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04/12/2024. 20:06:39
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España y su apuesta por la ONU

Sergio Cuesta Francisco

funcionario de la Carrera Diplomática

El 14 de diciembre de 1955, España consagraba con su entrada en Naciones Unidas el final de la “travesía por el desierto” internacional que había seguido a la instauración del régimen franquista. Desde entonces, España ha sido uno de los países que más ha contribuido a la ONU, promoviendo el multilateralismo eficaz y apoyando los esfuerzos de la organización en el logro de sus objetivos. Sin embargo, Naciones Unidas han sido blanco frecuente de críticas por su falta de capacidad para gestionar determinadas crisis internacionales. ¿Vale, pues, la pena seguir apostando por la organización y sus iniciativas? La respuesta, a mi entender, es un rotundo sí.

España y su apuesta por la ONU

Iremos en primer lugar a los hechos: ¿cómo ha apoyado España la acción de las Naciones Unidas? De una parte, materialmente. Nuestro país es el octavo contribuyente al presupuesto ordinario de la organización, a cuyos fondos aporta el 2,54% de sus ingresos anuales. De otro lado, a través de la ayuda al desarrollo y la promoción internacional de los derechos humanos, lo que casa con los objetivos de la Carta de San Francisco y con los propósitos de muchas iniciativas en el seno de la ONU.

España también ha participado, y muy intensamente, en las operaciones de mantenimiento de la paz desde que consolidó su transición a la democracia: en 1989, España inició el envío de Cascos Azules a misiones amparadas por el Consejo de Seguridad. Las dos primeras misiones en las que participaron tropas españolas fueron en África: UNAVEM I en Angola y UNTAG en Namibia. Hoy, casi 30 años después de aquellos primeros y tímidos pasos en el continente negro, un español, el Teniente General Vicente Díaz de Villegas dirige desde hace poco la misión más numerosa de la ONU en el mundo, que cuenta con un total de 18.500 efectivos encargados de mantener la paz en la República Democrática del Congo. Por otra parte, España participa activamente en otras iniciativas menos belicosas de Naciones Unidas, como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, e incluso dirige algunas, como la de la Alianza de Civilizaciones, copatrocinada por los gobiernos español y turco.

Nuestro país, por tanto, ha apostado claramente por Naciones Unidas. ¿Tiene sentido que España lance su peso detrás de una organización acusada reiteradamente de ineficacia? Un delegado árabe en la Conferencia de San Francisco, de la que nació la ONU en 1945, afirmaba con ironía que una vez entrara en vigor el sistema de la ONU, en un conflicto entre dos países pequeños, intervendrían las Naciones Unidas y desaparecería el conflicto. En cambio, si el conflicto era entre un país pequeño y uno grande, intervendría la Organización y desaparecería… el país pequeño. Por último, un conflicto entre dos países grandes conllevaría la desaparición de la propia organización. Para muchos críticos de la realidad internacional, esta visión fue profética. En el elenco de fallos de la organización se cuentan, así, los atentados contra la soberanía de varios países que tuvieron lugar durante la guerra fría y que quedaron impunes por ser el país "transgresor" una gran potencia. Sin embargo, estas mismas voces críticas parecen tener memoria selectiva y haber olvidado las intervenciones exitosas de la ONU y también sus externalidades positivas.

Así, en primer lugar, la ONU sí ha tenido éxitos militares en el mantenimiento de la paz en regiones inestables como Congo o Haití, mediante sus Cascos Azules. Estas actividades han tenido además abundantes externalidades positivas: la creación de una "cultura de paz", la formación en operaciones internacionales de las tropas de países muy diferentes y el fomento de la interoperabilidad y la mutua comprensión entre las fuerzas armadas de países aliados. Por otro lado, los muchos organismos asociados y dependientes de la ONU han contribuido a establecer estándares técnicos internacionales en dominios como la salud (OMS), las tecnologías nucleares (OIEA) o la educación (UNESCO), amén de contribuir a sus respectivos propósitos. Por último, por mucho que se acuse a la Asamblea General de ser una amalgama ingobernable de países, es el único foro donde se ven las caras algunos Estados. Venezuela, EE.UU, Irán, China, Israel o Corea del Norte tienen oportunidad de hacerse oír y de hablar sin intermediarios con interlocutores con los que no coinciden en ninguna otra organización. Aunque sólo fuera por esto, la ONU debería seguir existiendo.

En realidad, en mi opinión, y partiendo de la premisa básica de que la ONU es mejorable, debo concluir que también es necesaria. Las Naciones Unidas hacen que el mundo sea un lugar mejor. Puede que sus soluciones sólo ofrezcan cuidados paliativos para situaciones a menudo terminales, pero las normas y actuaciones de la ONU marcan una diferencia en la calidad de vida de muchas personas. Los ciudadanos todavía no son sujetos plenos de derecho internacional público, pero en última instancia todo derecho, también el internacional, se orienta a la satisfacción de las necesidades humanas. La apuesta de España por la ONU es la correcta. El ideal de justicia "onusiano" de erradicar la guerra, por imperfecto que sea, debe continuar para que exista la teleología en derecho internacional. Como dice el profesor Rodríguez Carrión, "para algunos Estados, sólo dos terceras partes, para algunos pueblos en la misma proporción, la pérdida de teleología supone que el infierno no debe esperarse, en todo caso, en la otra vida".

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