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24/04/2024. 22:33:17

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Trileros del lenguaje

Profesor de Investigación del CSIC

A. J. Vázquez Vaamonde

Se suele decir que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad y es cierto; pero mucho antes del inicio de una guerra se han producido suficientes escaramuzas en las que, sin llegar a decir mentiras, se falta a la verdad. El procedimiento suele ser adecuadamente ladino, pero otras veces es, simplemente vulgar.

Uno de los procedimientos más utilizados es el uso de lugares comunes que, si por un lado demuestran la absoluta vaciedad intelectual de quien los usa, por otra constituye el método más sencillo para engañar al que los escucha, sobre todo si es del mismo calibre intelectual.

Una de estas afirmaciones es la de que "todo el mundo tiene derecho a equivocarse". Es una afirmación repetida hasta la saciedad en esta historia interminable – Michael Ende tendría que tomar nota – que es el "apaño" Gürtel, que es el calificativo que merece dada la ramplona paletez de los implicados, que dan vergüenza ajena.

Pero la vulgaridad del lugar común encierra una inmensa falacia que se trata de colocar de matute como fundamento de lo infundamentable. La realidad es que "nadie tiene derecho a equivocarse". ¡Hasta ahí podíamos llegar!. Ese derecho no existe. Otra cosa, y aquí reside el truco de estos trileros del lenguaje, es que se reconozca que "todo el mundo puede equivocarse". Pero eso es algo completamente distinto. Tener derecho implica no incurrir en responsabilidad por ejercerlo.

Nadie es omnisciente, ergo existe una cierta posibilidad, mayor en unos que en otros, de tomar una decisión equivocada por falta de conocimiento. Nadie es perfecto, ergo existe una cierta posibilidad, mayor en unos que en otros, de tomar una decisión equivocada por falta de luces, información, competencia, ética, etc..

Estos dos hechos reflejan una realidad natural; la vía experimental es el fundamento de toda verdad, la conformidad con la naturaleza; pero son hechos meramente estadísticos. Ninguno de ellos tiene trascendencia moral, ni ética, ni, mucho menos jurídica que implique, la autorización o el derecho a equivocarse.

Pero así, nuestro ladino argumentador usa la falacia como una justificación de la "equivocación" que comete el corrupto. Aceptar esta maniobra permitiría, mutatis mutandis, "justificar" todo tipo de atropellos éticos.

Veamos algunas "equivocaciones" a las que tendríamos derecho: aceptar sobornos o simplemente regalos "sin fundamento"; cometer cohechos, propios, impropios o perifrásticos; cometer fraude de ley mediante fraccionamiento de contratos adjudicados siempre a los mismos para, primero, burlar el derecho legítimo de otros empresarios a competir para beneficio suyo, como la ley establece; segundo, burlar el legítimo beneficio de todos los ciudadanos, porque la competencia, que aquí se impide, permitiría reducir los precios, es decir, hacer más obras públicas con el mismo presupuesto, aunque, eso sí, prive al defraudador de lograr  regalos "que no tienen nada que ver" ni con el cohecho propio, impropio o perifrástico o con el fraude del fraccionamiento y prive también al beneficiado por la "digitalidad" de la concesión, simplemente coincidente, de todos esos contratos troceados realizados por las mismas personas para su beneficio, con una "simple coincidencia" en las personas, el tiempo y las localidades con la entrega de regalos "ex abundantia cordis".

No se puede admitir que nada de ello, que es lo que se defiende con esta argucia verbal, sea un derecho ciudadano; mucho menos reivindicarlo, como hacen los más descarados, como un derecho constitucional.

Pero dado el tono en el que lo pronuncian quienes lo hacen, dadas las vinculaciones, coyunturales, ¡por supuesto!, entre el autor de semejantes asertos y los beneficiados de "esos derecho", parece obligado sospechar una intencionalidad manifiesta en elevarlo a la categoría de derecho para que no fuera punible.

Hacer esta afirmación implica el riesgo de que a uno le reprochen "no respetar la presunción de inocencia", otra de las frases usadas por estos "trileros" del lenguaje.

Una cuestión meramente jurídica es que una persona, hasta que sea declarada judicialmente en firme autora de un delito, sea inocente. Otra es confundir  la situación del señor de la calle, absolutamente inocente de todo aquello en que no ha intervenido, con ese otro señor al que le han hecho regalos, se ha beneficiado de contratos por parte de los regalados, ha hecho favores a los regalados, ha recibido contratos troceados de ellos.

Ante la evidencia de estos hechos, de los que hay constancia, y de su tipificación penal, esas personas pasan, ipso facto, a la condición de sospechosos, aunque no piérdanla presunción de inocencia que conservan mientras se convierten en implicados, imputados, procesados y condenados hasta alcanzar la última etapa de condena firme. Los castizos lo tienen claro: "Blanco y en botella, es leche". Nadie aceptaría exigir la presunción de inocencia de que "blanco y en botella" pudiera ser zumo de tomate.

Reconocer el "derecho a equivocarse", cabría alegarlo tras cometer cualquier delito diciendo que sólo fue eso: una equivocación. Equivocarse en admitir regalos sin fundamento, en verse implicado en cohechos propios e impropios o perifrásticos, en cometer fraude de ley troceando contratos atribuidos digitalmente siempre a los mismos, etc. Y sería injusto condenar a varios años de cárcel y a devolver todo el enriquecimiento injusto obtenido, más los daños y perjuicios producidos sólo por haberse equivocado.

También cabría alegar una equivocación en la violación perpetrada diciendo que fue sólo una equivocación, por creer que la víctima se oponía para darle más interés al juego erótico; o alegar que fue una equivocación creer que el niño de 13 años era en realidad un efebo de 16 con lo cual no hubo pederastia sino "sólo" efebía; o que fue una equivocación la entrega del dinero de un soborno porque se creía que había sido una entrega voluntaria, ex abundantia cordis" a un amigo del alma y no una contraprestación delictiva por los servicios prestados, sean estos de naturaleza sexual, textil, automovilística, relojera, política o financiera.

Jueces los hay de todos los colores, aficiones, tendencias, etc., etc. Aunque a estas alturas nuestra capacidad de sorpresa por una sentencia es próxima al cero absoluto – recuerden Vd. – 273 º K -nos sentiríamos sorprendidos si alguno aceptara tan peregrina doctrina sobre los derechos.

De todos modos, queremos creer que los destinatarios de esta definición de derechos que hacen algunos de nuestros políticos no tienen como destino a los jueces. Estos no son, como dicen los cursis, su "target". Su verdadero "target" es el ciudadano, más fácilmente intoxicable; pero esta intoxicación no es éticamente más reprobable porque abusa de la ciudadanía más indefensa para engañarle a la hora de pedir su voto. Frente a este target no cabe otra opción que la Educación para la Ciudadanía, incluída en las clases aceleradas para adultos iugal o más necesitados que sus hijos.

De momento, nos daríamos por satisfechos si ningún juez, obligado por la ley a no ser ni amigo ni enemigo del ciudadano a quien enjuicia, lo cual sería un delito objetivo, se tira de cabeza a esa trampa ¿quizá por equivocación?.

"Inch Allah"; o dicho en romance valenciano, ojalá.

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