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29/03/2024. 07:52:18

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¿Quién tiene la culpa?

María Gema Esteban

Ante algunas sentencias y consejos de las escuelas de padres, que últimamente han proliferado en tantos lugares, con carácter voluntario y gratuito, nos preguntamos si ante la necesidad de corregir al menor hay que pedir cita con un psicólogo de la Seguridad Social para que nos haga “sesión familiar” cuando todo intento de corrección por parte de los padres ha fracasado. Lo cierto es que estas sesiones suelen tener mucho en la práctica de “negociadoras” ante la actitud del adolescente.

Ya sabemos los que tenemos hijos que la educación no puede hacerse de un día para otro, sino que se va asentando a lo largo de toda la vida, poco a poco y que como se educa de verdad es con el ejemplo y desde el cariño.

Nos hablan los medios de comunicación de la generación ni-ni, fruto de la primera oleada de la mezclada generación de las discotecas que se llamó en su día generación perdida, destinada a mezclarse con la generación de licenciados; es decir los adolescentes actuales son los descendientes de  lo que iba a ser el grueso de la pirámide, formada en su mayoría por no titulados (muchos sin estudios básicos) del baby-boom, nacidos en los años sesenta y setenta, que se han incorporado  al mercado laboral  y han tenido hijos por lo general tarde.

Un nacido en 1960 que tenía en 1975 quince años, y adquirió la mayoría de edad en 1978, que por las distintas circunstancias de la España de entonces no tenía en aquella época titulación tiene muchas más posibilidades que un nacido posterior de haber encontrado un trabajo estable y haberse comprado  casa a un precio asequible. Si  tuvo sus hijos a los veinticinco años, esos niños habrían nacido en 1985 y tendrían hoy veinticinco años. Es decir, sus hijos no son adolescentes ni-ni.

Un nacido en 1970 que tenía en 1975 cinco años, y adquirió la mayoría de edad en 1988, que pudo tener estudios universitarios y terminarlos (cinco años) en 1993, realizó como mínimo un curso de especialización y tardó un tiempo encontrar su primer empleo (dos años), pudo tener a sus hijos  a partir de los veintisiete o,  más probable, a partir de los treinta, en 2000. Es decir, estos hijos se quedan fuera de la adolescencia ni-ni.

Entonces, ¿quiénes son los padres de estos adolescentes? Parece que hablamos de los hijos del grueso teórico nacido en 1965 y de hijos también  de no licenciados, que han podido casarse y tener hijos antes de los treinta años.

Por lo que recuerdo de la política educativa mantenida por ambos partidos políticos gobernantes, con el consentimiento explícito o implícito del resto de  nuestros representantes, la consigna fue educación  para todos en forma de acceso a la universidad para mayores de veinticinco años,  oyentes en las universidades y cursos gratuitos para que esta generación perdida no se viera discriminada respecto a sus hermanos menores, ya que (decían los políticos) el problema era que en una misma familia debido a la enseñanza obligatoria los hermanos pequeños iban a ser licenciados o diplomados y los mayores no iban a tener estudios ni primarios en algunos casos, lo que suponía un grave problema social.

Lo cierto es que todo el baby-boom, perdidos o licenciados reales, comprobaron  en sus  lugares de ocio y encuentro que tenía más cache ser estudiante universitario que de FP o albañil, y trabajar aunque fuera poco tiempo en una oficina  que como albañil. Lo cierto también es que no había posibilidad de independizarse económicamente del hogar paterno. Ante esto  (el siguiente razonamiento es posterior) como mamá no hay nadie, papá ayuda y hago lo que quiero. La consecuencia (el siguiente razonamiento puede ser anterior o posterior, pero siempre con las circunstancias económico-socio-laborales de acoso laboral de superiores y compañeros, discriminación por cualificación y sexo, intrusismo profesional, etc. agitándose como un sable sobre su cabeza, es que  las relaciones difícilmente son estables y los matrimonios tardíos, comparándonos con nuestros padres.

Todo esto unido a las dificultades de conciliación laboral y familiar ha hecho que muchas féminas del baby-boom hayan optado por dejar de trabajar unos años de embarazo,  lactancia y primera infancia e intenten reincorporarse después del segundo o tercer hijo media jornada laboral para compatibilizar con el horario escolar, con intención de reengancharse posteriormente a la jornada completa.

Los políticos deberían hacer cálculos reales, especialmente ahora que se debate acerca del futuro de las pensiones: si se entra a las nueve en el trabajo y se sale a las siete y se tarda una hora en llegar y otra en volver (ojalá) debería haber actividades continuadas en los colegios hasta las 19,30 mínimo o las 20,30 en algunos casos, además de horario ampliado por la mañana. Esto es una barbaridad para los niños, que necesitan pasar tiempo con su familia, especialmente en la primera infancia.

Por contra, dejar de trabajar unos años  supone para las mujeres un terrible coste personal,  ya que renuncian a su vida profesional  por el bien de sus familias.

Lo cierto es que los tiempos han cambiado y ha desaparecido la pensión compensatoria en la mayoría de los casos ya que se entiende que la mujer tiene posibilidades reales de incorporarse al mercado laboral, incluso con niños pequeños, especialmente si tiene estudios.

Mientras, los años van pasando y oímos hablar de la crisis tremenda que atravesamos, debida al despilfarro descontrolado de nuestros electos gobernantes.  Cuando  los niños crecen  el problema de la falta de cotización  y las dificultades posteriores para encontrar trabajo son un problema personal de la mujer, no político. Y mientras nos hablan de los ni-ni.

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