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20/04/2024. 02:45:37

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El empoderamiento femenino

Eva Mirón Parra. Socia Abogada Laboralista en el Despacho A&E abogados

Antes de abordar de manera específica la necesidad de equilibrar el sector legal, es necesario dejar claro el concepto “empoderamiento femenino”, ya que pese a ser escuchado frecuentemente siegue sin ser del todo comprendido. De ahí, que en muchas ocasiones y debido a incorrectas interpretaciones, sea objeto de conflicto, ya que, para algunos, representa la manida frase populista de determinadas ideologías políticas con las que no se sienten identificados.

Para mí, como mujer, madre, profesional y, ante todo, como persona, resulta de vital importancia evidenciar que el empoderamiento femenino es algo más que un eslogan o una bandera. Es una filosofía de vida, un concepto inclusivo e integrador que nos ayuda a crecer como sociedad y como individuos, motivo por el que considero fundamental tener claro cuál es su significado y su objetivo.

El primer dato a tener en cuenta es que la expresión empoderamiento proviene del inglés “empowerment” y se puede resumir como el cambio que permite lograr el equilibrio en aquellos supuestos en que hay desigualdad. No se trata por tanto de la supremacía de unos sobre otros sino de paralelismo, proporcionalidad, motivo por el que se ha acuñado para defender la igualdad de género.

En cuanto a esa vertiente feminista indicar que la primera vez que se utilizó fue en el año 1995 en la Conferencia Mundial de las Mujeres de Pekín, donde se acuñó esta expresión para denominar al incremento de la participación femenina en la toma de decisiones y llegada al poder. A partir de entonces, el concepto ha ido adquiriendo fuerza y trascendencia hasta convertirse en el emblema que es hoy en día.

Centrándonos ahora en la cuestionada necesidad de empoderar a la mujer, no se debe perder de vista que las sociedades se han caracterizado por la evidente posición de inferioridad de la mujer respecto a los hombres en prácticamente todas las facetas de su vida. En este punto resulta muy ilustrativo el hecho de que, a lo largo de la historia, la mujer se ha definido como hija, esposa o madre -en el sentido más simplista de la palabra-, definición que esconde la absoluta pérdida identidad, libertad y autoridad que las mujeres hemos estado sufriendo durante siglos.

Esta situación ha llevado a generaciones de mujeres a pelear no solo por la igualdad sino también por su derecho a la potestad. La escritora y filósofa Simone de Beauvoir resumió muy bien esa lucha en su célebre cita de mediados del siglo XX «Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia».

Tomando como referencia la cita de Beauvoir debo hacer hincapié en que, aunque muchos intenten defender que esta lucha es anacrónica, obsoleta o desfasada, lo cierto es que hoy en día, en pleno siglo XXI, esa desigualdad sigue latente.

Así, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a pesar de los progresos realizados, las mujeres representan el 60% de los más pobres a nivel mundial, menos del 16% de los parlamentarios, las dos terceras partes de los analfabetos y son objeto de violencia sistemática, tanto en los conflictos armados como en la intimidad del hogar. En el ámbito empresarial nos encontramos con que la cifra de mujeres directivas en España se sitúa en el 34%, cifra muy lejana a la equidad que debiera imperar en el sector.

Los datos anteriores evidencian la necesidad de empoderar a la mujer tanto en países en desarrollo como en las demás potencias, ya que, de una forma u otra su situación respecto a los hombres continúa siendo de evidente desventaja.

Centrándonos ahora en el sector legal, indicar que como en cualquier otra actividad empresarial, las mujeres nos encontramos con un techo de cristal que nos impide avanzar. Esta barrera invisible aparece cuando nos acercamos a la parte superior de la jerarquía corporativa de una organización ya que en ese punto se nos bloquea la posibilidad de avanzar hacia cargos de nivel gerencial y ejecutivo. Esta situación se produce en grandes firmas de abogados, en el área legal de pequeñas y grandes empresas e incluso en los colegios profesionales

Así, pese a que el 60% de las nuevas incorporaciones en el sector son mujeres y a que estamos cerca de representar la mitad de los profesionales -48% del total-, la realidad es que el porcentaje de socias se limita a un 16%, existiendo una brecha salarial en torno al 20%. En los colegios profesionales, también se reproduce esta situación, así, de los 83 colegios que hay en España, tan solo 11 están liderados por una mujer.

La conclusión de lo anterior es clara, por desgracia, al igual que en otros sectores de negocio, el papel de la mujer sigue estando lejos de los puestos directivos, quedando anclado a mandos intermedios, donde, recordemos, existe mayor paridad (52% hombres, 48% mujeres). En ese contexto se hace necesario empoderar a la mujer del mundo jurídico, ya que sólo de esta manera, se puede apostar por el talento, eliminar barreras y fomentar una cultura inclusiva.

En mi caso concreto, decidí eliminar esas barreras y empoderarme como jurista precisamente a raíz del nacimiento de mi hija ya que fui consciente de que tenía que tomar una determinación sobre mi carrera profesional. Por supuesto no estaba dispuesta a aceptar tener que escoger entre ejercer como madre o como abogada ni tampoco a quedar relegada a un mando intermedio por el hecho de apostar por la conciliación. Ante esa disyuntiva y gracias al apoyo de mi madre que me enseñó a ser una mujer fuerte e independiente, al de mi padre que me transmitió como buen emprendedor el valor del trabajo y al de mi marido, que siempre ha apostado por mi, decidí fundar junto a mi compañera y socia Alejandra Gútiez una firma especializada en Derecho Laboral, firma de la que me siento orgullosa por todos los valores que representa.

Ahora miro hacia atrás y considero que crear nuestro propio negocio ha sido la mejor decisión que hemos podido adoptar, enfrentándonos de esta manera a un sector legal que sigue sin apostar por la meritocracia, centrándose, en pleno siglo XXI, en modelos tradicionales en los que únicamente se promueve el ascenso de los hombres.

En conclusión, aunque el techo de cristal se va rompiendo poco a poco, hemos de ser conscientes de que queda mucho por hacer, por lo que el empoderamiento femenino sigue siendo una necesidad de primera línea.

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