Se trata de un mal humano, por ser nosotros, y sólo nosotros, los únicos capaces de sentirlo y expresarlo. En los otros animales sociales existe jerarquía y, que sepamos, ningún miembro del grupo, ocupe el lugar que ocupe en la jerarquía, presume en privado o en público de ser el mejor en una faceta de actividad.
Sin embargo, todos nosotros, confesémoslo, nos hemos creído al menos en alguna ocasión, el mejor en alguna actividad o, comparativamente, hemos creído, viendo el desempeño de un semejante, "yo lo haría mejor". Esa actitud que podríamos incluir dentro del término "amor propio", en ocasiones resulta necesario por saludable, sobre todo mentalmente. Ahora bien, esa actitud alcanza un nivel enfermizo cuando nos sitúa en el plano del imprescindible, del insuperable, del único. En esto, como en muchas otras cosas, el término medio suele ser el deseable, porque habremos de admitir que habitualmente, por no decir de una manera inexorable, llega otro congénere que nos demuestra que se puede hacer mejor o de otra manera más eficaz, y esa aceptación sólo es posible si contamos con un "amor propio" educado, que no quiere decir otra cosa que sano. El ego, eso que es humano y, por lo tanto, natural, hay que educarlo teniendo siempre presente esa máxima del que está de paso, del prescindible. Cuando se muestra en exceso, conviene apagarlo como a una lumbre con demasiada llama y a la vez, de vez en cuanto, toca avivarlo mirándonos de frente en los espejos, para que nos espolee el atrevimiento.
Esto que podemos ver tan claro en lo personal, resulta menos diáfano cuando formamos parte de un grupo que, formando parte de un conjunto mayor, se diferencia, por ejemplo, en el plano profesional. Los liderazgos que en estos grupos se producen, y el deseo de pertenencia sin estridencias de los miembros que los componen, amparan un corporativismo que, frente a una comprensión del conjunto, junto con los objetivos al servicio de los cuales se les ha convocado, acaban por entrar en competición, bien sea por los recursos materiales puestos a disposición de estos objetivos, bien sea por la preeminencia de su función dentro del quehacer total. La gestión llevada a cabo desde este ego mini-grupal conduce siempre al absurdo. Lo anterior, que en una empresa privada tiene a buen seguro cauces para su gestión -de ello depende su supervivencia-, resulta enfermizo en profesiones ligadas a la Función Pública. Del objetivo de servir al bien común se pasa a competir por "qué hay de lo nuestro", ante la seguridad que da pensar que aquello que es de todos no es de nadie, y que el objetivo a cumplir, ahora ya como fin secundario, nadie estará en condiciones de cuestionar su calidad.
Existen infinidad de ejemplos, desde las huelgas de controladores aéreos, grupo mínimo que puso contra las cuerdas a todo un país, máxime teniendo en cuenta, eso lo supimos entonces, los emolumentos de este colectivo frente a la preparación exigida junto con la endogamia de sus oposiciones, hasta las productividades que algunos colectivos cobran por su no absentismo o las participaciones en el montante de fraude descubierto por los profesionales de la Agencia Tributaria. Puestos a meter el dedo en el ojo, y siendo que esto es lo nuestro, hablemos de la Administración Penitenciaria, claramente estratificada en grupos profesionales. De un lado los funcionarios de vigilancia; de otro, los técnicos y personal de tratamiento. A la vez, frente a todos ellos, los mandos de los establecimientos. Finalmente, simplificando la exposición y como colectivo específico, los médicos y sanitarios. Cada uno de estos grupos tiene sus demandas específicas. Por ende y con efectos perniciosos para el día a día, cada uno trabaja desde su particular perspectiva. Esto, que no deja de ser lógico, también ha de ser, como el ego individual, amortiguado, matizado, corregido y debidamente contextualizado, es decir, educado. Si cada colectivo profesional lucha por "qué hay de lo nuestro" ¿quién se encarga del objetivo y de la calidad de la tarea?, ¿quién se encarga del interno, del auténtico receptor del servicio público que les justifica como colectivos?
Evidentemente, los funcionarios de vigilancia son pieza sustancial del sistema de ejecución, pero no por sí mismos como colectivo profesional, sino en el contexto del concreto servicio público que prestan. Claro que un técnico -jurista o psicólogo-, educador, trabajador social, etc. es importante para el tratamiento del interno, pero ni siempre existieron, ni los protagonistas de la labor tratamental son ellos. Es primordial contar con buenos mandos, pero mandos diligentes que sepan que el placer de su trabajo no está en que se les obedezca, sino en saber hacer lo necesario para el bien común que la institución, no ellos como colectivo, tienen encomendado. Y lo mismo para el personal sanitario. De nuevo, son fundamentales en la labor que desempeñan, pero de nuevo también, no por sí mismos, sino por la específica población a la que atienden y que justifica que formen parte de este servicio público.
Memoria: la imagen de un niño que recibe la medalla de Williams, un jugador de los All Black tras ganar el mundial de Rugby de 2015. Ese es el mensaje. El jugador, pudiéndose sentir protagonista y único, sabe que lo que le ha llevado hasta ahí es el trabajo en equipo y que, en su caso, el verdadero protagonista de su profesión es ese niño, el público.