A veces vuelvo la mirada y descubro que mi ejercicio profesional ha sido un constante examen. Aunque no haya sido de forma explícita, lo cierto es que los jueces, clientes, compañeros de profesión, etc. me han estado sometiendo durante todos estos años a constantes exámenes en los que me he sentido suspendido o aprobado. Lógicamente, nunca me han entregado las calificaciones finales, pero mi capacidad de autoevaluación me ha permitido alcanzar una aproximación sobre la nota obtenida, lo que me ha ayudado luchar por mejorar como abogado.
No obstante, no paro de prepararme y de presentarme a nuevos exámenes.
Esta es una idea que los abogados, especialmente los más jóvenes, no deben olvidar. Cuando salimos de la Facultad, superamos las pruebas correspondientes, nos colegiamos, y entonces es cuando comienzan los verdaderos exámenes:
¿Te frustrabas cuando te suspendía el profesor de derecho civil inmerecidamente? Pues te frustrarás más cuando después de haber preparado un asunto a conciencia y tras una extraordinaria defensa en juicio, verás cómo tu acción declarativa de dominio es desestimada por el Juez.
- ¿Te sonreías sorprendido cuando aprobaste aquel examen de derecho penal que no tenías preparado?Alucinarás cuando te llegue la resolución por la que el caso del acusado de estafa, en el que tenías nulas esperanzas, ha concluido con un fallo absolutorio.
- ¿Copiaste en el examen y aprobaste? Aquí se acabó lo bueno, pues si no estudias te pillan seguro; y lo peor, ahora las consecuencias no sólo te afectarán a ti.
Otro tanto ocurrirá con los clientes, esas personas de las que tanto dependes, quienes no se limitarán a evaluar tus conocimientos, pues ya presuponen que los tienes, pero que te observarán, analizarán y juzgarán por todas tus cualidades, alcanzando a veces un veredicto que llevará aparejado el envenenamiento de la relación o, en el peor de los casos, la ruptura de la misma.
Y qué decir, de los abogados contrarios; éstos, para hacer bien su trabajo, estarán siempre pendientes de cualquier señal que les ilustre sobre tus carencias técnicas, falta de habilidades personales o los condicionantes del caso que te vayan a impedir actuar en una u otra dirección, lo que será aprovechado de tal modo que te llevará a sufrir trances muy amargos.
Sin embargo, esta escuela de la vida es de extraordinario valor para los abogados, pues a través de sus enseñanzas tenemos la oportunidad de crecer y mejorar continuamente como personas y como profesionales. En este escenario, los suspensos puntuales que nos ofrezcan las situaciones o las personas, nos espabilarán y sacarán de nuestra rutina, obligándonos a adoptar nuevos conceptos, ideas o estrategias que facilitarán nuestro crecimiento y por supuesto afinaran nuestro ingenio para la próxima evaluación.
Por tanto, considero que el plantearse la abogacía como un examen permanente es bueno para el abogado, pues ello le ayudará a enfrentarse a los dardos del destino con cierto optimismo, en el convencimiento de que los eventuales fracasos (que no lo dudes, surgirán durante esta larga travesía), servirán como piedra de toque para evaluarnos y así mejorar en el futuro.
¿Y qué necesitamos en este largo viaje? Pues mucha autoconciencia, que nos permitirá sentarnos a evaluarnos; una gran dosis de tolerancia a la frustración, a fin de superar rápidamente las situaciones desagradables y no deseadas; y, cómo no, mucha humildad para evitar negar los propios errores o buscar excusas y culpables para no asumir nuestra responsabilidad, pues todo cambio solo se produce desde la propia aceptación.
En definitiva, absténganse quienes piensen que las duras oposiciones quedan relegadas para aquellos que con voluntad de hierro se esfuerzan en alcanzar nobles magistraturas, y pasen aquellos titanes que estén dispuestos a soportar un examen diario y permanente, pues la abogacía es, eso, una oposición vitalicia.
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