La profesión de abogada requiere como es sabido de una gran dedicación. Las mujeres que hemos elegido nuestra profesión por vocación, y aspiramos a alcanzar las más altas cotas de excelencia en el servicio a nuestros clientes, sabemos lo difícil que es conseguir compatibilizar unas jornadas de trabajo interminables, condicionadas por plazos y viajes constantes, con nuestra otra vocación, la de madres, y nuestro afán por compartir el máximo tiempo posible con nuestros hijos.
El reto es difícil, nos negamos a no estar presentes en momentos que son únicos en la vida, y que solamente pueden disfrutarse una vez: el primer diente que se cae y la carta al ratoncito Pérez, los cumpleaños, las funciones navideñas, los viajes en familia…También, por responsabilidad, necesitamos sacar tiempo para ayudar a nuestros hijos con los estudios, acudir a tutorías, o cuidar de ellos cuando están enfermos.
Sin embargo, hay que sacar tiempo para redactar escritos, acudir a vistas, viajar de manera continua y atender a nuestros clientes puntualmente, haciéndoles sentirse más que asesorados, acompañados en todo momento.
Afortunadamente, la sociedad cada vez nos apoya más en esta tarea, la corresponsabilidad en las tareas del hogar es una realidad cada vez más palpable en las generaciones más jóvenes, y por lo menos en lo que a mí respecta, siempre he encontrado el apoyo de mi marido, aunque en muchas ocasiones también es difícil conseguir la meta de atender a todo, en familias en las que los dos progenitores, como es mi caso, tenemos profesiones que exigen lo mejor de cada uno de nosotros.
Sin embargo, mi visión es que todavía existen muchas barreras que derribar, y en ocasiones me entristece ver cómo desde los propios poderes del estado se han dado ejemplos poco edificantes de falta de apoyo a las madres que ejercen un papel tan importante en la administración de justicia como es el nuestro.
Me refiero a sucesos que no son infrecuentes, y que hace pocos meses han tenido eco en los medios de comunicación, como es la negativa de un juzgado de lo social -jurisdicción a la que me dedico- que denegaba la suspensión de un procedimiento que estaba señalado en una fecha coincidente con el permiso de maternidad de una abogada. Afortunadamente, la oportuna mediación del Colegio de Abogados de Madrid, y por qué no decirlo, la presión mediática, hizo reconsiderar el caso al juzgado, que finalmente accedió a la suspensión.
La Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, prohíbe cualquier tipo de discriminación, directa o indirecta, por razón de sexo, y, especialmente, por circunstancias derivadas de la maternidad, la asunción de obligaciones familiares y el estado civil. La Ley prevé textualmente, como uno de los criterios generales de actuación de los poderes públicos, el de proteger la maternidad, con especial asunción por la sociedad de los efectos derivados del embarazo, parto y lactancia.
Por otro lado, hemos conocido que el Ministerio de Justicia, en el último borrador de la Ley de Eficiencia Procesal, pendiente aún del trámite parlamentario, prevé la posibilidad de suspensión de los juicios y plazos procesales para letradas y letrados durante las seis semanas después del parto, período coincidente con el descanso laboral obligatorio establecido según la legislación laboral y de seguridad social. A mi modo de ver es una medida insuficiente, ya que los profesionales que ejercen la abogacía de manera autónoma, fuera de los grandes despachos, se ven perjudicados frente a compañeros que disfrutan en plenitud de las 16 semanas de su baja laboral, porque pueden ser sustituidos por otro letrado del bufete.
Pero más allá de la literalidad de la Ley, y de estas tímidas ayudas, es necesario trabajar con convicción para lograr un efectivo cambio social, con vistas a que la igualdad real cale de verdad en todos los estamentos de la sociedad, más aún en un ámbito, el legal, en el que, cada vez más, la presencia de las mujeres adquiere una representatividad mayor, incluso, que la de los hombres.
No podemos permitirnos poner trabas a las nuevas abogadas en su tarea vital de aunar el ejercicio de la abogacía con la vocación de ser madres, en ambos casos en plenitud y sin tener que encontrarse en la triste disyuntiva de tener que anteponer un rol a otro.