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23/03/2025. 12:08:45
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Miembro del Consejo Asesor de Aranzadi LA LEY

Nuevas reglas femeninas del juego en el tablero procesal

Sonia Calaza López, catedrática de Derecho procesal y decana de la Facultad de Derecho (UNED)

La iniciativa de la Fundación Aranzadi LA LEY Mujeres por Derecho te ofrece con motivo del Día de la Mujer una selección de artículos de mujeres juristas con un eje común: el cumplimiento de la igualdad supone una forma de enriquecer y democratizar la sociedad. Desde su lanzamiento en abril de 2021 Mujeres por Derecho ha contado con la participación de más de 300 juristas, lo que le convierte en el foro de referencia para el debate sobre el pasado, presente y futuro del papel de las mujeres en la profesión jurídica.

No existe -ni existirá jamás- un perfil de mujer homogéneo, uniforme, ni mucho menos idéntico. Tampoco una experiencia femenina única extrapolable a la colectividad. Mi voz es alta, autorizada y firme, pues procede de la universidad pública más grande (y potente) de Europa: representa -además- el colectivo de las grandes conquistas educativas y científicas de la humanidad (por su central madrileña y sus sedes en prácticamente todos los países más avanzados del mundo); también de la igualdad, del equilibrio, de la ponderación; incluso de la progresiva feminización de la Justicia: pero no habla -¡imposible!- en nombre de todo el colectivo de docentes e investigadoras (catedráticas universitarias) del país: cada académica es única, singular e irrepetible. Sin embargo, si algo tenemos en común las procesalistas de este siglo es nuestro reciente despertar -nuestro feliz resurgimiento- en un mundo de hombres. Cada vez somos más: con nuestras singularidades, (distintas) habilidades y heterogéneas sensibilidades y cada vez somos (nos sabemos) más fuertes, más resilientes, más valientes; pero todas procedemos -también lo sabemos- de un mundo (esencialmente) masculino.

El tribunal de mi oposición a cátedra estaba compuesto por cuatro hombres y una mujer: desde el rectorado de mi universidad se nos apercibió -en su momento- al respecto de esta desigual composición para que se procediese a una urgente modificación (más respetuosa con la imprescindible paridad) de dicha comisión. Cuando mostramos la estadística de mujeres catedráticas (de Derecho procesal) en aquel (no tan lejano) 2018, quienes nos solicitaron el cambio comprendieron -¡de inmediato!- que incluso la inclusión de una mujer entre cuatro hombres -en una comisión de cinco miembros- era un auténtico desafío frente al (aplastante) predominio masculino.

¿Hemos sufrido? Sí, la verdad es que sí. No quisiera aprovechar este momento de feliz empoderamiento femenino para lanzar un mensaje de resentimiento por el tiempo de silenciamiento en el que “los hombres” mandaban -con “mano dura” (y sin guante de seda)- en la disciplina, pero lo cierto es que nuestras voces carecían del más mínimo eco. Algunas mujeres -como Silvia Barona- abrieron un camino nunca (antes) transitado, rompieron techos de cristal y conquistaron este territorio procesal (tan clamorosamente masculino) hasta ese momento inexplorado para nosotras. Somos -y siempre seremos- deudoras de sus grandes logros (les profesamos gran admiración y respeto): les debemos un entusiasmado reconocimiento y agradecimiento. Sin embargo, nuestro día a día en aquel siglo XX era tan lejano y desconectado geográficamente de aquellas (aisladas) conquistas femeninas, que ciertamente sus éxitos emulaban esa “luminosidad” del final de un túnel a la que -por más que nos aproximásemos- nunca parecíamos llegar.

