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23/04/2024. 09:16:44

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La clave: mérito, capacidad, igualdad real y conciliación

Amanda Cohen Benchetrit. Magistrada especialista mercantil

Recientemente, en una cena con grandes amigos -dos de ellos en puestos de relevancia en sus respectivas empresas-, la conversación derivó a la cuestión de la posición de las mujeres en los consejos de administración y, en general, en los puestos de decisión en las corporaciones públicas y privadas. El argumento que defendía uno de ellos era que no existe, a ese nivel, un problema de discriminación y que no son necesarias las conocidas como “cuotas”, pues lo que debe imperar son los principios de mérito y capacidad. “Si reconozco -concedió- que, quizá, todo sea un problema de conciliación”.

 A pesar de que estuvimos hablando de cifras y sobre la realidad, admitida por ambos, de que en sus respectivas empresas hay muy pocas mujeres junto a ellos, la plática quedó ahí.

Ya de vuelta a casa, estuve pensando en ello y me di cuenta de que, habitualmente, se parte de una falsa dicotomía al afrontar este tema.

Los principios de mérito y capacidad han de ser los que presidan las decisiones sobre quién debe formar parte de los puestos directivos, no cabe duda de ello.

Siempre he sido una ferviente defensora del esfuerzo, el mérito y la capacidad como claves para el progreso profesional. Vale la pena recordar, sobre este punto, al personaje John Galt, del que la escritora Ayn Rand se valió para poner de relieve sus ideas en la impactante novela “La Rebelión de Atlas”, cuando proclamaba, a modo de cierre de su gran discurso, “juro por mi vida y mi amor por ella que jamás viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí”.

No obstante, para que tales principios de mérito y capacidad puedan imperar es necesario que llegue a existir una igualdad real de oportunidades para hombres y mujeres y, actualmente, en muchos casos, no hemos alcanzado esa situación.

El argumento de que existen mujeres “que llegan a triunfar”, lo que implicaría, teóricamente, que no son necesarias políticas orientadas a solventar la situación de desigualdad, fue brillantemente descrito por Simone de Beauvoir[1] que denominaba  a estas mujeres como “mujeres pelota”,  pues eran “rebotadas” por quienes estaban en contra de adoptar medidas positivas dirigidas a romper el techo de cristal para decir: “¿Veis? Ella ha triunfado porque vale, si vosotras no lo conseguís no es por impedimentos sexistas, sino porque no valéis lo suficiente”.

En mi experiencia como magistrada, no he encontrado ningún obstáculo en el ejercicio profesional por el hecho de ser mujer. Ingresé en la Carrera Judicial por el turno de oposición libre en el año 2002, ascendí por razón de antigüedad en 2008 y accedí a una plaza de la Audiencia Provincial reservada a especialista mercantil, por haber superado, en su día, las pruebas de especialización que periódicamente convoca el Consejo General del Poder Judicial. Y el trato que he recibido por parte de todos aquellos con los que he tenido relación en mi trayectoria ha sido correcto y respetuoso en todo momento.

El hecho de que ésta haya sido, hasta ahora, mi experiencia, no significa que no sean necesarias medidas destinadas a alcanzar la igualdad real, en todos los ámbitos profesionales, también en la Carrera Judicial. Prueba de ello es que hace pocos días se publicaba en el BOE (15.11.2021), el II Plan de Igualdad de la Carrera Judicial, con la finalidad de lograr el objetivo de la igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres.

Entre las medidas precisas para tratar de garantizar que las mujeres, plenamente aptas y capacitadas, puedan llegar a puestos directivos y de decisión se encuentran -y en eso llevaba razón mi querido amigo- las políticas de conciliación, aquéllas que permiten que las mujeres puedan tomar decisiones sobre su futuro profesional sin que la situación familiar sea un auténtico muro infranqueable. Pero no son las únicas, pues siguen siendo necesarias otras medidas que hagan posible romper los techos de cristal en la cúspide. 

Los principios de mérito y capacidad son perfectamente compatibles con políticas que ayuden a alcanzar una situación de igualdad real de las mujeres.

 Ojalá llegue el día en que ya no sea noticia la cuestión de la que hablamos por haber quedado completamente superada.


[1] La cita es tomada del libro “La absurda idea de no volver a verte”, de Rosa Montero.

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