Al contrario.
Esta es la filosofía de fondo del Libro Blanco sobre diálogo intercultural del Consejo de Europa, que fue aprobado por su Comité de Ministros en mayo de 2008.
Para concluir, querría resaltar dos aspectos. El primero, es que quiero dejar claro que el principio de universalidad es una parte indispensable e integral del concepto de derechos humanos. Si tratamos los derechos humanos como un menú a la carta en el que cada gobierno, grupo o individuo puede escoger lo que le gusta, no habrá derechos humanos en absoluto.
Segundo, debemos reconocer que la campaña para el reconocimiento universal del principio de universalidad aún no ha terminado. Aún hay gobiernos e individuos que rechazan algunos aspectos o incluso el mismo concepto de los derechos humanos, al que consideran un instrumento del imperialismo cultural y político de Occidente.
Pero también deberíamos ser críticos con nuestra propia conducta y asegurarnos de que no hay contradicción entre los que decimos y lo que hacemos.
Lo cierto es que no hay nada más dañino para la causa de los derechos humanos que cuando sus principales defensores actúan de forma inconsistente o hipócrita, emplean un doble rasero o tienen agendas ocultas.
Si queremos que prevalezca el principio de universalidad, debemos aceptar sin condiciones su dimensión más esencial – que las normas deben ser las mismas – para todos y en todo momento.
