En abril de 175, Avidio Casio tomo la unilateral decisión de autoproclamarse emperador tras haber anunciado el supuesto fallecimiento de Marco Aurelio. La usurpación –que se concretó formalmente el 3 de mayo de ese año con su nombramiento formal como supuesto emperador- era, para su protagonista, una lejana secuela de la guerra contra los partos. Avidio había sido un héroe y eso –a decir de sus contemporáneos- había afectado su equilibrio. Se consideraba por encima de cualquiera de sus congéneres.
Nacido cuarenta y cinco años antes, Avidio era el vástago de un prefecto de Egipto, conocido por haber sido un gran orador. Posteriormente, y en seguimiento del cursus honorum (la carrera profesional que tan bien definida estaba durante buena parte de la época republicana para preparar a sus políticos), se había incorporado al Senado como cuestor. Posteriormente llegó a ser pretor; más adelante cónsul, y por fin se incorporó a Siria como legado consular tras la invasión de los partos.
Marcos Aurelio, consciente de las capacidades de su subalterno, le había otorgado un mando especial en Oriente en el 169, tras la muerte de L. Vero, que era hasta el momento su legado.
Mal no debió hacerlo, porque tras su investidura, las provincias de Oriente que habían dependido de él se sumaron a su causa. Egipto también lo hizo. Este dato es muy relevante, porque se trataba de la reserva de trigo del imperio. Su procedencia y buen hacer le facilitaron el camino en su intento. Pero no todo el mundo le siguió, pues, Martius Verus, gobernador de Capadocia, permaneció leal a Marco Aurelio
Al parecer, en la decisión de Avidio algo había tenido que ver el impulso de Faustina, esposa de Marco Aurelio. Creyendo, al parecer honradamente, que estaba a punto de agonizar, promovió que Casio se transformara en su protector, pues, Cómodo, el hijo de Marco Aurelio sólo contaba con trece años.
Avidio se había equivocado en muchos aspectos. En primer lugar, en considerar que por tener el apoyo de las provincias orientales también las occidentales lo harían. El Danubio, frente a sus cálculos optimistas, era una separación demasiado profunda.
Marco Aurelio, que se encontraba precisamente cerca del Danubio, y en una aceptable estado de salud, en cuanto se enteró del intento de golpe de Estado se dirigió a Siria. Antes de que comenzará la conflagración, todo se resolvió: Avidio Casio fue asesinado por sus propios soldados. Y esto, a pesar de que en un discurso que Dio atribuye a Marco Aurelio, el emperador lamentó la falta de fidelidad de un amigo muy querido. Al mismo tiempo, manifestó su deseo de que -a pesar de aquellos sucesos- su ahora competidor no fuera asesinado, pues deseaba comportarse con él con misericordia. El Senado, por su parte y quizá por mostrar sumisión a Marco Aurelio, declaró a Casio como enemigo público.
Tratando de apaciguar al emperador que llegaba al ataque, enviaron la cabeza de Avidio a Marco Aurelio, como había hecho tiempo atrás Potino con la cabeza de Pompeyo. En este caso, Marco Aurelio se negó siquiera a verla. Es más, ordenó que se celebraran solemnes exequias en honor de este general que se había proclamado augusto. Además, el emperador filósofo prohibió cualquier tipo de venganza contra la familia y partidarios del levantisco ahora fallecido.
El tiempo total que había durado la rebeldía fueron poco más de noventa días. Fue, en cualquier caso, la primera señal de alerta cara al futuro. Resulta en este sentido muy revelador que cuando Hollywood analiza en su conocida película la caída del Imperio Romano, el comienzo del largometraje se sitúa precisamente en la época de transición de Marco Aurelio a Cómodo.
Refleja esa realidad que he venido a denominar el alma de las organizaciones. Frente a lo que sucede con las personas -cuando el espíritu parte, sólo queda un cadáver inerte-, en las organizaciones suele suceder que primero se pierde el alma, luego la estructura organizativa sigue durando (que no viviendo) durante algún tiempo. Al cabo, termina en un camposanto, al igual que los finados. Mientras dura, la organización puede dar una cierta apariencia de normalidad, pero en realidad daña a quienes pretendidamente aseguraba servir.
En el caso de Roma, las tropas habían dejado de formar parte de la columna vertebral que todo Estado precisa, para convertirse en unos jugadores exigentes de sus propios derechos. La fuerza de la razón, también en Roma, comenzaba a ser sustituida por la razón de la fuerza.
En Oriente, sin embargo, no fueron plenamente conscientes de la transformación que estaba acaeciendo, principalmente, porque tras la desaparición de Avidio Casio, tuvieron lugar innumerables celebraciones en honor de Némesis, diosa de la venganza contra los criminales, y de la indefectible justicia que castiga el exceso de los hombres.
El camino hacia el derrumbadero daría aún muchas vueltas, pero el Imperio estaba perdiendo su alma a raudales.