Bendito “Compliance”

No como hoy: rodeados de sopa de siglas por todos lados, secuestrados por pins, puks y passwords, despistados por palabros como "gobernanza", "compliance" u otros barbarismos.

La práctica jurídica nos ha acostumbrado a la ofensa y humillación, ante un contrato cualquiera, de tener que dedicar tiempo y dos o tres páginas de papel -bosques talados, en definitiva- a explicar lo que debe interpretarse por "partes", "contrato", "signatario" u obviedades parecidas. Porque al redactar un contrato buscas protegerte de los riesgos potenciales de lo que tú mismo escribes o firmas. Así andamos.

Pero hay que reconocer que la neo-anglo-colonización del mundo de los negocios, del que el submundo jurídico es necesariamente tributario, ha hecho aportaciones notables a la madurez del tráfico mercantil y a la implantación de principios y criterios éticos no solo en el plano formal sino, lo que es de verdad importante, en el materia y práctico.

Y ¿quien mejor para hacerlo que quienes se inventaron fórmulas tan convenientes para compatibilizar negocio y legalidad como la "patente de corso"?

Pues hay que reconocer que, otra vez, han sido ellos quienes nos han colado -y con fuerza- esas inquietudes por la gobernanza y el "compliance". ¿Y qué es eso?

Nuestros tatarabuelos, todavía a mediados del XIX, consideraban la esclavitud como algo normal -los abuelos de los sauditas de hoy lo hacían hasta 1963- y su abolición fue considerada por muchos como una excentricidad.  Nuestros bisabuelos,  cuando sus hijos se presentaban a  notarias o lo que fuera recibían una carta impresa del presidente del tribunal: "pláceme comunicarle que su recomendado don fulanito ha merecido la calificación de…". Nuestros abuelos, si eran alcaldes o guardias de tráfico recibían ufanos y con la mayor naturalidad cestas o pavos en Navidades. Y si eran presidentes de la Caja Numantina, por ejemplo, tenían claro que su saga familiar tenía, a mal que lo hicieran, el futuro bien orientado. Y nuestros padres, quien más quien menos si podía no dejaba escapar una tarde de futbol en el palco del Barçabeu. Dejémonos de fariseísmos, era así. Y se consideraba, con los criterios éticos de cada momento, algo natural.

Pues bien, todo eso, que la ética y el "estado del arte" en aquellos momentos toleraba como normal felizmente no tiene ya sitio -o al menos tan visible- en nuestros días. Y si se hace y encima se ve, tendrá una grave censura legal y material.

¿Y qué pito toca el "compliance" en todo eso? No es solo, ahora que nos acercamos a la madurez, hacer por fin las cosas bien, jugar limpio. Es además, sentar y generalizar los mecanismos de prevención y alerta para evitar que las cosas lleguen a hacerse mal. Y dar un paso decisivo hacia una cultura y una práctica de actuación ética que necesariamente acabará impregnando el tráfico mercantil y llegará a ser una exigencia básica de credibilidad en el mundo de los negocios. Si además es, como es, una vacuna que inmuniza contra el riesgo de imputación penal por delitos societarios, bendito "compliance".