La nueva era que estamos viviendo, nos obliga a actuar de forma diferente a como lo veníamos haciendo hasta ahora. Es frecuente escuchar que nos encontramos en la era del conocimiento y que su gestión es la clave para el éxito presente y futuro, pero, ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo aprovechar las oportunidades que nos ofrece? ¿Por dónde empezar?
Nuestro comportamiento es el resultado de nuestra forma de ver lo que a nuestro alrededor acontece: el trabajo, los compañeros, los clientes… y cualquier situación cotidiana que nos suceda. Si partimos de la idea que no es la realidad lo que nos afecta sino la interpretación que de la misma hacemos, parece obvio pensar, que un cambio de enfoque, llevará consigo un cambio de comportamiento. Imaginemos un colega que ve a sus compañeros de despacho como vagos y perezosos, que no se comprometen con la empresa y que se han convertido en funcionarios del sector "privado", ¿Qué relación va a mantener con ellos? ¿Qué caracterizará sus interacciones diarias?
Este caso extremo nos sirve para ejemplificar el verdadero reto y dificultad que supone modificar nuestra idea de realidad. Este compañero, frustrado y desolado por la "dura realidad" que le ha tocazo vivir, debe luchar contra su propio ego para superar el freno que le impide ver a su equipo como personas con potencial, que necesitan una oportunidad para desarrollarse y un tiempo de escucha y comprensión para mostrar todo su potencial. Es por ello que renovar las gafas con las que vemos lo que a nuestro alrededor acontece es el primer paso para modificar nuestro comportamiento, pues lo que antes hacíamos deja de tener sentido ante el nuevo panorama que frente a nosotros se postra. Ver nuestro negocio desde una óptica diferente nos proporcionará innumerables opciones de actuación que antes desconocíamos por nuestra "ceguera".
Gestionar el conocimiento no es posible salvo que "veamos" a nuestros colaboradores y a nosotros mismos con unas gafas renovadas. Lo que sucede es que en ocasiones, aprovechar el plan renove de las gafas requiere hacer un esfuerzo no siempre agradable. Nuestra cotidianeidad y comodidad y el lastre que suponen las experiencias pasadas han tomado las riendas de nuestra vida, no encontrando momento, lugar y fuerzas para ajustar los parámetros desde los que observamos lo que a nuestro alrededor acontece.
Marcos, socio de un pequeño bufete de abogados, se sorprendió la primera vez que le preguntamos cómo veía su trabajo y despacho.
"¿Qué como veo mi trabajo, mi negocio y a las personas que conmigo trabajan?"
Espetó Marcos mostrando síntomas de resignación e incomodidad ante la, en apariencia, trivial pregunta. Pese a los muchos años que llevaba ejerciendo la abogacía y dirigiendo el despacho, nunca se había parado a responder esa pregunta. Su trabajo discurría a gran velocidad, saltando de caso en caso, con el único propósito de satisfacer, de la mejor manera posible, a sus clientes.
"En este negocio todo debe funcionar como un reloj" comentó Marcos. "Cualquier fallo o despiste nos puede costar un disgusto… tenemos muy poco margen de error y las personas debemos trabajar concentradas cumpliendo cada una con el cometido que nos ha sido encomendado"
Sin tiempo para pensar hacia donde iba, ni el impacto que sus decisiones tenían para si mismo y para los que le rodeaban, Marcos se dio cuenta que trabajaba por inercia. Hacía mucho tiempo que no se preguntaba el porque de las cosas ni el impacto que su forma de dirigir tenía sobre los resultados del despacho y sobre la motivación e implicación de su gente.
"La vida va a toda velocidad, y no hay tiempo para parar y reflexionar… nuestros clientes no entienden de reflexiones… sólo quieren resultados".
Pero la contestación pareció abrir una nueva puerta en la mente de Marcos.
"Lo ciento es que de un tiempo a esta parte, el ambiente en el despacho no es tan agradable como antes. Siempre he pensado que se debía a la carga de trabajo y a la tensión y estrés de una profesión como la nuestra".
Tras quedarse pensativo durante un instante, continuó
"tenemos el trabajo estructurado, organizado y especializado. Somos máquinas de trabajar y sacar casos hacia adelante. Podríamos hacer nuestro trabajo con los ojos cerrados si nos lo pidieran!!!" argumentó con más tristeza que orgullo… "¿Dónde radica el reto? ¿Qué interés podemos tener a la hora de venir a trabajar a parte de ganarnos nuestro merecido sueldo?"
En sus ojos se reflejaba la necesidad de responder con mayor detalle e interés la pregunta con la que se inició nuestra conversación. Sentía la necesidad de conocer hacia dónde se dirigía y comunicarlo a sus colaboradores. Quería recuperar la pasión que antaño sentía en su trabajo y parecía que la clave radicaba en dedicarse tiempo a si mismo, a preguntarse lo que quería lograr y reflexionar sobre como sus acciones y decisiones diarias influían sobre las personas que le rodeaban. Veía a su equipo como un ejército de hormigas organizadas y coordinadas, que trabajaban afanosamente para satisfacer los deseos de la reina. No cometer fallos, cumplir plazos, sacrificarse por la empresa eran sus parámetros de observación. Se dio cuenta del impacto que su modelo de liderazgo y su visión de la realidad tenían sobre el clima en el despacho y asumió la responsabilidad de obrar en consecuencia.
Desgraciadamente, el caso de Marcos no es un hecho aislado. Con frecuencia nos encontramos con profesionales que navegan a la deriva dirigiendo una tripulación que ha perdido la fe inicial que tenían de encontrar la tierra prometida. Es ahora un buen momento de hacer como Marcos y pararnos a reflexionar sobre cómo nos vemos a nosotros mismos y lo que a nuestro alrededor sucede y meditar sobre el impacto que esto tiene sobre las personas que con nosotros trabajan y cuyas habilidades, conocimientos y experiencias son la piedra angular de la diferenciación, desarrollo y crecimiento presente y futuro de nuestros negocios.