El responsable de un despacho pequeño se ve, respecto a sus empleados, continuamente en este dilema.
Los despachos pequeños son pequeñas familias, no por los lazos afectivos; sino por la confluencia de intereses que tienen entre sus miembros, y la intensidad de la relación diaria entre ellos. Son peculiares también porque el dueño es, a la vez, patrón, guía y confesor. Y…porque, a diferencia de los grandes, es también el encargado de marketing, sin poder tomar la distancia que da el ver sin ser visto.
En un despacho de grandes dimensiones, cada empleado puede sacar adelante el trabajo como le han enseñado a lo largo de su formación, y luego él ha ido entendiendo. Sin embargo, en uno más reducido, la individualidad desaparece, y todos los actos, gestos y palabras confluyen en los clientes.
El empleado toma un protagonismo y una personalidad muy fuerte, porque personifica el despacho; y el responsable ha de hacer muchas horas al frente de su negocio para que los subordinados, por inadvertencia y no calibrando las consecuencias, infinitas, que tienen los actos cuando se llevan a cabo parapetados tras una empresa que no es suya, no se erijan en jefecillos déspotas.
Cada manera de responder a un teléfono, el día del mes que suele salir la facturación, si hay empleados maledicentes; o si no están de acuerdo con el modo en que el jefe paga las horas extraordinarias: todo en un despacho pequeño retumba con una intensidad inusitada, y el jefe se ve, casi diariamente, en una disyuntiva muy clara: ¿piso los talones a mis empleados, o les dejo hacer?.
Este tipo de despacho no responden a Planes de Empresa como los de mayores dimensiones, porque el plan lo tiene el responsable en la cabeza. Por lo tanto, lo más cuerdo en estos casos se vuelve el trazar microplanes, cliente a cliente: al buen pagador, cancha. Al mal pagador, pagos por adelantado. Al que hace perder tiempo, si lo hay, un concreto día, ¿por qué no regalárselo?. Respecto a los empleados, idem de lienzo: quizá es bueno que haya un empleado que no levante la cabeza de los papeles, y sea laborioso y metódico; pero que también haya otro, rayano en lo levantisco, que sepa frenar a un cliente ofensivo -pero que guarde una buena relación con el dueño-. Es bueno, también, que haya un empleado "casado con la empresa", que se vaya a casa pensando qué bien hizo esto o aquello, pero que, de todos modos, podría rizar el rizo y llegar al virtuosismo.
Y todo ello -clientes, empleados y afines- lo ve el dueño, aunque finja que no. Ve, y deja hacer; o ve, e interviene, con una mano izquierda colosal; porque no puede humillar a nadie, ni hacer reyes por un día.
El Plan de Empresa, muchos, lo llevan en la cabeza, y lo actualizan a cada minuto.