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28/03/2024. 21:12:28

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Ante la abdicación del Rey

Catedrático de Derecho Administrativo

Como supongo que a casi todo el mundo que no estuviera en las interioridades previas, la noticia de la abdicación del Rey me ha sorprendido. Parecía que su salud y actividad personal mejoraba (ahí están sus recientes viajes a los países árabes) y que su figura institucional empezaba a remontar (tras los varios episodios negativos de todos conocidos). Pero el Rey ha abdicado. No importan o no me importan ya tanto los porqués sino el futuro. Las causas pueden ser varias y analistas habrá que se ocupen pormenorizadamente de ello. Importan los efectos, el futuro. Y desde esa perspectiva improviso unos breves apuntes.

Unos apuntes que deben empezar por el reconocimiento a la figura de Don Juan Carlos. Haya o no muchos monárquicos, ha habido y creo que sigue habiendo muchos juancarlistas. Y hay que reconocer y ensalzar su figura institucional, porque en un país como el nuestro y en un tiempo como el actual en el que todo va muy de prisa, se tienden a olvidar muchas cosas importantes por quienes no las han vivido cuando quienes las vivieron no las supieron explicar.

S.M., el todavía Rey Juan Carlos, fue una figura decisiva en la transición política, en el paso sin excesivos traumatismos -y se temían muchos- de la dictadura a la democracia. Él venía del pasado, pero no sólo del pasado franquista porque hay que recordar el pasado y el papel de su padre, el Conde de Barcelona, el quizá único hijo de Rey y padre de Rey, pero no Rey él mismo. Supo rodearse de buenos consejeros. Supo agradecer el apoyo de algunos (y ahora me referiré a una foto que acabo de ver en la que reproduce la prensa al recibir al presidente del Gobierno), avizoró por dónde circulaban los aires nuevos, enhebró relaciones con gentes de toda condición, supo o aprendió pronto que en una democracia el Gobierno es fundamental pero la oposición -aunque no gobierne- no lo es menos. En definitiva, contribuyó de forma decisiva, a mi juicio, a la estabilidad institucional y no sólo la noche del 23 de febrero de 1981 y en la famosa reunión con los líderes de todo el arco parlamentario del día siguiente.

Reconocimiento institucional, pues, en primer lugar. Recordatorio luego de que, en efecto, la abdicación no esté regulada directamente en la Constitución y debe regularse de inmediato por una Ley orgánica, como efectivamente dice el art. 57.5. Y, después, proclamación de un nuevo Rey en la figura de Don Felipe que, al ser proclamado, deberá prestar un juramento que -este sí- precisa el art. 61.1: el de "desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas". En esa breve frase se condensa el papel de su figura garante de la democracia, de los derechos de los ciudadanos, también de la estructura territorial y, por todo ello, moderador del funcionamiento de las instituciones (art. 56.1).

Ante esta novedosa situación -desconocida en los tiempos recientes- que plantea algunas incógnitas en medio de tantas noticias negativas que un día sí y otro también recogen las primeras páginas de todos los periódicos, se impone reflexionar sobre el futuro. Y, al hacerlo, recordar de nuevo el pasado. En el estante de la librería del despacho del monarca, en la foto que publica ahora la prensa y los medios digitales, destacan tres lejanas fotografías, una es del Príncipe, pero otra, todavía en blanco y negro, es un busto que a los menores de 40 o 45 años nos les dirá nada. Pero es de uno de los muñidores o artífices de la delicada operación de consolidar la Monarquía a la muerte de Franco: Torcuato Fernández Miranda, Catedrático, consejero, Presidente de las Cortes… No sé si esa foto ha estado siempre allí y si, como en los mensajes navideños, supone un mensaje subliminal. Pero, al verla, recordé aquellos años de mi juventud llenos de incertidumbres, como ahora. Y me vino a la mente la idea del patriotismo de tantas personas que en momentos difíciles dejaron de lado sus legítimas y personales ideas para colaborar en la tarea común de crear un país moderno donde quedara garantizada la convivencia colectiva "conforme a un orden económico y social justo" y en una "sociedad democrática avanzada", como, por cierto, dice el Preámbulo de la Constitución.

Noticias como la de ayer invitan a recuperar esa idea central de lo que, del Rey abajo, han hecho algunos españoles por su país. De nuevo, hoy, como hace treinta y cinco años, se requiere de todos el mismo patriotismo que ha demostrado el Rey y rescatar esa palabra del armario de las antiguallas para ponerla en el estante de la modernidad, dotándola de su sentido democrático, como en algún momento estuvimos a punto de lograr y dejamos perder. Patriotas no por su vinculación a una historia real o ficticia, sino por su adhesión y práctica a unos valores colectivos que antes eran vagos e imprecisos pero que hoy se plasman claramente en la Constitución. Y el Rey, a mi juicio, ha hecho muchos ejercicios y manifestaciones de ese tipo de patriotismo, como lo hicieron cuatro personas que colaboraron con él en esa gran tarea colectiva, cada uno desde su personal punto de vista, y que han muerto casi al mismo tiempo. Y es que una buena parte del sistema democrático que vivimos, con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones, con todo lo que no funciona como quisiéramos, se debe, además de al Rey, a personas tan distintas como Manuel Fraga, Gregorio Peces-Barba y Santiago Carrillo que murieron el mismo año 2012. Y, muy especialmente, al presidente Suárez, que concitó a los otros en muchas cosas, pero especialmente en dos experimentos valientes y decisivos que hay que reivindicar y, sobre todo, conocer y dar a conocer: los Pactos de La Moncloa (sin los cuales no hubiera podido haber recuperación económica, ni seguramente democracia en una sociedad que llegó a tener una inflación del 27 %) y la Constitución. Una Constitución a la que hace referencia el Monarca en su renuncia y que, por encima y a pesar de todo, sigue siendo el foco que nos debe guiar en estos tiempos duros y de desolación. El gesto del Monarca debería ser una apelación a todos los ciudadanos, pero especialmente a los responsables políticos, para alejar de la vida colectiva gestos de intolerancia, de insidia, fanatismo y hasta de obcecación.

Hay, pues, en la noticia un cierto aire de cierre de una época. Lo que más nos debería importar es que fuera también el momento a abrir un tiempo nuevo en el que puedan recuperarse y hacerse realidad muchos de los valores y las aspiraciones que llevaron a tantos, siendo el Rey el primero, a renunciar a su propia verdad para hacer del futuro un presente mejor. Curados y enseñados por errores pasados, reiniciar el camino con un símbolo nuevo.

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