Lo que nos ocurre es fruto de las decisiones que tomamos, y también de las que obviamos.
Tradicionalmente, los despachos de abogados se han considerado organizaciones avejentadas y obsoletas en las que, desde una perspectiva empresarial, constituían punto y aparte. Los abogados eran simplemente profesionales, y todo lo que excediera de la actividad estrictamente profesional, quedaba, si no olvidado, relegado a un segundo plano. Con este escenario no tan lejano, la organización y gestión de los despachos, los recursos humanos, el marketing, la atención al cliente, la estrategia financiera y un largo etcétera eran consideradas raras avis en la inmensa mayoría de los bufetes, salvo algunas excepciones que empezaban a insinuarse a mediados de los ochenta a través de las grandes firmas de abogados
Actualmente el panorama ha cambiado, y sorprende observar cómo los conceptos y habilidades sobre organización y gestión de despachos se están introduciendo por diversos cauces (libros, artículos, blogs, consultorías, etc…) a una velocidad insospechada, por lo que se augura un futuro prometedor para esta materia.
Al hilo de lo anterior, considero que la importación por los despachos de las técnicas de organización y gestión está produciendo un cambio de enorme importancia no sólo en los despachos, sino muy especialmente en los abogados, quienes, gracias a los principios que gobiernan esta disciplina, están introduciendo en su práctica profesional un elenco de habilidades que le permitirán disfrutar de una formación más integral y rica, en aspectos hace años impensables.
Efectivamente, si antes andábamos algo perdidos, centrados en sacar los asuntos a base de infinitas horas de trabajo dejando escaso tiempo a nuestra vida familiar, ahora, disponemos de un ingente material que nos permite obtener la orientación necesaria para, al menos, conseguir los siguientes objetivos:
- Gestionar y organizar mejor nuestro tiempo.
- Establecer estrategias de actuación en los proyectos (casos) que llevamos.
- Disponer de información necesaria para presupuestar nuestros honorarios de forma eficiente y, de paso, conocer con tiempo la situación financiera de nuestro despacho.
- Dotar a nuestras organizaciones del necesario bienestar de cuantos trabajan con nosotros.
- Saber cómo hay que captar y fidelizar a los clientes y como prestarles la atención que necesitan.
- Prestar un servicio de calidad, en el que el resultado técnico de nuestra labor sea uno de los muchos aspectos que lo integren.
- Etc…
Y estos objetivos/logros/habilidades (que de todo hay), están ahí, esperando todavía a que muchos abogados, tanto jóvenes como veteranos, y muy especialmente los integrantes de pequeños despachos, den el paso y se armen de ilusión para emprender el camino del mejoramiento profesional (y, por qué no, personal también) a través del estudio e implementación en sus organizaciones de estas técnicas.
Por ello, todos, absolutamente todos los abogados que no quieran ver como sus despachos se van consumiendo en la oscura mediocridad, deben apostar en este momento por la calidad, y por tanto, en priorizar en esta materia a la que, insisto, auguramos un futuro más que prometedor.