El tablero procesal carecía -ciertamente- de unas (mínimas) reglas del juego femeninas: tan sólo los hombres disfrutaban la partida mientras nosotras la observábamos (sin hacer el más mínimo ruido). Y no es que el litisconsorcio, la litispendencia o la cosa juzgada puedan ser instituciones variables en función del cristal a través del cual se miren, pero indudablemente los procesos de familia, menores y violencia de género o la misma justicia terapéutica (¡también la resocializadora!) merecían -¡merecen!- una perspectiva de género. Y esto por lo que atañe al corazón de nuestra rama científica: el resto de los órganos vitales (de nuestra frágil anatomía) subsistían en un entorno de descarnada hegemonía masculina, dónde el devenir androcéntrico, patriarcal y dominante eran -de nuevo- resilientes constantes vitales en un mundo universitario (innegociablemente) varonil. Nuestras posibilidades de reconocimiento científico -mediante el acceso a las cátedras universitarias- eras escasas, por no decir: inexistentes. Pese a ello (muchas de nosotras): no sucumbíamos. La ANECA -una institución del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades destinada a la acreditación del profesorado universitario- nos salvó de la “quema femenina” o selección arbitraria (y discriminatoria de las mujeres en un mundo de hombres -catedráticos- que parecieran adolecer, en ciertos casos, de auténtica misoginia). Desde su creación -en el año 2000- y gracias a las nuevas políticas universitarias de promoción del talento (tanto femenino como masculino) pudimos “sacar cabeza” después de muchos años en los que el panorama universitario parecía “desolador”: las mujeres estábamos -realmente- en los márgenes de la (sublime) educación universitaria y del (imprescindible) avance del conocimiento científico. La falta de oxigenación (provocada por una tardía o imposible promoción) nos expulsaba del sistema.  He de reconocer que -en los momentos más desesperantes de mi vida académica- unos hombres (marcadamente feministas) contribuyeron -decisivamente- a despejar una buena parte de la “maleza” del camino: el profesor Antonio Fernández de Buján -en mi caso particular- logró “ilusionarme”, sostenerme y mantenerme activa -a pesar de la “negrura machista” del bosque académico- durante más de veinte años: otras compañeras (ante similar frustración por la inexistencia -en un plazo razonable- de legítimas expectativas) decayeron, abandonaron o peor aún: “se abandonaron”. Yo seguí remando, con mucha energía -como si de verdad (aunque no lo pudiese entonces vislumbrar) hubiese un “mañana oceánico” a mi alcance y esa esperanza (reforzada por un pulmón prestado) me sostuvo, me mantuvo, me permitió resistir y al término: llegar al destino soñado: mi cátedra universitaria. La resistencia fue clave.

Mi disciplina -la justicia- es -además- muy sensible a la persistencia de sesgos (en el enjuiciamiento), de estereotipos (en la legislación) y de desigualdades por razón de género (en la aplicación -muchas veces paternalista- de las normas). Buena muestra de ello la da, por ejemplo, esa categórica imposibilidad de alcanzar acuerdos -en forma de conformidades- entre víctimas (de violencia contra la mujer) y agresores, como si todas ellas fuesen débiles, frágiles o vulnerables -en una dinámica (claramente) patriarcal- frente a un prototipo masculino de mayor predominio o protagonismo procesal.

La posición de la mujer -durante este siglo- en el primer mundo ha mejorado considerablemente (así ha de reconocerse), pero resulta evidente que un buen número de territorios y culturas del planeta adolecen -todavía- de gravísimos atropellos machistas pendientes de resolución, y esta debiera ser –la tolerancia cero frente al supremacismo machista– una de las prioridades estratégicas del planeta. Agradezco mucho a la Fundación de Aranzadi LA LEY que afronte -siempre- apuestas de marcada relevancia femenina y promueva iniciativas como  Mujeres por Derecho (creada en abril de 2021) dentro de su portal jurídico Legal Today. Acciones como esta nos permiten otorgar visibilidad y dar voz a muchas mujeres que carecen de imagen y sonido. ¿Quién podría imaginar -en este momento- que la cuna del conocimiento (la Universidad) mantuviese -a las mujeres- en los márgenes del sistema (hasta hace apenas un cuarto de siglo) o que la Justicia -tanto judicial como extrajudicial- deba soportar (todavía: a día de hoy) una desigual legislación en función del género de las víctimas y victimarios? La existencia de plataformas como esta son auténticos inhibidores de frecuencia machista: ¡Enhorabuena! Estamos cada vez más cerca de la igualdad y la equidad: presupuestos indispensables de la libertad y la dignidad de todas las personas que integramos el planeta. 

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