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26/04/2024. 09:05:01

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Cuando el abogado carga con el drama del cliente: el trauma vicario en la abogacía

Psicólogo General Sanitario

Abogado trabajando

Resulta habitual considerar que aquellas profesiones especializadas en la atención, ayuda o asesoramiento directo a personas que sufren problemas de diversa índole suelen conllevar un gasto emocional y personal considerable, esfuerzo psicológico que no pasa desapercibido por quien brinda la ayuda. Ejemplos clásicos que se nos pueden venir a la mente de profesiones susceptibles de sufrir dicho desgaste son las enfermeras, médicos, trabajadores sociales, psicoterapeutas, policías, bomberos…

Sin embargo, no debemos olvidar que existe un colectivo igualmente susceptible de sufrir tanto o más el contacto directo e intenso con los problemas de sus clientes: los abogados, especialmente aquellos dedicados al servicio legal relativo al derecho penal y familiar.

Dicho desgaste persistente en el tiempo se acaba manifestando en el trastorno denominado trauma vicario, también conocido como desgaste por empatía, fatiga por compasión o estrés traumático secundario. En palabras de Figley[i]: “es la consecuencia natural, predecible, tratable y prevenible de trabajar con personas que sufren; es el residuo emocional resultante de la exposición al trabajo con aquellos que sufren las consecuencias de eventos traumáticos”.

El trabajo de un profesional del derecho no radica exclusivamente en asesorar a sus clientes en el aspecto legal. El contacto directo con los traumas de sus clientes expresados tanto en problemas legales como dentro de la relación con el jurista implica la posibilidad a largo plazo de desarrollar este trastorno caracterizado por tres grupos de síntomas[ii]:

Reexperimentación: pensamientos intrusivos relacionados con las circunstancias traumáticas del cliente, así como sentimientos de falta de capacidad para asistirlo profesionalmente.

Evitación y embotamiento mental: evasión de todo aquello relacionado con la problemática del usuario tanto dentro como fuera del trabajo, así como falta acusada y crónica de energía y concentración.

Hiperactivación: aumento de la frustración, la ansiedad y la impulsividad.

La consecuencia directa más preeminente de este trastorno es fácilmente perceptible y puede variar entre dos polos: la sobreimplicación e identificación con la problemática del cliente, llevándose a un terreno personal las experiencias traumáticas de éste y su posible resolución, o por el contrario la frialdad emocional, desinterés o falta de compromiso con el conflicto legal a resolver[iii]. Ambas posibilidades son igualmente perniciosas no sólo para el bienestar psicológico del abogado en cuestión, si no también respecto a la calidad del servicio brindado, augurando un muy posible fracaso en el resultado final. Por otro lado, la presencia de un trauma vicario desatendido puede recaer en estrategias de afrontamiento inadecuadas, como el alcoholismo o la automedicación.

Podemos entender, por tanto, que la posibilidad de contraer este trauma vicario no es asunto baladí. No obstante, tradicionalmente esta secuela del trabajo continuado con personas que sufren no ha sido observada ni estudiada en el sector legal hasta hace muy poco en el mundo anglosajón[iv], siendo prácticamente inexistente su consideración hasta la fecha en el paradigma del derecho español.

Un ejemplo de investigación científica respecto al tópico en cuestión nos lo ofrecen los investigadores Levin y Greisberg[v], quienes realizaron una encuesta con el objetivo de cuantificar el grado de trauma vicario y de burn-out (síndrome de estar quemado) a tres colectivos conformados por proveedores de salud mental, trabajadores sociales y abogados especializados en el trabajo con víctimas de violencia doméstica y acusados criminales. Los resultados mostraron que los juristas encuestados sufrían de niveles significativamente mayores de estrés traumático secundario y burn-out en comparación con los profesionales de los otros dos colectivos, debiéndose esto principalmente a la mayor carga de trabajo con clientes traumatizados y por tanto a la intensidad de la exposición a traumas ajenos. A este efecto principal se le añadía la ausencia de supervisión respecto al afrontamiento de dicha problemática.

