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29/03/2024. 11:57:36

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No me fío, presidente

assistant professor of IESE in the department of managing people in organizations

La confianza dentro del ámbito empresarial, como en otras esferas de la vida, es una realidad que no se advierte cuando se disfruta de ella. Somos torpes y desagradecidos con la confianza, ya que la consideramos algo natural, obvio y debido; sólo caemos en la cuenta de su importancia cuando ya es tarde.

No me fío, presidente

"No hay peor error en el liderazgo público que esgrimir falsas esperanzas que pronto se esfumarán". Esta frase la pronunció Winston Churchill en los duros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando nadie, empezando por quienes luego serían sus aliados, confiaba en que Inglaterra soportaría la embestida de las tropas alemanas. Él estaba entonces al frente del país.

La confianza nos permite respirar aire libre en nuestras empresas, porque podemos ofrecer nuestras mejores opiniones a jefes o subordinados, sin necesidad de pensar en sucesivas derivadas, descontando previsibles manipulaciones y poniéndonos a resguardo de efectos colaterales. La confianza nos ayuda a ser nosotros mismos en vez de una máscara patética. La confianza nos anima a emprender acciones cuyo resultado exitoso no está asegurado. Es uno de los progenitores de la innovación.

Sólo un necio reclama confianza, porque el cogollo del meollo del bollo de esta poderosa y sutil realidad estriba en que se otorga libremente. Nos fiamos de unas personas y  no nos fiamos de otras. A menudo nos equivocamos; tras caer en la cuenta del error, unas veces nos sentimos defraudados, engañados, estafados o traicionados; otras nos sorprendemos de nuestra mala fe, lo que nos causa vergüenza e impulsa a cambiar de actitud. La confianza es una actitud, y como tal, nace en nuestro interior, como el amor y el miedo.

¿Por qué otorgamos confianza  a quién nos dirige o se la negamos? Quizá la razón estriba en una mezcla singular de las intenciones y las capacidades que apreciamos en esa persona. Si consideramos que quien nos dirige tiene buenas intenciones (no sólo ni principalmente piensa en sí mismo, ni tampoco desea manipularnos por intereses bastardos e inconfesables) y además juzgamos que sabe lo que se hace (conoce el negocio, pondera los riesgos, es magnánimo ante las oportunidades) solemos otorgarle nuestra confianza y le seguimos persuadidos. Eso es lo que hizo nuestro equipo de jóvenes futbolistas con Luis Aragaonés en la Eurocopa, antes de que la mayoría – empezando por la Federación y siguiendo por la hinchada- nos sumásemos al caballo ganador. Cuando un equipo confía en su líder, trabajar se convierte en una experiencia gozosa, instructiva, que merece la pena.

Si el jefe, careciendo de capacidad,  es honesto, en el mejor de los casos le distinguimos con "en el fondo es una buena persona", pero no llegaremos muy lejos con él. Si a la inversa, su fuerte es su experiencia profesional y su eficacia caiga quien caiga, le distinguimos con una suerte de respeto profesional, que suele pronunciarse miedo. El  miedo es una pasión intensa pero de corto alcance. Si el que dirige está ayuno de capacidad y además sus motivos nos parecen espúreos, sencillamente desconfiamos de él. Curiosamente, se puede malvivir sin confianza: empresas, parejas, familias y países lo demuestran.

Las personas aspiramos a la felicidad, aunque no siempre acertemos en la apuesta, por eso preferimos las noticias positivas a las negativas y huimos de los pájaros de mal agüero; sin embargo, nadie quiere vivir en la mentira. A los líderes se les reconoce en los momentos críticos porque inspiran verdadera confianza; no la predican. Saben que varias razones convencen menos que una sola.

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