Cabe aclarar que no necesariamente todo abogado expuesto a las situaciones traumáticas de sus clientes sufrirá de este mal[vi]. Respecto a la posibilidad de contraerlo influyen numerosas variables tales como la carga de trabajo, historia traumática previa, variables de personalidad (niveles altos de empatía, autoexigencia, altruismo e idealismo), trabajo con conflictos relativos a niños, el esquema cognitivo y de valores del profesional…[vii]

Atendiendo a la prevención del trauma vicario, autores como Kearney[viii] y Benito y cols.[ix]proponen las siguientes medidas:

“- Carga de trabajo sostenible.

–  Formación en habilidades de comunicación.

–  Actividades de formación continuada.

–  Reconocimiento y recompensas adecuadas.

–  Meditación. Retiros especializados.

–  Escritura reflexiva.

–  Supervisión y tutela.

–  Desarrollo de habilidades de autoconciencia.

–  Práctica de actividades de autocuidado.

–  Uso de rituales.

–  Programas de reducción de estrés basados en Mindfulness.

–  Intervención en equipo basada en potenciar el sentido del trabajo.

–  Talleres específicos de autocuidado.”

En caso de que no fueran medidas suficientes, siempre se puede recurrir a los servicios de un psicólogo sanitario especializado en el tratamiento del desgaste por empatía, quien dirigirá sus esfuerzos a la detección de eventos que puedan disparar respuestas de estrés traumático secundario, enseñar técnicas de regulación de la activación y de afrontamiento a nivel interno y externo y, en definitiva, fomentar la resiliencia ante la exposición a eventos traumáticos ajenos propios del trabajo de un jurista.

Podemos concluir que los profesionales del sector legal no están exentos de sufrir secuelas ante el contacto directo y constante con aquellos que sufren. La profesión del abogado es eminentemente humanista[x] y éste debe estar prevenido y preparado ante las posibles consecuencias de brindar un servicio de calidad a sus clientes víctimas de experiencias traumáticas. Al fin y al cabo, tal y como señaló el psiquiatra austríaco Viktor Frankl, autor de la logoterapia: “quien da luz debe soportar las quemaduras”.[xi]


[i] Figley, C. R. (1995). Compassion Fatigue: Coping with Secondary Traumatic Stress Disorder in Those Who Treat the Traumatized. New York: Brunner.

[ii] Acinas, M.P. (2012). Burn-out y desgaste por empatía en profesionales de cuidados paliativos. Revista digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 2(4), 1-22.

[iii] Fischman, Y. (2008). Secondary trauma in the legal professions, a legal perspective. Torture, 18(2), 107-115.

[iv] P. Levin, A. y Greisberg, S. (2003). Vicarious trauma in Attorneys. Pace Law Review, 24(11), 245-252.

[v] P. Levin, A. y Greisberg, S. (2003). Vicarious trauma in Attorneys. Pace Law Review, 24(11), 245-252.

[vi] Acinas, M.P. (2012). Burn-out y desgaste por empatía en profesionales de cuidados paliativos. Revista digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 2(4), 1-22.

[vii] Acinas, M.P. (2012). Burn-out y desgaste por empatía en profesionales de cuidados paliativos. Revista digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 2(4), 1-22.

[viii] Kearney, M. K., Weininger, R. B., Vachon, M. L., Harrison, R. L., & Mount, B. M. (2009). Self-care of physicians caring for patients at the end of life: “Being connected… a key to my survival”. Jama301(11), 1155-1164.

[xi] Benito, E; Arranz P; Cancio, H. (2010). Herramientas para el autocuidado de profesionales que atienden a personas que sufren. FMC (Formación Médica Continuada) Atención Primaria. Barcelona: Elsevier.

[x] A colación de esta idea, recomiendo la lectura del artículo publicado en Actualidad Jurídica Aranzadi por el abogado Óscar Fernández León: “El abogado del siglo XXI o el abogado humanista”, disponible en http://www.legaltoday.com/gestion-del-despacho/estrategia/articulos/el-abogado-del-siglo-xxi-o-el-abogado-humanista.

[xi] Esta interesante máxima de Viktor Frankl fue recogida del artículo cuya autoría corresponde a la psicóloga Mª Patricia Acinas (2012).

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